Mar 27.02.2007

VERANO12 • SUBNOTA

“ME ABURRO BASTANTE”

Cuando promediaba la carrera de Odontología sospechó que lo suyo estaba en otra parte. Después de muchos años de dedicarse a lo que genéricamente se llama humor, Gasalla no se distiende fácilmente: vive haciendo gala de una particular conciencia de las cosas y los seres que lo rodean.

–¿Usted se aburre, Gasalla?

–Ehhh... sí.

–¿Mucho?

–Bastante. Yo sé que por ahí es como una cosa frívola, o una enfermedad de este siglo, pero yo me aburro bastante.

El sigue en la misma postura, con los brazos cruzados sobre la mesa, pero la palabra aburrimiento le ha hecho abrir desmesuradamente los ojos y la mirada inexpresiva de antes se hace desconfiada, curiosa.

–...

–Bastante. Me aburro bastante. Siempre se piensa bien de uno y por eso creo que yo tengo una cabeza tan rápida que hay cosas que... que... no me siento superado, pero bueno... me aburro. Hay lugares a los que entro y siento que de lo único que tengo ganas es de salir corriendo. ¿Por qué lo decís?

La pregunta, venida de la nada, traída de los pelos, lo deja inquieto. Eso está bien, mientras no descubra que son palos de ciego. Al fin y al cabo un hombre de cincuenta años, clase media, inteligente, es normal que se aburra.

–Me pareció.

–... Me aburro... qué sé yo. Yo me divierto mucho trabajando. Que es meterme en este mundo que yo me creo, me invento, pero no está apartado de la realidad. Yo... todavía hay gente que me dice fui a tal repartición y había una empleada así y así. Y no la saqué de ahí... Yo siento que la realidad me pasa... porque yo no estoy tan informado tampoco, no salgo a ver maestras, ni salgo a ver viejas. A mí la realidad me pasa por ese lado, observo. Me divierto con cosas con las que nadie se divierte. Eso por ahí hace que uno esté alejado de la diversión de todos los demás.

–Le interesa la vida.

–Sí.

–¿Como espectáculo?

–Sí y me interesa la gente como espectáculo, me parece que tendría que haber una vuelta a mirarnos nosotros mismos. Yo soy espectador de lo que pasa en el país lo mismo que cualquiera, no espectador... lector de diarios, de noticieros. Todo lo que nos ha pasado este año es maravilloso, es maravilloso ver cosas como éstas, el Narcogate, debates, River-Boca, la Ferrari. Y sí, a este chico se lo echa de la escuela, tiene que dar todas las materias y quedamos todos tranquilos. El día que la profesora dijo por televisión “medida e-jem-pli-fi-ca-do-ra”, pensé no-pue-de-ser, no-pue-de-ser. Te juro, estaba solo en mi casa y pegué un grito, enseguida sonó el teléfono. Me llamaban para saber si lo había visto. Es un destino maravilloso estar viendo pasar delante nuestro todo esto. Estar ahí. Dicen que los argentinos tenemos como un resguardo para vivir, logramos que las cosas no nos afecten, ¿viste que nos pasan cosas horrorosas y al otro día todo está igual? Pasan por el costado. Una forma de supervivencia.

–Lo contrario sería un reventón diario, hasta el reventón final.

–Es un reventón pero sin consecuencias. Lo del chico, bueno, necesitará una reprimenda, pero si de lo que se trata es de cortarles las piernas a todos los chicos de quince años... ¡Qué país! Además lo dicen todos, lo dicen los libros, a esa edad estás medio incontrolado. Quince amonestaciones y comentan “algo habrá hecho”. Es terrible, terrible que se vuelva a pensar “algo habrá hecho” porque un chiquilín tiene quince amonestaciones.

–¿Y qué es lo que le aburre sobremanera?

–Los esparcimientos que están inventados para los seres humanos, salir los sábados, ir a una discoteca, a un restaurante a comer, juntarse con los amigos a hablar de pavadas o mal de los demás, todo eso. Pero a lo mejor forma parte de lo que pasa cuando uno está en estas profesiones públicas. Nosotros vivimos rodeados de un montón de neurastenias nuestras y de todo el mundo. Salís a la calle, te marcan con el dedo, el autógrafo. Es duro convivir con todo eso. Hay gente a la que se le hace una piel como de cocodrilo, se tiñe de rubio, se opera la cara y es una estrella, ¿entendés? Pero si uno quiere una vida normal, no tenés una vida normal. Entonces el entretenimiento es juntarte en tu casa, leer, escuchar música o largar todo en el trabajo.

