VERANO12 • SUBNOTA
Primero los caricaturizaba, después lo invitaban a almorzar, después lo censuraban. Eso sí: antes le pedían que les resaltara menos los defectos al dibujarlos. Así fue su relación con los sucesivos ocupantes de la Casa Rosada, desde Perón hasta Menem. Además, fue un infalible detector de tics entre nuevos ricos, mersas consuetudinarios y tilingos incurables. Para algunos es una suerte de contracara de Macedonio Fernández. Para otros, una cruza de Molina Campos y Calé. A pesar de todo ello, Landrú no acepta que ha sido el antropólogo espontáneo que registró los vaivenes menos visibles del último medio siglo en la Argentina.
“Debía tener 17 años cuando hice una Biblia que se llamaba Génesis novísimo. Era una teoría sobre la formación de la Tierra y el origen de los hombres. De la leche de la Vía Láctea se desprendió un fragmento al que Dios le dio una patada. Y, al empezar a girar, esa leche se transformó en crema y después en queso (Quesus Bolus). Como el queso larga sueros, se formaron los mares y ríos. Y, al arrugarse, las montañas. Los gusanos fueron los primeros habitantes del mundo, queseros o quesinos. Ese fue el origen de la Tierra. El primer hombre se llamaba Borié, tenía el cuerpo invisible y el alma material, que era una barra de chocolate. Cuando Borié se come el alma, se vuelve visible y se casa con un palo borracho, con el cual tuvo una cantidad de hijos. Entre ellos el Oreja Eep, de pantallas enormes, siete ombligos y que se alimentaba con nafta y bichos canasto. Era sordo, de ahí el origen del nombre. Uno le decía: ¡Oreja! Y él contestaba: ¿Eeep? Entre los descendientes de los Oreja Eep está el nuevo ministro Llach. Y, por supuesto, Martínez de Hoz. En cuanto a Borié, era un tipo flaco, un poco contrahecho, de ojos grandes y mirada preocupada. Como yo era celador del colegio Sarmiento, cuando faltaba un profesor iba a enseñar. Y daba clases sobre esta Biblia. Dibujaba en el pizarrón mientras explicaba, por ejemplo, que lo curioso del Borié es que no sabe que es Borié. Pero si uno les grita ¡Borié!, se dan vuelta. Entonces pasaba un tipo caminando por el patio del colegio y yo les decía: ¿Ven? Ese es uno. Alguno de ustedes diga ¡Borié! y van a ver cómo se da vuelta. Y el tipo se daba vuelta fatalmente.” Esa Biblia estaba dibujada en un cuaderno Avon que, según Colombres, “debe andar por ahí”. Entre los descendientes de Borié había cruzas: “Por ejemplo la de un Boralipton (que era hepático y de mal carácter) con un Sheuralaaaaá (gente pobre y nerviosa que quintuplica la a). O la de un Culex (casi siempre mujer) con un Hombre Pelo (que venían de la isla Peluna). Los Hombres Pelo son bajos, gorditos, de ojos chiquitos, inventores del felpudo y de las patillas para anteojos”.
¿Menem es Hombre Pelo?
–No. Hombre Pelo es Alderete.
Los dibujos de ese Génesis eran más barrocos que los que hace ahora.
–Es que en el ’45 empecé a dibujar en la revista de Lino Palacios, Don Fulgencio. Y en esa época estaban de moda él y Divito. Yo no lo pensé entonces, pero sí más adelante: “Si quiero progresar tengo que hacer el dibujo más moderno”. Y hacía chistes así: una mujer le dice a un hombre “Juan, tenés la boca abierta” y él le contesta “Sí, la he cerrado yo”. O una señora decía: “Estoy esperando que nazca mi hijo para saber cómo se llama”. Y eso parecía raro.
¿Tenía alguna relación con las vanguardias, como Girondo o Xul Solar?
–Para nada. Me dijeron que me había inspirado en Macedonio. Y yo ni lo había leído. Lo único que hacía era mantener la lógica del absurdo que hacía en el colegio y que, a veces, nadie entendía. A Lino Palacio le gustaba mucho pero los avisadores pedían que sus publicidades fueran lo más lejos posible de los dibujos míos, porque eran “piantavotos”.
