VERANO12 • SUBNOTA
Si algo ha ganado en tantos años de carrera es el derecho a ser dueño de un espacio propio. Ni rockero, ni folklorista, ni trovador, este santafesino ocupa a esta altura el lugar de los insustituibles dentro de la música popular argentina. Sin embargo, no se siente cómodo con los rótulos. “Si de algo me siento contento es de haber superado las barreras”, cuenta en el reportaje con Página/12. “Hay muchos fundamentalistas en el folklore”, dice. “Los rockeros me respetan porque no soy un concheto, no me aburguesé”, calcula. En el plano de su posición ante la vida, ahora que ser light es cool, tiene claro que aspira a ser un luchador. “Yo entiendo al que se queda de brazos cruzados, pero no lo justifico. Al que se queda sin hacer nada ante la injusticia yo le diría: ojalá nunca te pase nada grave.”
–Y... sí. Mucha gente lucha poco tiempo, en su juventud, y después la vida los pasa por arriba. Siempre pongo el ejemplo de un taxista que un día me reconoció y me dijo: “León, ¿todavía cantás?”. Sí, claro, le dije. Vivo de esto. Y el tipo siguió: “Tus primeros discos los tengo todos. Con mi novia iba a ver tus recitales, en los bailes. Después, viste cómo es esto, me casé, vinieron los pibes, el laburo...”. Bueno el ejemplo es tonto, pero sirve para ejemplificar cómo uno va perdiendo esas cosas que lo movilizaban en la juventud: los ideales, las ganas de hacer cosas para mejorar la sociedad. Yo, por suerte, todavía no perdí esa fuerza.
–En su momento, tu generación luchó contra la dictadura. Estando en democracia, ¿cuál es el objetivo?
–Trabajar sobre las consecuencias de esa dictadura. Si antes laburábamos porque queríamos mejorar las condiciones de vida de la gente que vivía en las villas, después de la dictadura nos encontramos con que había cada vez más gente en las villas, que vivía peor que antes, y además teníamos 30 mil desaparecidos. Entonces empezamos a trabajar sobre las consecuencias de ese genocidio. Las Madres, las Abuelas de Plaza de Mayo constituyen aún hoy la memoria que servirá para que podamos evitar que haya otro genocidio. Ahora estoy trabajando con una organización que se llama Hijos, integrada por hijos de desaparecidos, de exiliados, presos políticos, fusilados.
–¿Es distinto trabajar con ellos que con las Madres?
–Cambia el punto de referencia porque los reaccionarios que descalificaban a las Madres diciendo: “No supieron cuidar a sus hijos, son madres de subversivos”, ¿qué van a decir ahora de los hijos de desaparecidos, que tenían dos meses cuando se llevaron a sus padres? ¿No cuidaron bien a sus padres? Claro que es tan fascista la mentalidad de esa gente que los descalifican igual, pensando: “Va a ser igual al padre”, como si tuviese un gen subversivo que se transmite de generación en generación.
–¿Creés que el rock abandonó todas las banderas de lucha?
–Gran parte del rock se aburguesó, pero es peligroso generalizar, porque el rock es una gran bolsa, donde hay de todo. Es como decir “el pueblo católico es una calamidad”. No, pará, separemos. Hay un cura como Farinello que cuando fue el tema del asentamiento en Quilmes dijo: “Cristo también nació en un asentamiento”. Por más que quiera no puedo imaginarme esa frase en boca de Quarracino. De la misma manera, no estoy de acuerdo con esos que dicen “el rock se murió” o “el rock ya no dice nada”. Yo felicito a Los Fabulosos Cadillacs, por ejemplo, y hace mucho tiempo les pronostiqué que perdurarían, porque son pibes que saben expresarse y al mismo tiempo saben escuchar. Escucho a una banda heavy como A.N.I.M.A.L. y me reconforta que haya pibes que reivindiquen los pueblos indígenas y que se jueguen por eso.
–También se dice que hay un rock pasatista, que sólo adhiere a los cánones de consumo actual...
