Dom 27.02.2011

VERANO12 • SUBNOTA

El cuento por su autor

Lo primero que se me ocurrió –suele ocurrirme– fue el título.

A continuación el epígrafe de Joseph Conrad.

Y las ganas de terminar invocando el “In the Mood” de Glenn Miller.

Después, enseguida, la soberbia entre audaz e irresponsable de componer una variación sobre el aria de uno de los cuentos legendarios de nuestra literatura: “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh.

Lo que siempre admiré de ese relato –además de su ritmo seco y su atmósfera casi sobrenatural que evoca a “La pata de mono”, de W. W. Jacobs– es lo que allí consigue Walsh. La hazaña de primero plantar uno de esos cuentos de fantasmas sin fantasma de Henry James en el que alguien le cuenta algo a alguien para después hacerlo hablar en el idioma del mejor Ernest Hemingway.

Casi nada.

“Esa mujer” sigue funcionando igual de bien que el primer día. Es uno de esos textos que no va a desaparecer nunca ni nadie podrá desaparecer jamás.

“El único privilegiado” –que empecé y terminé a lo largo de una tarde de sábado, de ahí que lo escoja para estas páginas de lectura veloz y pasajera– acabó en mi primer libro, Historia argentina, 1991, y ahí sigue yaciendo y descansando más o menos en paz.

En alguna parte, bajo mármol y acero y tierra, underground, el polimorfo y perverso y multifuncional cadáver de esta hembra que aquí pone el cuerpo vuelve y es millones y sigue dando de qué hablar y de qué escribir.

No fui el primero y, seguro, no soy ni seré el último en oír el atronador silencio de su voz.

Nota madre

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