–¿Y los domingos?

–No, el domingo es terrible. El domingo es fatal para cualquiera, es para dormir. Yo, por suerte, no sé si por intuición o porque me fui organizando la vida para grabar el viernes, terminar muerto, dormir todo el sábado y abrir el ojo el domingo para empezar la semana. Yo el domingo, arrastrándome, empiezo a pergeñar el programa de la semana siguiente. No es una vida divertida como la gente cree, pero la mía es divertida, yo no tengo ningún día igual al otro. Uno se inventa cosas también. Yo me entretengo mucho conmigo mismo.

–¿Y qué le gusta hacer con usted mismo?

–Escribo otras cosas, dibujo, tengo la intención de largarme a pintar. No soy un aficionado común de la pintura. Me cuesta mucho tener cuadros en mi casa porque me aburro de verlos. Va a parecer que en mi vida es todo un gran aburrimiento, pero me cansan. Los veo, los veo, los veo y me hartan. Los cambio de lugar, los pongo por el suelo.

–A ese ritmo también cambiará muebles.

–Cambio muebles de lugar todo el tiempo. Y me mudo mucho, me acabo de mudar, pero hablemos de otra cosa porque voy a quedar como un loco. Pero mirá, hay un montón de muebles de mi casa a los que les puse ruedas para poder correrlos más fácil. Yo supongo que eso pasa también por la estandarización de la vivienda, los arquitectos hacen cosas para una familia tipo y yo recién vivo ahora en un lugar que no tiene códigos, es un loft, una especie de galpón gigantesco. Eso de las piecitas, los cuartitos y los saloncitos... Estamos terminando un siglo, seguramente vendrá también una nueva manera de vivir. Esto a lo mejor escandaliza a los que hablan de la familia, la célula básica. Pero habrá que aceptar que hay un montón de gente que vive sola, y cada vez es más la gente que vive sola o de a dos. De esos cambios me gusta disfrutar. A mí me parece que no está mal que se nos modifique la vida.

–El cambio y la intimidad son dos buenos temas. ¿Qué hace usted de puertas adentro?

–Soy un adicto a los videos. Leo, pero varias cosas a la vez y desordenadamente; sobre todo me interesan temas como los chamanes de México, la vida después de la muerte.

–¿Usted cree que tendrá una?

No ha pasado media hora y la puerta del estudio se abre atrás. Es posible intuir la presencia de Claudio Villanueva que hace morisquetas para avisar que el tiempo corre. Hasta que Gasalla no dé señales, la consigna será ignorar a Villanueva y sus horarios. Inflexible, este muchacho alto se sienta a un costado, contra la pared, y repasa en un cuadernito lo que seguramente será una cronología de actividades.

–Por supuesto que creo que no hay un fin total después de la muerte. Sería demasiada presunción creer que este cuerpo al pudrirse arrastre el alma. Que se muere todo debajo de la tierra, eso sería espantoso. También hay elecciones para creer...

–¿Y eso qué tiene que ver con lo religioso?

–No sé, porque religión es una palabra complicada. Iglesias, sacerdotes, Vaticano. No me divierte pensar en eso. Yo creo que lo religioso forma parte de nuestro espíritu, de nuestra alma. Yo creo que hay conceptos que después ponen en un papelito y transforman en doctrina, pero se puede vivir con ellos sin leer la doctrina y sin ir a la iglesia, lo bueno y lo malo, la moral y la ética. Nuestro trabajo es nuestra obra, no es la pura supervivencia para pagar el alquiler.

–¿Por qué sus personajes son casi exclusivamente mujeres?

–Hay un montón de conflictos de marginalidad que yo entiendo mejor a través de la mujer. Por ejemplo, la decadencia de la clase media. Cuando lo hice en teatro, para mí era más “teatral” hacerlo dentro de una casa, con la mujer lavando la ropa y luchando con los hijos, que mostrar al marido trabajando catorce horas por día. La otra parte me resultaba medio imposible de hacer. Después porque también hay algo de lo profesional, de yeite actoral porque me salen mejor ciertos personajes que son caricaturas y, ahí lo confieso, las cosas que me salen bien no las voy a modificar. Yo siento ciertas carencias, pienso a veces que quisiera encontrar a alguien que me dirija o una obra que me venga bien.

–¿Lo que en una mujer es caricaturizable en un hombre sería dramático?

