Vie 28.01.2011

VERANO12 • SUBNOTA

El cuento por su autor

El haber nacido en un país llamado exilio, hija de quien se sentía despojado y expulsado de su tierra después de la Guerra Civil Española, me acercó entrañablemente a otros descolocados, a otros perdedores. Los que hoy denominamos “pueblos originarios” y que durante mucho tiempo fueron motejados de “bárbaros”, “infieles” o “salvajes”, aunque hicieron y deshicieron, tanto como los “civilizados”, la historia argentina, y forman parte indeleble, genética y culturalmente, de nuestro legado identitario. Su memoria, sus mitos, su presencia cruzan todos mis libros, en especial las novelas Finisterre y La pasión de los nómades (reescritura fantástica, en el siglo XX, de Una excursión a los indios ranqueles). También, desde luego, mis textos de ensayo. No se puede pensar en una Argentina completa sin incluir en ella idiomas, caras, cuerpos largamente escamoteados del imaginario nacional fundador y velados muchas veces para sus mismos sujetos por las interdicciones de la discriminación, la vergüenza, el temor al autorreconocimiento. No es ése, por cierto, un problema circunscripto a minorías étnicas. Implica a nuestra sociedad entera que se ha complacido a menudo en presentar imágenes falsas (por mutiladas), de sí misma, y por ende, perdida en esos espejos insuficientes y parciales, ha falseado también su rumbo histórico. Las oposiciones entre civilización y barbarie, centros y periferias, culturas dominantes y culturas dominadas, tampoco han sido ajenas a los países desarrollados y centrales. Toda cultura hegemónica, en definitiva, ha sabido crear sus propios “bárbaros” y condenarlos a la expulsión o la subordinación. Sobre ello trabaja también Finisterre, desde sus personajes ingleses e irlandeses, gallegos y castellanos, que entreveran en las pampas sus destinos.

El robo de la identidad, la traición deliberada o involuntaria de los derrotados o sus descendientes a los propios orígenes, se repiten en la Historia. La Argentina no es en ello excepcional. Los casos han ocurrido tanto en el pasado lejano a raíz de enfrentamientos abiertos entre pueblos en situación de guerra (blancos y aborígenes) como, de manera incomparablemente sórdida, en las aún próximas operaciones del terrorismo de Estado. Este relato particular se inspira, con libertad, en dos anécdotas históricas: la de una joven hermana de Manuel Namuncurá, que se enamoró de un aristócrata inglés y lo siguió a su país, y la de una hija del mismo jefe: Manuelita Rosas Namuncurá, a quien el coronel Daza encontró en Buenos Aires, años después de la “conquista del Desierto”, elegantemente vestida “a la parisién”. Tropecé con estas referencias en el excelente libro de Norma Sosa, Mujeres indígenas.

Té de araucaria está tejido en torno de las construcciones y desconstrucciones de la identidad étnica, genérica, personal. Juega irónicamente con el mito del “hombre blanco natural” incontaminado (sobre todo por el contacto con culturas consideradas “inferiores”), se detiene en las imágenes de la identidad del vencido –inmovilizadas, fosilizadas como imágenes exóticas de museo– y en las complejidades suplementarias planteadas por la identidad femenina, vista demasiado a menudo, en todos los mundos, como lo tutelado y tulelable, lo menor, lo subordinado, lo decorativo.

La “Dolly” o Manuela de este cuento es hermana en su desconcierto de Elizabeth Armstrong, personaje de Finisterre, arrancada muy niña de su pampa natal y de su lengua madre. También, por otro lado, “Dolly” se siente tan “cautiva” en la jaula dorada de su entorno anglosajón como la gallega Rosalind, de la misma novela, en la sociedad ranquel. Puede mirársela como una antecesora o anticipo de estos dos personajes, puesto que “Té de araucaria” se escribió paralelamente a Finisterre. El proceso de recuperación o retorno que inician las tres (esbozado en Dolly/Manuela, desarrollado en Rosalind y Elizabeth), no resultará en ningún caso, simple. Porque la identidad, en suma, es múltiple y mestiza (tanto étnica como cultural), porque no se vuelve sin más a una “pureza originaria”, y no hay otro camino (ese desafío es el que ellas toman) que asumir e integrar en su inquietante plenitud todas esas facetas, incluso con sus contradicciones y transformaciones.

Este relato, no recogido aún en libro, se publicó en El Extramundi y los Papeles de Iria Flavia, nº XXXVIII, Fundación Cela, Iria Flavia (Galicia, España) durante el verano de 2004.

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