VERANO12 • SUBNOTA
El muchacho ha recorrido un largo y sinuoso camino: de Abuelo de la Nada a chico pop; de ahí a rockero perdedor, a Rodríguez de importación y –finalmente– solista de éxito. En este diálogo exclusivo con Página/12, desde un hotel de San Sebastián, en plena gira como telonero de Bob Dylan, Andrés Calamaro revela los agujeros negros en la vida de una estrella, cuáles son sus enfermedades (“el insomnio, la soledad y las canciones”) y cómo salir vivo de allí.
1998 fue el año en que AC descubrió los alcances de la teoría de la relatividad de la peor manera posible. El año en que AC vivió en peligro y a solas: “Una cosa es ser solitario y otra es estar solo. Solitarios somos todos. Yo estaba orgulloso de ser un solitario. Pero estar solo... fue tremendo. Me quedé solo en Madrid en un mes que no me acuerdo del año pasado. Adentro de una esfera a miles de metros de profundidad. Y cuando uno se queda solo de noche, llega un momento en que dice no duermo más. Y pasa un día, y pasan dos días, tres...”. Honestidad brutal es eso. Más allá de las diferentes épocas de las canciones y la manera de grabarlas, es la hoja de diagnóstico de un tipo bien acompañado pero cantando a solas, variando y desvariando sobre un mismo tema: el descubrimiento o la invención de la soledad como socio del silencio, con la autoridad del dolor y el ambiguo orgullo que da sentirse el primero en contraer el virus. La enfermedad soy yo y Yo vengo a ofrecer mi corazón, pero más para la disección que para el trasplante. “Una crisis de los cuarenta antes de los cuarenta. Vos viste que los hombres creen que tienen dieciocho años hasta que tienen veintiocho. Y un día se miran al espejo y se dan cuenta... El otro día filmé un video con una chica de veinte y yo la llamaba todo el tiempo ¡Marte ataca!, hasta que se ofendió y me preguntó por qué le decía así. Le contesté que, por su edad, no había nacido en el mismo planeta que yo. No quedó muy convencida.”
Instantes después AC continúa su monólogo: “Mis enfermedades, me preguntabas. Mis enfermedades son el insomnio, la soledad, las canciones..., escribí mucho sobre eso. No sé, a mí no me gusta pensar que mis taras tienen que ver con mi parto o con mi infancia o con la leche materna. Me da un poco de vergüenza acogerme a esa coartada a la hora de justificar ciertas actitudes mías. Es muy fácil excusarse con Freud. Lacan es más impiadoso y desinfecta mejor, creo”. Ciertas actitudes, novísimas costumbres argentinas de AC: construcción de armas de guerra a partir de bates de béisbol; destrucciones varias en coquetas disquerías. The Wall protagonizada por un joven porteño de Barrio Norte. “Sí, The Wall, pero también The Door, The Floor, The Window, The Ceiling...”, recuerda AC. Todo empezó después de Alta suciedad: “Ahí fui encumbrado como un gran letrista. Y convengamos que no se trata de mi punto más alto. Las más completas”, y aquí hay que aclarar que AC se refiere a “Media Verónica” y “Elvis está vivo”, “apenas son letras inteligentes. Y eso bastó para que fueran consideradas muy buenas. Lo mismo pasa con ‘Nadie sale vivo de aquí’: yo nunca me creí la leyenda de que era una ópera magna. Tiene algunas trampas y alguna canción buena. Ante Honestidad brutal las letras de Alta suciedad no existen. Pero no fue fácil. Costó. Mucho. Tal vez demasiado. Todavía estoy pagando”.