En las primeras proyecciones de La vuelta al nido, la película de Leopoldo Torres Ríos, la gente abucheaba cuando aparecía el primer racconto.
–Y después se volvió totalmente natural, ¿no? Para mí, el humor es un imprevisto, siempre que no sea desagradable. Si uno ve por la calle a un hombre lleno de condecoraciones y se cae, se ríe. Si el que se cae es un mendigo, no.
¿Y Cambaceres o Mansilla? Porque usted usa arcaísmos como “cuchufletas”...
–Cuchufletas, cháchara, retruécano...
¿Qué es “astrakanada”?
–Es un disparate. Como una chirigota.
¿Las buscaba en el diccionario?
–No. Leía La Codorniz, una revista española que, si bien salía en la época de Franco, le hacía muchas cachadas a Franco. No sólo la leía sino que me hice amigo de Miguel Mihura, que era el director y que escribió El caso de la mujer asesinadita, que acá publicaron como El caso de la mujer asesinada y le arruinaron toda la gracia.
UN GORILA AGRADECIDO
El 17 de octubre de 1945, el señor Ignacio Ponciano Colombres, descendiente de una princesa inca y del obispo Colombres (que existieron en diferentes generaciones, aclaremos), avanzaba por la calle Florida con su sombrero Orión y su bastón cuando vio venir lo que su hijo (fichado alguna vez por la SIDE como gorila-comunista) llama pueblada. “¡Degenerados!”, estalló en gritos, enarbolando el bastón contra la multitud que, tomándolo por un loco, se hizo a un lado y lo dejó pasar. Don Ignacio se parecía mucho al señor Porcel, un personaje que luego inventaría Landrú, mezcla de sofista y querellante. El señor Porcel iba, por ejemplo, a una carnicería y preguntaba: “¿Tiene hígado de ternera?”. Sí, contestaba el carnicero. “¿Tiene ubre de vaca?” Sí. “¿Tiene costillitas de cerdo?” Sí. “¿Tiene rabo?” Sí, repetía cansino el carnicero. “Entonces usted es un monstruo”, decía el señor Porcel. El hijo de Ignacio Ponciano salió “contrera” como su padre y el señor Porcel. Pero en realidad le debe mucho al peronismo.
¿Es verdad que lo echaron de Tribunales por el delito de regocijo?
–A mí no, a Rogelio García Lupo. En una época los dos trabajábamos en Tribunales. Yo tomaba declaraciones a los detenidos y Rogelio estaba como meritorio. Era en el Juzgado de Instrucción N° 1, de menores. El día en que murió Evita, yo me fui con corbata común y García Lupo también. Nos quedamos en un pasillo contando chistes y riéndonos. En aquel entonces justo estaban por pasarlo de meritorio a efectivo. Pero como un soplón lo había visto reírse, al día siguiente vinieron al mismo tiempo la orden de nombramiento efectivo y la que decía que lo dejaban cesante por el delito de “regocijo”. Tiempo después tuve un ascenso, pero me anunciaron una plata y me daban mucho menos. La diferencia iba para la Fundación Evita. Entonces denuncié, al menos para que me dieran una constancia de que me sacaban la plata. Entonces el fiscal indicó que me procesaran por falsa denuncia y sabotaje. Apareció un abogado de la Fundación, que se llamaba Imperatrice, y me recomendó que hiciera una nota por la cual cedía esa plata y la Fundación me agradecería el gesto. Y el juez me pidió que me afiliara. Entonces decidí tomarme licencia. Fui a ver al presidente de la Corte Suprema, Nicolás García del Solar. “¿Usted qué hace?”, me preguntó. “Yo dibujo en la revista Vea y Lea. Firmo Landrú”. “¿Usted es Landrú? Yo soy levantador de pesas ¿Por qué no me hace una caricatura levantando pesas?” Y me dio licencia por cuatro meses, que aproveché para ir a todas las redacciones de revistas. Me acomodé en trece, y después elegí.
¿Cuáles fueron sus chistes más proféticos?
–En Vea y Lea hice uno en donde el marido le decía a la mujer: “Vamos a ahorrar, tenemos que oír la radio con un solo oído”, y poco después Perón sacó el plan de ahorro. Otra vez hice un chiste sobre Colón y justo Perón le mandó a Franco un barco lleno de trigo.
