–Cuando recurre a la imagen del parque de diversiones para describir su vida, ¿apunta a que todo fue diversión y placer?

–No, hablo de un parque de diversiones desde el punto de vista del grado de exhibición. Lo que les voy a decir ahora no es una pálida sino la pura verdad: sale esta noticia del Oscar y mi teléfono empieza a sonar. Dentro de dos meses muere esta noticia, mi teléfono deja de sonar y vuelvo a mi soledad, a mis dudas, a mis inhibiciones, a mi mundo. Se estrena Gatica y me apabulla el teléfono a llamados, periodistas que piden notas, gente que quiere estar en contacto conmigo. Si paso un tiempo sin eso, el teléfono enmudece de nuevo y yo vuelvo a quedarme solo como el primer hombre. El que no asume esa realidad de nuestra profesión, en la que uno es un producto de consumo, está perdido. Lo único que te salva de eso es tu intimidad, tu conciencia y los afectos reales, aquellos que te llevan a comer un asadito con la gente a la que querés. Triste de aquel que se cree todo lo demás, porque ése va a vivir al borde del suicidio. Yo no me creo nada de todo esto. Me alegra muchísimo el hecho de que la gente del ámbito de la cultura elija un trabajo mío para intentar llegar a un Oscar. Lo que no puedo es creer que esto va a cambiar mi vida. Si no cambié hasta ahora, no cambio más. Como diría Perón: “Yo ésta la conozco de verde”. Y mientras no tenga el Oscar en la mano, todas son quimeras.