Se refiere a la caída para arriba de Honestidad brutal de varias maneras, siempre ominosas más allá de la sonrisa torcida. Por ejemplo: “Saigón” (“Yo estaba como Martin Sheen: mirando en la cama cómo giraba el ventilador y con ganas de volver al frente”). O bien: “El fin de semana perdido” (“Hubo un momento muy eufórico y muy terrible en que estuvimos seguros de que alguien no iba a llegar al final de la grabación. Era como jugar a la ruleta rusa. Hacíamos apuestas. Primero perdimos un ingeniero de sonido; después me perdí yo. A ver si me encuentro un día de éstos, ¡ja! Mucha gente se asustó. Es cierto: fabricaba armas para defensa urbana y se me dio por filmar ciertos videos y clavar clavos en las paredes a las cuatro de la mañana. Pero el rock and roll existe y, qué querés que te diga, a mí me parece una etapa ideal para vivirla en un año terminado con tres nueves. Además, no conozco a nadie que haya vivido un año con tres nueves antes”).
Sombra terrible de BD: “Menos mal que me agarró ahora El Síndrome BD... en los ’70 me hubiera arruinado la carrera, ¡ja!”, dice AC. Pero una cosa es ser comparado con BD (lo que no está mal) y otra cosa es buscar ser comparado con BD (lo que no está tan bien). AC mira a los costados y se hace el distraído: “Yo soy un músico y él es el más grande. ¿Y a quién no le gusta parecerse al más grande? En el rock, hoy, hay nada más que dos personas en las que se puede confiar: una es Keith Richards; la otra es BD. Pero hay que tener bien claro lo que le dijo BD a Richards: que él podría haber compuesto ‘Satisfaction’, pero los Stones nunca ‘Desolation Row’. ¡Ja! Yo escribí una canción de quince minutos y la canté nada más que una vez y casi me vuelvo loco del terror... Pero qué culpa tengo de que mi nariz se haya decidido de golpe a aceptar su herencia judía y yo pase a formar parte de los judíos importantes, ¡joder! De un tiempo a esta parte pienso en la grandeza de los futbolistas: son como tenistas pero con dos alemanes persiguiéndolos todo el tiempo para pegarles patadas... Después los conocés y te das cuenta de que, además, no son estúpidos. Digo esto porque en la Argentina se dice la palabra maestro con irresponsable ligereza. No sé, a mí no me gusta que me digan maestro en la Argentina. En Argentina se dice boludo y divina con la misma liviandad. No me interesa ser un maestro a la argentina. Y BD es el mejor ejemplo de un maestro sin fronteras. Sale al escenario con la misma intensidad con que Mike Tyson sale al ring. A matar. Y si yo me parezco mínimamente a eso, bueno, no tengo ningún problema”. Lo cierto es que AC no se parece demasiado a BD, al menos esta noche: AC cantó serio, quieto y acústico; BD cantó sonriendo, dando saltitos y trepado a una primera guitarra eléctrica (“Me parece que, por suerte, BD cambió el vodka por la cerveza”, diagnosticó AC desde abajo del escenario con ojo experto). AC va de ida y canta para abajo; BD viene de vuelta y canta para abajo. Es cierto: en algún lado se encuentran, o se encontraron. Fue un alivio para AC, porque estaba preocupado por el hipotético enojo de BD ante la inclusión de su “Seven Days” en la lista de temas del telonero de luxe. Y también porque el telonero de luxe había tenido la osadía de llegar tarde a uno de los shows de este tramo de la legendaria gira Never Ending Tour, bautizado por el mismo BD como “The Don’t Be Late Tour”. No hay fotos del encuentro entre AC y BD, ni hace falta. AC lo cuenta –pide contarlo él– desde su columna de los martes en el madrileño Diario 16: “El áspero Bob, el amargo, también es dulce, es cálido, estrena una sonrisa para mí: lo alarmante es que eligió a otro canalla (...). Hoy le cambio veinte años menos por dos ojos azules que no sirven para ver más allá de nuestras gloriosas narices (...). No hizo falta ni pensarlo y los dos estábamos hablando como dos locos con cosas en común, algunos llaman a eso Amistad. Cosas como ¿tocás en más conciertos de la gira?, o ¡qué guitarras las de hoy, jefe!, o muy buena la de Elvis. Como si hiciera falta hablar (...). Será por eso que se hacen realidad los sueños que no me atrevo a soñar por no dormir. Nunca duermo, estoy seguro de que no fue una excepción. El desapareció a la vista de todos y yo me quedé a saludar a los músicos, mis compañeros. Estoy en el hotel, es tarde, y los ojos se me vuelven azules. Podría tener veinte años más y no me daría cuenta. En alguna parte, El tiene veinte años menos”.