Durante el gobierno de Cámpora, el ministro Benito Llambí quiso fusilarlo.
–Fue antes de que volviera Perón. Yo había hecho para Clarín un plano de la casa que le habían regalado en la calle Gaspar Campos: estaba el cuarto de Perón, el cuarto de Isabel, el cuarto de los perritos bandidos y el cuarto de López Rega. Y Benito Llambí, que era amigo de Horacio Rojas, vicepresidente del directorio de Clarín, le dijo: “Cuando vuelva Perón vamos a hacer que te fusilen a vos y a Landrú”. Reconozco que era un plano con muy mala intención porque el cuarto de López Rega estaba muy cerca del de Isabel... Era como si dijese que tenían relaciones. Esas cosas pasaban: cuando hacía a Illia despeinado, me decían que lo hacía con cuernitos porque la mujer... Pero nunca me metí en la vida privada de nadie.
Pero todos le pidieron algo: Frondizi que le hiciera la nariz más chica, Perette que lo hiciera más alto, Cámpora que le pusiera por lo menos una arruga menos. ¿Qué le pidió Menem?
–Nada. Pero hemos tenido un enemigo en él, porque ha sido un competidor. Y desleal: es el mejor humorista que hemos tenido.
¿Quién fue el político con quien más intimó?
–Alfredo Palacios. Cuando pasaban dos o tres números de Tía Vicenta sin que apareciera, llamaba y decía: “¿Qué pasa? ¿Estoy perdiendo vigencia?”.
Usted le hizo fama de donjuán y de frecuente Villa Cariño, ¿no?
–Yo hacía un programa con Blackie en televisión que se llamaba Prensa Visual. Consistía en un reportaje a un político conocido. Pero antes iba Telecómicos, donde los actores se disfrazaban de políticos. Y un día salió el director, lo vio a Alfredo que estaba esperando en un sillón y le dijo: “¡Qué bien te disfrazaron del viejo, estás igualito!”. A Palacios le dio tanta rabia que se iba, hasta que Blackie lo apaciguó y él terminó diciéndome: “No hay que darle importancia a estos incidentes que pasan en la vida. Lo único verdaderamente importante es la libertad, la democracia y las piernas de las mujeres”.
La revista La Codorniz nunca fue cerrada aunque la gente le atribuía mensajes subliminales. Sus redactores solían recitar en privado el epigrama: “Bombín es a bombón / como cojín es a equis / y a mí me importa tres equis / que me cierren la edición”. Paradójicamente, fue la censura la que facilitó la carrera profesional de aquel empleado deTribunales que hacías dibujos como amateur en Avivato y Don Fulgencio. “Gracias al peronismo yo me dedico al dibujo hasta que viene el ‘55. Nadie se animaba a hacer chistes políticos; el único era Emilio Ramírez en Vea y Lea, que me invitó a mí. Y yo escribí lo que se llamaba Grandes Reportajes donde no me animaba a poner los nombres de los políticos: en lugar de Arturo Frondizi, ponía Artizi Fronduro. Después se me ocurrió sacar una revista propia. Y salió Tía Vicenta en el año ‘57. Ahí hice un teorema militar que decía que el cuadrado de un general era igual a la suma de los cuadrados de dos coroneles. Entonces Aramburu me invitó a comer a Olivos. Ya habían sido los levantamientos de Valle, no sabía qué iba a a pasar. Me dijo que a él no le importaba pero que un grupo de coroneles le había hecho un planteo. Y que me iban a hacer ese mismo planteo pero que no les llevara el apunte. Al día siguiente me llaman a la redacción de Tía Vicenta, que quedaba en la galería Güemes, y me ordenan que vaya inmediatamente a la SIDE. ¿Por qué asunto es? Por un asunto de Tía Vicenta, me dicen. ¡Ah, si es por Tía Vicenta, venga usted a verme a mí!, le dije. Nunca vinieron. Entonces me envalentoné y seguí. Hasta que vino Onganía y la cerró.”
Después tuvo censores, no sólo de “buen corazón” sino de poca cabeza.