–Mirá, yo escucho todo, y no soy prejuicioso. No todo es compromiso en la música, y sobre todo en el rock muchas veces hay una carga de transgresión que es una forma de lucha. Por ejemplo, a los Redondos yo no les entendía las letras. Un día fui a un show de ellos, vi a miles de pibes sabiéndose todas las canciones de memoria y viviendo esas canciones y manifestándose, y allí entendí. Hoy la cosa pasa también por 2 Minutos. Eso también es transgresión, y sirve. Hablan del barrio, de la cerveza, y cuentan su realidad. Hay gente muy esclarecida que me dice: “Cómo te pueden gustar 2 Minutos, ¿no viste que no saben tocar nada?” Y yo les pregunto: ¿cuál es el parámetro? ¿Paco de Lucía? No, viejo, yo quiero tipos que se manifiesten, que digan algo, que se equivoquen, que puteen, no quiero tipos que se paren en un pedestal intelectual para criticar lo que hacen los demás, mientras están sentados sin hacer nada.
–La canción “Hombres de hierro” fue escrita hace más de dos décadas. Cuando la cantás hoy, ¿sentís que todavía tiene vigencia?
–Claro, “Hombres de hierro” hoy es el gatillo fácil. “Hombres de hierro” son las secuelas de la dictadura militar. Chicos que mueren en las comisarías, torturados, y la policía no se hace cargo. Todo es consecuencia del indulto. Hay como un acostumbramiento a la impunidad. El represor aprovecha, total “¿qué me puede pasar?”. Yo no sé cuánto tiempo va a pasar para que la Argentina sea un país legal.
–Tocaste junto con otros artistas para apoyar la candidatura de Palito Ortega para la gobernación de Tucumán. ¿Te arrepentiste de haber escrito en su momento “Cantorcito a contra- mano”?
–No estoy arrepentido en absoluto, ni de haber escrito la canción ni de haber tocado para apoyarlo en la candidatura. Y no es contradictorio. En Tucumán había dos posibilidades: Ortega y Bussi. Y al lado de Bussi, creo que no hay mucho que pensar, cualquier candidato es mejor. Y la canción no la escribí en su momento por las diferencias ideológicas que pudiera tener con Palito, ni por ser empresario de su música, sino porque me puso verde verlo reunido con Videla, Massera, Viola, justamente a él, el prototipo del artista pobre convertido en exitoso, que representaba las esperanzas de todos los pobres del país. Fue una desilusión verlo ahí, y eso se tradujo en una canción.
–¿Cómo maneja el tema del éxito un músico comprometido como vos?
–Yo tomo como ejemplo a Pete Seeger, que es un maestro para mí. Quizá para muchos músicos, hablar de satisfacer necesidades mínimas es tener una cuenta de un millón de dólares en un banco suizo. Para mí se trata de tener las guitarras que necesito, tener un buen estudio de grabación para hacer música en las mejores condiciones posibles y garantizar comida para mis hijos. Y hablo de Pete Seeger porque la otra vez que tocamos juntos los shows habían dado sólo 300 pesos de ganancia, que acordamos que los donara a un hospital en Nicaragua. Cuando se habló de que viniera otra vez, la dije: “Bueno, ahora sí, creo que va a haber dinero para tus actuaciones”. Se me quedó mirando y me dijo: “Yo no cobro las actuaciones. Con los derechos de autor vivo bien. Yo voy y toco”. Me quedé duro. Y empecé a admirarlo aún más que antes, y trato de que sea un ejemplo para mí. No me interesa ser un burgués de la música. Escribo canciones porque quiero ser útil, que a alguien le sirvan mis canciones. Creo que soy mejor para la vida que para la música.
–Desde el punto de vista técnico: ¿te considerás un buen cantante, un buen guitarrista, un buen compositor?
–No, no soy bueno para ninguna de esas cosas. A ver, si me tengo que poner un puntaje... como cantante me pondría 6 puntos; como guitarrista, 5, como armoniquista también 5, como compositor 6 y como letrista, bueno, me pongo un 9...
–Al fin una buena nota...
–Es que yo me siento como una filmadora. Registro todo lo que veo. Y no sólo cuando escribo canciones, sino en la vida cotidiana. El otro día subí a un taxi y vi que el tipo que manejaba tenía los ojos llorosos. Lo más fácil era ponerme a leer el diario, esperar a llegar adonde quería y punto. Pero se me ocurrió preguntarle: ¿le pasa algo? Y me contó que estaba preocupado porque su hija estaba internada en el hospital, y venía de verla y se sentía mal. Entonces le dije: “Bueno, vamos a verla”. Y fuimos, y la nena estaba enloquecida de contenta, claro que tuve que saludar a todos los enfermos de la sala, pero salí de ahí contento, sentí que mi vida tenía sentido.