Así fue como BD le dio el alta a AC: el alta por lo más alto. Y todavía faltan nuevos posibles encuentros entre AC y BD: en Madrid y Valencia y Málaga y Granada y Zaragoza y Barcelona.
Tal vez –seguro– la mejor vacuna sean las canciones. Treinta y siete. Una por cada año de vida de AC. Partes del virus que se inyecta en dosis mínimas pero contundentes, definitivas. Veneno en pequeñas dosis para acabar volviéndose inmune al veneno. Cintas que viajaron durante doce meses en “una valija legendaria que, me dicen, fue quemada por los ejecutivos de la Warner a modo de exorcismo una vez que se terminó la grabación. Alguien sugirió ponerla en un museo, pero les dio miedo que yo la agarrara de nuevo para seguir grabando. Tenían razón. La gente se asustaba y yo seguía escribiendo, mientras confeccionaba mis cada vez más sofisticadas armas para defensa urbana”. Canciones escritas todas en el estudio y la mayoría terminadas a medida que se grababan, en sesiones de cincuenta horas “con la sensación de un revólver frío en la nuca. Todos los músicos involucrados en profundas crisis sentimentales o a punto de. Si no estabas divorciado o divorciándote no tocabas en Honestidad brutal”. La clásica inmediatez de ciertos clásicos se pone de evidencia al oírlas en el compact y en el escenario, donde el estreno de “Te quiero igual” (reescritura consciente o inconsciente del “I Want You” de BD) es coreada por el público ya a la segunda estrofa, como un virtual greatest-hit antes de llegar a las bateas y a las radios. Tal vez ése sea el gran mérito de Honestidad brutal: hacerle los honores a su nombre (del mismo modo en que el manipulador Alta suciedad le hacía honor al suyo) presentando canciones que se dispersan como esquirlas de una misma gran canción. Ecos que ya estaban en “Con los Dientes Apretados” o “Pasemos a otro tema”, en “Me olvidé de los demás” o “No me pidas que no sea un inconsciente”. No es fácil escuchar Honestidad brutal de un saque. Por momentos recuerda a Lawrence de Arabia, en la duración y en la intensidad de su impacto. “Es mi Apocalypse Now! y mi Martín Fierro”, define el gaucho-marine AC. El intervalo entre compact y compact no puede estar mejor ubicado, porque escuchar sin una pausa y seguidas “Con Abuelo” y “No Tan Buenos Aires” puede ser demasiado para demasiadas personas. Pero ya se sabe que el Síndrome del Poeta Fértil es altamente infeccioso. Después de todo, qué era “Mil Horas”: ¿una canción sobre un soldado en Malvinas o sobre un junkie esperando a su dealer? Lo mismo podría preguntarse sobre Honestidad brutal: ¿es un disco sobre una crisis privada o una catástrofe universal? ¿Su Vietnam o nuestro Vietnam? Da igual. Pero se sabe que las verdaderas buenas canciones son aquellas que, al oírlas por primera vez, uno siente que pudo haberlas escrito, por más que uno sea veterinario o arquitecto. Multiplicar ese terrible efecto por treinta y siete y sentarse a esperar la onda expansiva frente al equipo de sonido con un vaso vacío en la mano. Por momentos, Honestidad brutal agobia, por momentos provoca carcajadas histéricas. Porque, se sabe: AC es uno de los pocos rockeros argentinos con sentido del humor y sin anestesia a la hora de ponerse y explicarse por escrito. No alcanzan los dedos de las manos y los pies para contar hasta treinta y siete. Hagan la prueba.
1) El Día de la Mujer Mundial: “Escrito en la carretera camino a Tandil. Un poco misógina pero no tanto: rencor, sí, pero con baba. Lo grabamos el primer fin de semana. Ese fin de semana en que vi que la canilla estaba abierta y pensé que había empezado y que terminaba el disco. O los primeros diecinueve temas. Después no encontré ningún motivo válido para no seguir huyendo hacia adelante. Así que seguimos un año”.