–Cuando estaba Guido como presidente, hice para Dringue Farías El profesor garrafa. Y organicé una especie de prode de golpes (era la época de azules y colorados): el 21 de marzo, golpe de los bomberos; el 27, golpe de los empleados de Segba; el 29, golpe de los zorros grises; el 2 de abril, golpe de los marinos... Y justo se levantó la marina. Me llevaron un día preso a una dependencia del Ministerio del Interior para ver quién me había dado el dato. Me trataron muy bien, almorcé allí, más tarde me dieron un café con leche y me largaron a eso de las diez.
También pareció estar al tanto del complot de Rojas contra Frondizi, vía el vicepresidente Alejandro Gómez.
–Es que un día en un restaurante, en un rinconcito, vi que estaba comiendo con el almirante Rojas y después con el general Quaranta. Entonces empecé a poner en la revista la foto de Gómez con un cartelito que decía: “¿Y a mí por qué me miran?”. Cuando se quiso sustituir a Frondizi por él, puse otro que decía: “Ahora saben por qué me miraban”.
Guido también lo invitó a comer...
–Guido tomaba mucho. A tal punto que lo llamaban El Varón de Río Negro, por una marca de vino. Una vez fuimos con Dringue, Tato Bores y otros a la Rosada y nos tomamos una damajuana. Nos divertimos mucho y a mí me pareció que no nos iban a censurar. Hasta que un día me llamaron y me dijeron que, desde ese momento, antes de ir el programa al aire tenía que verlo un coronel. Lo que hacíamos era pasar el libreto a este señor. Pero el libreto, como se sabe, tiene dos columnas: en una va el diálogo y en la otra se indica la acción. El leía el diálogo nomás... Y un día dimos una receta de cocina que era Rattembach a la maître d’hotel (Rattembach era el ministro de Defensa): “Se lo pincha con un tenedor y, si dice cuerpo a tierra, quiere decir que todavía hay que esperar. Una vez que se lo pincha y no dice nada se lo puede comer. Tome algo para la digestión después”. Terminaron levantando el programa y el coronel no apareció más. No sé si lo habrán fusilado.
También lo invitó a comer Palito Ortega, a pesar de haber sido puntero del campeonato de mersas.
–Fue un día que me llamó Ben Molar y me dijo: “Palito Ortega quiere almorzar con vos”. Fuimos al Alexandra, en la calle San Martín, y Palito me dijo: “Mire, para mí, mersa es sinónimo de popular. Yo saqué el disco de oro gracias a la propaganda que me hizo usted”.
¿Landrú elitista? Sólo para aquellos que creen que imponía un quién es quién para privilegiados o un convite a la discriminación. Si bien creó una etiqueta para que los nuevos ricos pudieran hacer pasar gato por liebre, Landrú ha sido más bien un Lévi-Strauss de los bienudos. Y pocos advirtieron que, mientras realizaba la etnografía de su propia clase, lejos de burlarse de la gente pobre, les atribuía un estilo de vida a través del humor disparatado que mamó de La Codorniz. ¿A quién se le ocurriría imaginar que las clases populares llaman “posturas de ave” a los huevos fritos, que suelen exclamar filosóficamente “A palabras peripatéticas, oídos onomatopéyicos” o se despiden con un “Al despedirme me repercuto y al repercutirme me congratulo”? Según Landrú, la palabra paquete fue puesta de moda por Magdalena Ruiz Guiñazú y Mónica Mihanovich. Pero él fue el primero en utilizar nombres de amigos y marcas como elementos de ficción, y los campeonatos que organizaba a principios de los ’70 excitaron tanto al público como los concursos millonarios de Hola Susana (y eso que el premio mayor se reducía a figurar en su columna con nombre y apellido). Landrú no sólo organizó campeonatos mundiales de “gordis”. También de pobres: Amalia Fortabat figuró un año en que sólo pudo viajar a Nueva York quince veces.
Inés Pertiné, actual primera dama, figuró cuarta en uno de sus campeonatos de “pirujas”, ¿no?
–Seguramente la votó una amiga. Eso sí: no se puede hablar del futuro de Inés Pertiné, porque Inés Pertiné no es futuro; es pasado: Yo pertiné, tú pertinaste, él pertinó.