–No, esas conclusiones pueden aparecer después. Una tipa tímida es distinta de un tipo tímido, un tipo tímido tiene amigos que lo llevan y le abren puertas. Esta mujer, la Soledad, vive sola, ésa es una determinación que toman muchas mujeres y después sienten que el mundo se les viene encima; la vieja es la vieja porque las viejas viven más que los viejos. Son las que llevan la bandera. Por ahí son justificativos que yo me busco.

Calviño ha confesado antes, sin Gasalla, que está conmovido con Soledad, que el personaje desgreñado, feo, con esa carterita antigua y esa manera torpe y vergonzante de moverse le toca un punto que no logra identificar pero supone que es el de la semejanza con algo propio. Y descoloca nuevamente a Gasalla cuando es quien pregunta, desde el costado.

–¿Soledad de dónde sale?

–Yo trato de que los personajes sean conceptos, es decir, no la pura observación de una persona real, trato de que pueda definirse con la menor cantidad de palabras. Y Soledad es la paranoia, encarna las frustraciones que tenemos todos, en un mundo donde nada es seguro, donde uno tiene que estar preguntándose todo el tiempo “lo hago o no lo hago, lo digo o no lo digo”, o “¿qué van a pensar de mí?”.

–¿Pero usted hizo algún estudio corporal previo para componerla?

–Eso, modestamente, es trabajo de actor. Yo no soy de los actores que para hacer un ciego necesitan vendarse los ojos, caminar por el barrio a tientas.

Debe ser cierto lo que asegura porque Villanueva puede mantener la prescindencia y larga una carcajada desde atrás, sin separar la vista del cuadernito.

–...y sí. Hay gente muy seria que para hacer de loco se interna previamente en un manicomio, por ahí sirve. Pero a mí lo que me gusta es inventar el personaje, aunque tampoco pensar mucho. Si uno se mete en la actitud del que tiene miedo, desconfianza, timidez, hay un montón de cosas físicas que salen si se tiene el instrumento afilado para ese tipo de trabajo. Cuando un tipo en el puerto tiene que levantar un bulto, no sabe cuánto pesa, pero la intuición le sirve para un cálculo de lo que tiene que cargar. A los actores les pasa lo mismo. Hay cosas que se te acomodan solas en el físico.

–Me pareció que a pesar de la fealdad de los personajes hay una actitud pietista hacia ellos, es tierna a su manera.

–Sí, a lo mejor, lo que no hay es competencia como actor, pero los quiero mucho, son como pedazos de nosotros, y creo que hay que querer las cosas feas que uno tiene. Si uno aprende que uno es todo, lo lindo que se cree, más todo lo otro, bueno, eso es el equilibrio. Yo creo que este personaje le sirvió a mucha gente, a muchas Soledades o a muchos Soledades que andan por ahí. Ella, en el fondo, es una gran luchadora.

–¿A esas vidas les imagina un fin? ¿Caminan hacia cierto lugar o no van a ninguna parte?

–¿Y vos creés que caminamos hacia un lugar preciso? Yo creo que nosotros somos el presente y nada más, pero implica meterte en la vida de ellos; una manera monstruosa es hacer una novela de una manera cruel, de a puchitos. Con Soledad yo tengo pensadas muchísimas cosas, pero la técnica del guión y la técnica de la novela supongo que las ordenás y las hacen crecer de manera diferente. Esto de mantenerla en el presente se parece a la historieta, como Mafalda, que siempre está ahí, igual, en presente, que es lo único que tenemos. Nosotros somos el presente, un día miramos al espejo y comprendemos que tenemos diez años más. Para mí ésa es como una consigna, no digo rechazar la nostalgia, pero sí disfrutar del momento que se vive.

–¿Cuántos años tiene?

–Cincuenta.

–Es decir que pudo haber sido un joven de los sesenta. ¿Registró qué estaba pasando?