2) Te quiero igual: “Tiene varios homenajes y citas a partir de cinco frases: una de Fito, inmediatamente seguida por una de Sabina. Los pongo juntos. La única con melodía instrumental y no cantada. En cuanto a la comparación con BD, bueno, gracias otra vez. Pero mi ignorancia es enorme y mis habilidades pequeñas. Como dice Sabina de BD: No entiendo la letra pero sé que algo tiene que ver conmigo. Eso”.
3) La parte de adelante: “Una canción que ya existía, que siempre la tuve y que tardé demasiado en grabar. Le tengo respeto y miedo. Te das cuenta de eso porque mi voz está sobregrabada. Cuando mi voz está así es que se trata de una de esas canciones. Fijate en mis discos. Es una canción de varón domado y feliz, escrita mientras ves a tu chica pasearse por la casa y ni se te pasa por la cabeza que esa chica va a abandonarte. Tal vez por eso es una de las favoritas de las mujeres”.
4) Clonazepán y Circo: “Claro exponente de la lírica Fin de semana perdido. Todavía faltaba un año para terminar y quién podía imaginarlo. Un tema latinoamericano porque hay mucha cocaína. Clonazepán es el nombre técnico del Ribotril y la canción muestra todo lo que aprendí a partir de Emotionally Yours de BD. Cuando me digan que se parece a él, voy a preguntar a cuál de todos los BD y van a tener que contestar Empire Burlesque. Si no, wrong answer”.
5) Los aviones: “Sonido de infancia. 69. Bossa-nova. Una canción muy Di Tella”.
6) Más duele: “Serge Gainsbourg. Funk. Algún día me gustaría grabar todo un disco así”.
7) Cuando te conocí: “Escrita en un avión leyendo la letra de Tangled Up in Blue de Blood on the Tracks. Después me estrellé”.
8) Prefiero dormir: “Pertenece a la época de la Cápsula, de la Esfera Solitaria, en Madrid. Grabar y grabar y grabar hundido en el fondo del mar”.
9) Jugar con fuego: “Otro sueño hecho realidad. Y ni lo había soñado. Escribir con Mariano Mores y darme cuenta de la diferencia entre un compositor y un vago que escribe canciones. ¡Me hizo ir diez días seguidos a su casa! Aprendí mucho. Y le hizo un elogio irrepetible a mi faceta de cantante. Me comparó con el mismísimo último Gran Gladiador. Me ofreció seguir componiendo juntos; pero la verdad, me parece que lo único que quería era seguir escuchando su piano, ¡ja!”.
10) Maradona: “Un periodista de rock argentino lo comparó con una jodita para Tinelli. Mi definición de periodista rock argentino: aquel que escuchó tres discos y se compró una birome. La canción es el rescate del individuo por encima de cualquier rito masivo. Me acuerdo cuando a los doce años caminábamos con Charlie Feiling por la calle Corrientes y decíamos: Ajjjjjj... ¡Qué asco, la masa! El desprecio por la multitud muy propio de los intelectuales de Buenos Aires. Yo no sé si soy intelectual, pero de Buenos Aires soy, seguro”.
11) Una bomba: “Algunos pasajes pueden ser considerados machistas. Un poco stone y sacando pecho. Por eso toco el bajo. Pobrecito de mí. Todavía no estaba destruido del todo y no me daba cuenta de las desgracias que se me estaban por venir encima”.
12) Socio de la soledad: “Confesar un dolor que no duele pero sospechando que va a doler más tarde. La música es ese lugar donde por suerte nada hace daño. Entonces, como no queremos sufrir, lo escribimos, para hacer tiempo”.
13) Son las nueve: “Una canción prohibida para menores. Canción de síndrome. Mi ‘Wild Horses’. Al principio se llamaba Son las tres, pero para cuando terminé de escribir ya eran las nueve. Uy, ya es de día. A veces pasa”.