Usted inventó el “gordi” como muletilla.
–Que es como decir ahora “flaco” o “boludo”. Tengo una nieta que, cuando tenía quince años, yo le preguntaba: “¿Vas a salir?”. Y ella me contestaba: “¡Obvio!”.
Y, por supuesto, “comer” en lugar de “cenar” sigue siendo una obsesión.
–Por esa diferencia Silvina Bullrich faltó a una cita y enfureció a Nicolás Cócaro: “¿Te das cuenta que la invité a una comida que le íbamos a dar al poeta Armani y no fue? Y cuando la veo me dice: ¡Cómo que no fui! Estaba ahí a las nueve de la noche!”. El pobre Cócaro estaba atónito: “Pero a las nueve se cena”. Tuve que explicarle que, antes, se “cenaba” a las doce de la noche. A las nueve se “comía”.
¿Y el chipi-chipi? ¿Y la muña-muña? ¿Y el jarabe de rábano?
–El chipi-chipi es una danza que se baila en México. La muña-muña es una hierba que se vende en Jujuy: dice la leyenda que había un cacique que no podía tener descendencia, entonces hizo una mezcla de muña-muña, cola de quirquincho, planta de sarmiento, tola-tola y le agregó un poco de menta porque quedaba un poco insípida y tuvo doce hijos. Eso me lo contó un amigo mío. Y, si no me cree, le cuento que cuando viajé a Estados Unidos a un encuentro, había un nicaragüense que representaba cuarenta años aunque tenía más de setenta, y me confesó que tomaba jarabe de rábano. Cuando se le acabó el medicamento me hizo acompañarlo de recorrida por un montón de farmacias. En una dijeron que se lo podían conseguir pero para el día siguiente. Demasiado tarde: de pronto vi que se arrugaba como el retrato de Dorian Gray.
Como hecha la ley, hecha la trampa, Landrú dice muy suelto de cuerpo que esta noche tiene una cena. Y también muy suelto de cuerpo, según infidencias de Alejandro Ros (diseñador de Radar), no vaciló en sacarse una foto con un galgo falso y le enseñó cómo debe mover las caderas un hombre para bailar la conga.
¿Está un poco “reblán”, tal vez?
–En realidad estoy muy bien. Yo tengo amigos que hace veinte años que no se saludan y no se acuerdan por qué. Y uno de ellos está haciendo una lista de la gente que hay que matar y se confunde a Julio Iglesias con Herminio Iglesias y a Lorenzo Miguel con Luis Miguel.
¿Por qué siempre pone a los escribanos como “reblán”?
–Es que tuve un amigo escribano que usaba medias strecht con ligas, otro que era “el mariscal del charleston”, y otro era capaz de sacar la raíz cúbica de cualquier cifra sin papel ni calculadora. Decía: “Te paso a buscar a las seis horas, 23 minutos y 20 segundos”, y a esa hora justo aparecía. Un día tenía que irme a Europa y me dijo: “Te paso a buscar a las 3 y un minuto”. Casi pierdo el avión. Tuvo como un desvanecimiento mental. En esa época eso se llamaba surmenage. Le hicieron un encefalograma y le salió que era mitad genio y mitad retardado... No sé cuál era el encéfalo y cuál el grama. Teníamos un amigo mutuo al que le faltaba un brazo y comía con un cubierto que era mitad cuchillo y mitad tenedor. Y mi amigo el reblán empezó a sacárselo. El otro se puso muy nervioso y dijo: “Voy a lavarme las manos”. “¡La mano!”, dijo el reblán.
Landrú es un buen mozo larga duración, como los “nenes” Horacio Thedy, Augusto Bonardo y Adolfo Bioy Casares. Y ya sea por continuar arrastrando los mocasines como recomendaba en Tía Vicenta o porque el mármol del palier del edificio de la calle Alvear está demasiado limpio, al final de la entrevista se cae en armoniosa coreografía. Con la misma velocidad, se pone de pie y estira la mano:
–Mucho gusto ¡Hasta el próximo golpe!
La boca se le haga a un lado, dan ganas de decirle. Pero, ¿quién se anima a arruinarle un chiste a Landrú?
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