Lun 14.02.2011

VERANO12 • SUBNOTA

El cuento por su autor

Escribí “Hoy temprano” en el ‘99 y lo publiqué en el 2001 en un libro de cuentos que tiene ese mismo título. No sé por qué me acuerdo de haber estado mirando las plantas del balcón de mi casa cuando se me ocurrió la forma en que tenía que contarlo. Las plantas se movían apenas con el viento y yo entendí que el cuento eran todos los viajes a esa quinta a la que íbamos de chicos pero contados en un solo viaje. Toda la vida de golpe. También me acuerdo de que me senté a escribirlo y al principio no salía, hasta que me di cuenta de que tenía que contarlo no en pasado sino en presente, un presente casi atemporal. Creo que la poesía me ayudó a escribirlo, el tiempo de la poesía, la manera rara en que un poema se instala en el tiempo. La pelota que arrojé una mañana en el parque / todavía no ha tocado el suelo, dice el final de un poema de Dylan Thomas. Acá está la vida entera en este instante, todo sigue sucediendo, la infancia está con uno. Toda la vida acumulada está con uno, y también el futuro. La pelota sigue en el aire. La poesía logra captar ese continuo quizá porque trata al tiempo no de manera sucesiva y lineal como suele hacer la narrativa (aunque sea una idea un poco esquemática), sino de manera ovillada, simultánea, en una suspensión del tiempo casi eterna o constante. La transformación a lo largo de los años es quizás el tema que más me interesa. Cuando escribo me gusta alterar la velocidad temporal del relato. Me gustan esas filmaciones en time lapse de plantas creciendo rápido o de fruta pudriéndose a toda velocidad. El tiempo es la manera en que la naturaleza evita que todo suceda de golpe, dijo John Wheeler, el descubridor de los agujeros negros. En la poesía, todo sucede de golpe.

El patio del pozo de aire y luz que menciono al principio del cuento era en un primer piso sobre el garaje. Yo jugaba ahí cuando llegaba del colegio. Años después me enteré de que el piso estaba pintado de verde oscuro porque se había tirado una mujer desde el séptimo y mamá no había podido sacar las manchas de sangre del cemento. La quinta quedaba en Cañuelas. Ibamos todos los fines de semana, había una casa antigua con palmeras, una pileta de esas altas a la que había que subir por una escalera, un frontón de paleta, y unas vacas lecheras que nos asustaban. Cuando me contaron que habían expropiado la quinta para hacer la autopista, el recuerdo de ese lugar al que no iba hacía muchos años empezó a surgir y me acompañó varios días como un deseo, un eco de la infancia que quería ser contado. Tiempo después de escribir el cuento, pasé por ahí. No quise ir antes a ver cómo era, no necesitaba documentarme, lo tenía todo en la cabeza. La realidad fáctica y externa me parecía menos real que la realidad de mi recuerdo y mi imaginación. Si hubiera ido antes quizá lo habría arruinado. Cuando pasé, noté que había cosas iguales a como las había imaginado. Todavía se ven –según me pareció, porque vi todo medio mal tratando de desacelerar– las palmeras y el frontón de paleta, que se usa para guardar maquinaria de la municipalidad. La autopista pasa justo por encima del lugar donde estaba la casa.

Al principio el título era Hoy temprano, hace mucho tiempo. Cuando empecé a buscarle título al libro, me pareció que este cuento era el que mejor representaba el tono del movimiento constante que tienen casi todos esos relatos. Una noche estaba con amigos repasando títulos posibles y me los iban bochando. Hoy temprano, hace mucho tiempo es muy largo para título de un libro, me decían. Hasta que una amiga, diseñadora gráfica y con buen ojo para lo que sobra, dijo: ¿Y si le sacás el hace mucho tiempo? Y así fue que, de un hachazo en favor de la economía tipográfica, cortó sabiamente lo que sobraba. Para terminar, puedo decir que el narrador soy yo pero un poco desplazado, o es un tipo que se parece a mí pero no soy yo. Escribí el cuento a los 29 años. Ahora tengo 40, la edad del personaje al final, y noto que esa historia tenía varios aspectos premonitorios sobre mi propia vida. Pareciera que, por suerte, uno nunca sabe bien lo que está escribiendo hasta que lo leen los demás o lo lee uno mismo muchos años después.

Nota madre

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