14) Las dos cosas: “Un reggae que respeta la arquitectura del reggae. Pete Tosh. Y una frase fundamental: Entre olvidar y recordar me quedo con las dos cosas. Tomá. ¿Pollo o pescado? Las dos cosas, van a responder los hambrientos de Argentina. Y los drogadictos ni te cuento”.
15) Veneno: “Jam-session. Terminamos de tocar y dije qué lástima que no se grabó. Sí se había grabado. Hicimos otra toma y escribí la letra en veinte minutos. Saqué toda la parte de know-how drogadicto”.
16) Ansia en Plaza Francia: “Una época mía que duró años y que terminó de la peor manera. Está mi hotel y parte de la historia argentina y de la historia de Cacho Fontana. Y de la mía”.
17) Paloma: “Canción con frases de ésas que me gustan. Detalle importante de mis canciones: la frase que se recuerda. Pero voy a tardar como un año en aprender a cantarla”.
18) Con Abuelo: “Se iba a llamar Sin Miguel y Dani Melingo me convenció, sin esfuerzo, de cambiarle el título. Tocan cuatro Abuelos de la Nada y tardé diez años en escribirla. Fue mi canción número cien de Honestidad brutal. Se acabó ahí. Y está todo dicho”.
19) No tan Buenos Aires: “Me pone la piel de pollo cada vez que la escucho. Si me tienen que recordar, que me recuerden por ésta. Cuando la pasamos en el estudio, alguien me preguntó: ¿Alguna vez viste a un tipo de cien kilos y cuarenta años llorando por una de tus canciones?. Le contesté que no. Me señaló a uno ahí tirado”.
20) El tren que pasa: “Es como la valija de Pulp Fiction. El destino”.
21) Victoria y Soledad: “Escrita el 31 de diciembre en la quinta de Fito. Cantan algunos de los Auténticos Decadentes con demasiada alegría para haber sido escrita por alguien que, insisto, está a punto de ser abandonado por su mujer”.
22) Mi propia trampa: “Una cumbia. Una cumbia fina. No sé lo que es. Tampoco puedo contar demasiado sobre la letra y su coyuntura. Material altamente confidencial y clasificado”.
23) Negrita: “La honestidad brutal: esas canciones que uno escribe pero no quiere escuchar. Otra para que lloren los gordos”.
24) Voy a dormir: “No comments. Canción para chica con novio polista”.
25) Eclipsado: “Eclipse en el Luna Park, otro sitio histórico argentino: box, Circo de Moscú, actos políticos, Holiday on Ice, Perón conoció a Evita. Surrealismo privado”.
26) Mi quebranto: “Escrita en Corrientes. Lindo lugar donde yo sufría agarrándome la cabeza y el promotor –alguien que, seguro, tenía problemas en serio; mis problemas eran aire– me decía todo el tiempo y burlándose un poco: ¡Cómo me gusta tu quebranto! Gran tipo”.
27) Me pierdo: “Para sufrir. Me hace reír. Detalle a consignar: tocan músicos que son felices con sus mujeres”.
28) Hacer el tonto: “Mi progresiva mexicanización. Una ranchera rigurosa y lo que importa es la letra. Ultima del Fin de semana perdido y extravío de técnico de grabación. La grabé desnudo luego de intentar infructuosamente que se desnudaran todos en el estudio. Un par de días después vino Maradona a ponerle coros. No se desnudó. Y la verdad que yo no me atrevería a desnudarme frente a Diego”.
29) Naranjo en flor: “Con Espósito y grabada en Madrid. Se me rompió la copia. Y encontré otra. Por suerte”.
30) Aquellos besos: “Post-rock. Steely-Dan argentino. Con Gringui Herrera. Cuando la escuché grabada, lloré por primera vez en mi vida adulta, aunque para mí todavía no empezó la adultez... Fue el momento en que decidí no dormir nunca más. Y casi lo logré. Hice cráckate”.
31) No son horas: “La idea era grabarla con Soledad pero en la compañía no tuvieron visión y se perdieron una gran oportunidad de prolongarle la carrera a una chica tan joven. La grabé ese fin de semana. ¿Ya dije que pensé que tenía un disco y faltaba un año?”.
32) Las heridas: “Otro momento de honestidad brutal”.