–Hace poco estuviste cantando en Alemania. Si tu fuerte son las letras y los alemanes, obviamente, no las entienden, ¿qué los engancha con tu música?
–Es que yo te hablaba de letra y música, pero las canciones además de letra y música tienen alma. A mí me pasó con Bob Dylan. A los 13 años yo estaba en Cañada Rosquín y escuché un día andando en bicicleta por la calle una música que salía por unas bocinas que estaban instaladas en las esquinas. Era “Mr. Tambourine Man” cantado por The Byrds, y se me erizó toda la piel sin saber por qué. Siete años más tarde, ya en Buenos Aires, estaba un día paseando por avenida Rivadavia, sonó el mismo tema y recordé que lo había escuchado en mi pueblo y se me volvió a erizar la piel. Entré en la disquería y me compré ese single, y le pedí más de ese grupo, y me dijeron “si querés podés llevarte un disco de un tal Bob Dylan, que es el autor del tema”. A partir de ahí, me cambió la vida, y no sabía inglés, y aún hoy no sé inglés, pero vibraba que había algo que transmitía ese tipo que tenía que ver con las cosas que me pasaban a mí. Entonces decidí que tenía que escribir canciones, y compuse “Hombres de hierro”, que más que un homenaje a Dylan es un robo a mano armada a “Blowin’in the Wind”.
–¿Alguna vez sentiste que estabas transmitiendo el alma de una canción?
–Sí, una noche canté en Australia, y cuando terminó el show se acercó una señora al camarín, con un traductor. Estaba emocionada y me preguntó qué quería decir una canción que escuchó y que la hacía llorar. Le dije que se llamaba “Sólo le pido a Dios”, que era una canción antibélica, en contra de la intolerancia, a favor de la paz. Y la señora me dijo: “Con razón entonces esa canción me hacía llorar, porque perdí un hijo en la guerra”.
–A vos te respeta un público que va más allá de tu target. Heavies, punks, bluseros, que suelen tener discrepancias entre ellos y no se caracterizan por ser amplios en sus gustos...
–Y no es por lo musical, seguro. Creo que me respetan porque no soy un concheto, porque no me aburguesé, y porque sigo luchando, aunque tal vez mi lucha no sea la de ellos. Pero la lucha es universal y atemporal. No es una moda. Lucha también es Hermética, 2 Minutos, Mano Negra y Sixto Palavecino, que hace chacareras santiagueñas.
–¿Te molestó no haber estado en la última edición del Festival de Cosquín?
–No, porque ya participé en cinco ediciones. La primera vez que estuve, fui presentado por Mercedes Sosa, canté “Sólo le pido a Dios” y allí me sentí realizado, porque desde chico yo compraba la revista Folklore y esperaba especialmente la edición de marzo, porque venía la reseña de Cosquín. Ya está. En la última edición quisieron probar, eligieron artistas tradicionales, que no escaparan de los cánones establecidos.
–¿El folklore nacional está copado por fundamentalistas?
–No sé si copado, pero hay muchos fundamentalistas en el folklore. Y yo no soy uno de ellos. Buscá en el diccionario la palabra folklore y dice: hecho por gente de un determinado lugar. Creo, entonces, que en Cosquín debería haber de todo. Porque ¿quién puede decir qué es folklore y qué no? ¿cuál es el límite? Si dicen rock no, bueno, está bien, pero en Cosquín no vi a Tomás Vázquez, que hace bagualas de Salta, no vi a Los Trovadores de Cuyo y a un montón de artistas que merecían estar allí.
–¿Para los folkloristas tradicionales seguís siendo un rockerito infiltrado y para los rockeros un folklorista?
–No, por suerte ya no. Tanto a unos como a otros les puede gustar lo que hago o no gustarles, pero cuando hablan de mí dicen simplemente: “Ahí va León”. Si de algo me puedo sentir contento es de haber superado esas barreras.
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