–Los viví con bastante ingenuidad pero supe que era el momento más lindo de mi vida. Yo había hecho bastantes cosas a contrapelo: había hecho la primaria sin darme cuenta, la secundaria porque me habían mandado y había entrado a la universidad porque me habían dicho que había que estudiar. Y de golpe, como en tercer año de la Facultad ¡de Odontología! Porque mirá esas cosas, estaba estudiando odontología, cosas de la familia, yo quería ser actor. Por supuesto de esas cosas no se podía ni hablar en una casa. Me anoté en el conservatorio, me bocharon una vez, me volví a anotar al otro año y entré. Empecé a hacer las dos cosas al mismo tiempo hasta que un día dije: “Qué estoy haciendo”. Lo comenté en mi casa, se armó un lío apocalíptico, pero dejé la facultad. Entrar al conservatorio fue como prender una luz en mi vida, entendí todo lo que yo quería hacer, me daba mucho miedo, pero estaba bien. Yo no sabía nada de teatro, soy de la generación del cine, de los que consumíamos tres películas por día, por eso cuando empiezo a trabajar me encuentro contratando bailarines y haciendo cosas que tenían que ver con el cine hollywoodense que se me había metido en la cabeza. Me llevó un tiempo desprenderme de las plumas y los bailarines. Apareció además en Buenos Aires todo ese movimiento de los happenings y del Di Tella, hicimos Help! Valentino. Y, un grupo de gente, bastante gente, abrimos una puerta distinta a la actuación, aparece el café-concert, donde se manifiesta toda una generación, se incorpora la realidad al humor. Fuimos los primeros que hablamos con nombre y apellido de la gente. Lo que hicimos, sin darnos cuenta, fue empezar a hablar de la gente. Hasta allí los personajes se llamaban Sinforoso, como al estilo de la revista y Dringue Farías. Pero yo nunca accedí al profesionalismo, creo que siempre fui un profesional. ¿Por qué me preguntabas lo de los ‘60?

–No sé, lo hago un tipo de clase media y...

–Sí, clase media total, los artistas somos de la clase media y baja, son los únicos que necesitan hacer vibrar a la gente con estas cosas, con el arte. En casa fue un escándalo pero yo creo que en el fondo a mi padre le gustó. Cuando alguien se rebela, puede dar miedo, pero la rebeldía nos expresa siempre un poco a todos.

–¿El smoking del final del programa también es una fijación del cine?

–No, tiene que ver con la necesidad de algo bien presentado, elegante. No yo, porque yo no puedo ser elegante, hay gente que tiene otro porte para ser elegante, yo soy un actor que se pone un smoking, lo que ocurre es que la gente necesita casi psicológicamente cuando va a ver algo de humor que tenga lujo y brillo, para resumir las cosas de la manera más elemental. Lujo no puede dar una cortina que es de plástico, pero... la gente tiene que estar gratificada y lo que gratifica parecen ser las cosas que dan lujo. Vos hacés una cosa neta, austera, sin adornitos y para mucha gente eso es pobre.

–¿No le gusta hacer cine?

–Cine es lo que más me gusta hacer, por ahí es porque hice poco. El cine da para la gran envergadura, para la poesía, para la profundidad. Tiene todos los yeites, todos los climas y tiene además la posibilidad de potenciar. Te permite hacer La nave va o Bergman. Acá vamos a tener buen cine con el nuevo interventor, o director.

–¿Usted lo cree seriamente?

–Por qué no. No es un tipo del cine pero es un tipo de los negocios, de la empresa. Sabe cómo armar un negocio y ha armado unos cuantos. Lo puede hacer caminar.

–¿Y por qué supone que usted no ha hecho cine?

–Porque vivo acá. Porque el que filma no me ve para su proyecto. La gente de cine conoce a pocos actores, la de teatro también. Nos vemos poco entre nosotros. Creo que yo hago trabajos atípicos y por ahí eso hace que no supongan recursos. Tengo proyectos de cine con libros míos. Pero en la época de Antín tiré todas las redes y no concreté nada. Es una cosa complicada el negocio porque a partir del libro tenés que conseguir el crédito, que es un porcentaje mínimo y salir a buscar plata, hablar de la distribución. Nadie habla de la película hasta que empieza, sólo se habla de plata. Me da terror todo eso, hipotecar la casa.

–¿Qué tipo de guión está planificando? ¿Para usted?

–Tengo dos o tres. Uno de humor, bastante cruel, cargado de ironía, no te cuento porque... no te voy a contar porque...

–... las ideas no tienen derecho de autor.

–Las ideas no se matan. Después tengo otro, en el que yo, ponele, no trabajaría, que es una historia de actores, una película dentro de una película. Y después en cine haría cualquier cosa, no una mierda, pero cualquier cosa que me gustara hacer, ni siquiera el protagónico. Me fascina el cine. Hice La tregua, La carroza y antes había hecho tres comedias medio berretas con Rafael Cohen.

–¿Le irrita pensar que está ahí y no lo han llamado para otra cosa?