33) Hay: “Letra de Corcovado. Reconozco que tiene un nivel poético que yo no alcanzo”.
34) El ritmo del lunes: “Letra escrita junto a Moris, cuando yo todavía vivía en la Argentina. Un lunes en el bar Oviedo de Santa Fe y Pueyrredón. La escribimos en servilletas. Pasé muchos años editándola. La grabé, se la mostré a Moris, le pregunté si le gustaba. No, me respondió”.
35) ¿Para qué? y 36) No va más: “Van juntas. Una gran pregunta y una pequeña respuesta. Toca Pappo, que alguna vez dijo que lo único que tenía yo de negro era el agujero del culo. Ahora me respeta un poquito más”.
37) La parte de atrás: “Reprise y versión fallida con guitarras preciosas. Para alcanzar el número treinta y siete de mi edad. Mi slogan es Say Say Say More More More”.
Dice que, cuando uno despacha de una vez por todas una canción, se cierra la herida. “Yo tengo la suerte o la desgracia de que muchas veces mis canciones se dan cuenta de lo que me pasa o me va a pasar antes que yo. En ese sentido, Honestidad brutal es un disco terriblemente futurista en lo que a mí concierne. Una chica en Buenos Aires me miró a los ojos y me dijo que estaba viviendo mi última encarnación. Le pregunté qué tenía de bueno eso. Me contestó: Que adivinás las cosas. Hmmmmm... Yo siempre me preocupo por sentir verdaderamente algo, a la hora de sentarme a escribir. Aunque no sea algo que me esté pasando. Me preocupa hacer mío ese sentimiento durante el tiempo que tarde en escribir la canción. Aunque a veces el método se convierta en un búmeran. Ya lo dijo BD: Para vivir fuera de la ley tenés que ser honesto. Pero, bueno, la cosa es que Honestidad brutal está terminado, va a salir y es el momento en que empiezan a sufrir los demás. Para mí es el adiós a Saigón y el lunes después del Fin de semana perdido. No sé... Hace poco leí en El País que el talento musical no existe, que es una de las tantas formas de la inteligencia. Simple cosa de neuronas. Leer eso fue un gran alivio. Supe entonces que el talento es una farsa y que es legítimo pulirse y mejorar todo el tiempo. A mí me preocupaba sentirme dotado, privilegiado, y que todo se fuera volviendo raro progresivamente...”
Le digo a AC que días atrás leí una rara y reciente entrevista telefónica otorgada a un periodista australiano en donde BD hablaba un poco de eso. Decía: “Díganme algo que no sea raro. Todo es surrealista. Me tomó un tiempo sentirme cómodo con eso pero lo he conseguido. Ahora ya no sé lo que es raro y lo que no lo es, y soy una persona más feliz”. A AC le brillan los ojos: “¿En serio que dijo eso? ¡Qué alivio!”. Se acaba el casete y se acaba la noche, afuera llueve y San Sebastián es una ciudad zelig-esquizofrénica: una que podría caber en cualquier país de Europa y no desentonar. AC dice que no quiere quedarse solo y que no puede dormir –o viceversa–; propone escuchar los casetes de la entrevista y contar las ocasiones en que se mencionó a BD. Le digo muy en serio que ni en broma y AC comienza a destruir una ensalada (AC necesita destruir lo que come). Le digo que en un recuadro de la entrevista a BD ubican al tipo ese que le gritó “¡Judas!” en 1966 y que el tipo se llama Keith Butler. Butler significa mayordomo en inglés: el mayordomo lo hizo. A AC le dijeron que BD se disfraza para ir a escuchar –de incógnito– su set acústico en esta gira española. Yo le digo que, en la entrevista, BD se preocupa de que ya no aparezcan cantautores jóvenes llamados Hank. “Nos faltan Hanks en el negocio”, se queja BD cuando le preguntan a quién de los nuevos escucha. “No digás que dijo eso...”, dice AC mientras abre la puerta de la habitación. Se queda callado unos segundos y después sonríe.
“Hankdrés Calamaro”, dice AC.
Y cierra la puerta.
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