–No. Resentimiento no siento. Tengo la suerte grande como una casa de haber hecho mi autogestión siempre y eso también se paga porque no estás en el mercado como alguien que busca trabajo. Entonces, con lo poco que se filma, ¿por qué van a pensar en mí? Además hay como fantasmas con ciertas figuras en cuanto a lo que van a cobrar. A veces es cierto. Si vas a llenar un cine querés ganar lo que más o menos te corresponde. Nunca, cuando voy a ver una película, nunca siento “eso me lo tendrían que haber dado a mí”. Pero si mañana viene Aristarain y me dice: “Mirá, tengo este papelito que lo pensé para vos y no tengo tanta plata...” Y bueno, qué me importa. Hay un montón de placeres que uno se puede dar en la vida tranquilamente. Lo que sí me caen son propuestas para peliculitas cómicas, hacer el protagónico. Te dicen “tomá el libro y hacé lo que quieras”. Para eso me lo hago yo. Pero con gente inteligente... A mí siempre me toca actuar solo. En La carroza actué con un nene, ni dialogás con actores. Eso es; cuando en esta profesión pasás lo que es el mundo de vanidades queda el placer de una buena actuación o que te dirija alguien y te diga: “No, hacelo para otro lado”. Esto no es Hollywood, que hoy le rechazás un libro a Coppola y otro a Arthur Penn.

–Pero para un balance, las cosas no estarían mal.

–No, para nada. Lo que me pasa y que tal vez a vos te pase también es pensar “a mí me gustaría hacer un texto de Shakespeare”. No sé si lo haré, dos por tres me leo las obras de nuevo. Si me preguntaras en qué personaje me veo, me costaría. Hay un cliché que marca que los personajes de Shakespeare tienen que ser de cierta manera...

–¿Y lo que no es el trabajo? Ha hablado de trabajo todo el tiempo. Parece una figura más bien solitaria.

–Me estás preguntando de mi vida privada.

Sin que se le mueva un músculo, Gasalla se ha llenado de ira. Debe estar acostumbrado a que, de golpe y porrazo, a la vuelta de cualquier pregunta aparezca la curiosidad por aspectos de su vida que no tiene el menor interés en contar. Los ojos grandes, exageradamente grandes, se le llenan de furia. Puede ser el final. Claudio Villanueva se ha puesto de pie.

–No me interesa con quién duerme usted. Supongo, simplemente, que a los cincuenta años la vida de nadie se resume en las horas de trabajo.

–Yo soy soltero, vivo solo. No vivo solo las 24 horas del día. Tengo amigos y gente conocida, tengo historias particulares que son particulares y mi historia familiar no creo que entre en este cuento, mi vieja, qué sé yo...

Hace la enumeración con tono de inventario. Y el enojo sigue al borde del estallido.

–Quiero decir que uno no se relaciona sólo laboralmente con la gente.

–Mmm.

–... ni con las cosas.

–Mmm.

–Y la vida no es el plató.

–No te entiendo.

–¿Lo quiere más clarito? Que tiene canas, que no se las tiñe, que está por delante suyo la vejez, que a los cincuenta hay cosas que ya no se pueden hacer y otras que si las quiere hay que hacerlas ya.

–Mirá, creo que una de las enseñanzas de la vida, si se puede aprenderlas, es que se forma parte de eso que se llama género humano, o qué sé yo. Por eso te dije que aprendí a vivir el presente. Después de la crisis de los cuarenta está la de los cincuenta. Y uno se aviva de que ya no vive con esa sensación de lo interminable de los veinte o los treinta, cuando parece que la vida sigue para siempre. Hay varios caminos. Uno es angustiarte y pensar que estás envejeciendo físicamente y que pronto se envejecerá mentalmente también. Te agarra un ataque, empezás a operarte la cara, a teñirte el pelo, a volverte loco y a estar todo el día con gente joven para sentirte igual que ellos. O se decide que como hay un trabajo concreto, lo mejor es vivir el presente. Envejecer es terrible. Yo no sé si tengo un costadito de ventaja porque estoy haciendo Mamá Cora, la vieja que hace que me angustie bastante cuando estoy metido adentro de esa ropa, porque no soy boludo y sé que me falta nada para eso.

Se acabó. Es evidente que no dirá más, al menos así. El sonido del grabador apagándose es la señal para que Villanueva, de un salto, se ponga de pie, pronuncie las palabras rituales de fin de la sesión y abra la puerta. En tropel, a voces, festejando la presencia de un periodista desconocido y un fotógrafo, entra el resto de la troupe. Se besan, se preguntan por casamientos, hijos, recién nacidos y van tomando asiento delante de esa mesa que para la entrevista era de dimensiones aplastantes y ahora se llena con ellos. Al centro, siempre rígido como una esfinge, mirando a un costado y a otro, de brazos cruzados, y vencedor por K.O. Antonio Gasalla.

Nota madre

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