VERANO12 • SUBNOTA
Quédese en los miembros oscuros de los negros. Quédese en el cuerpo de la prostituta. Quédese en la carne enferma del sifilítico. Quédese en el pantano donde crece el cálamo. Quédese allí, Alma, donde le corresponde.
El Camino Abierto. La Gran Morada del alma es el camino abierto. No es el cielo, ni tampoco el paraíso. No está “arriba”. Ni siquiera “adentro”. Es un transeúnte que pasa por el camino abierto.
No se llega a ella meditando o ayunando, ni explorando cielo tras cielo, subjetivamente, a la manera de los grandes místicos. No se llega a ella mediante la exaltación o el éxtasis; mediante esos procedimientos el alma no puede recuperar lo suyo.
Esto sólo se consigue tomando el camino abierto.
No se consigue mediante la caridad o el sacrificio, ni siquiera mediante el amor a las buenas obras. Por ninguno de esos medios el alma llega a lo suyo.
Sólo lo consigue haciendo el viaje por el camino abierto.
El viaje por el camino abierto. Expuesta al contacto completo. Caminando a pasos lentos. Yendo al encuentro de todo lo que transita por el camino abierto. En compañía con los que van a la deriva, como uno, por el mismo camino. Hacia ninguna meta. Siempre el camino abierto.
Ni siquiera con dirección conocida. Pero el alma deberá conservarse íntegra ante sí misma en el viaje.
Yendo al encuentro de todos los demás transeúntes en el camino. ¿Y cómo? ¿Cómo estar con ellos y cómo pasar al lado de ellos? Con simpatía, dice Whitman. Simpatía. No dice amor. Dice simpatía. Comparta con ellos los sentimientos que ellos comparten consigo mismos. Captando la vibración de su alma y de su carne cuando pasamos al lado de ellos.
Es una nueva gran doctrina. Una doctrina de la vida. Una nueva gran moralidad. Una moralidad de la vida real, no de la salvación. Europa nunca ha ido más allá de la moral de la salvación. América, hasta nuestros días, está mortalmente enferma de salvación. Pero Whitman, el más grande, el primero y el único maestro americano, no era un salvador. no era la suya una moralidad de la salvación. Era una moralidad del alma que vive su vida, no la de un alma que se salva aceptando el contacto con otras almas que vivían su vida en el camino abierto. Nunca trató de salvarlas. Renunció a detenerlas y a encarcelarlas. El alma vive su vida a lo largo de ese misterio encarnado que es el camino abierto.
Este era Whitman y el verdadero ritmo del contingente americano que hablaba en él. Es el primer aborigen blanco.
“En la casa de mi Padre hay muchas mansiones.”
“No”, dijo Whitman. “Apartaos de las mansiones. Una mansión puede ser el cielo en la tierra, pero tanto os valdría estar muertos. Evitad en toda forma las mansiones. El alma es ella misma cuando recorre a pie el camino abierto.”
Es el mensaje heroico americano. El alma no debe acumular defensas alrededor de ella misma. No debe retirarse y buscar sus paraísos en los dominios interiores, en éxtasis místicos. El alma no irá a llorar ante un Dios, situado en el más allá, para obtener su salvación. Se adelantará en el camino abierto, y a medida que el camino se abra en lo desconocido, acompañando a aquéllos cuya alma se acerca a la suya, cuyo cometido no es otro que el de recorrer el camino y ejecutar las tareas inherentes al viaje, en el largo viaje de la vida a lo desconocido, el alma en sus sutiles simpatías, como consecuencia, se modelará a sí misma.
Ese es el mensaje esencial de Whitman. El mensaje heroico del futuro americano. Es la inspiración de miles de americanos en la actualidad, las mejores almas de nuestros días, tanto hombres como mujeres. Y es éste un mensaje que sólo en América puede ser completamente comprendido y finalmente aceptado.
Ahora nos toca considerar el error de Whitman. Su error de interpretación, el de su santo y seña: la simpatía. El misterio de la simpatía que él confundía con el AMOR de Jesús y con la CARIDAD de Pablo. Whitman, lo mismo que nosotros, había llegado al punto terminal de la gran carretera emotiva del Amor. Y porque no podía sacar ya mayor partido de ella estableció su camino abierto como una prolongación de la gran avenida emotiva del Amor, más allá del calvario. La avenida del Amor termina al pie de la Cruz. No hay más allá. Por lo tanto, la tentativa de prolongar la avenida del Amor estaba condenada al fracaso.
No siguió su simpatía. Siguió interpretándola como Amor y como Caridad, ¡Fusión!
Ahora bien, Whitman quería que su alma se salvara a sí misma; él no quería salvarla. Por lo tanto no necesitó la gran receta cristiana para salvar el alma. Necesitaba desalojar la Caridad Cristiana y el Amor Cristiano de sí mismo, a fin de dar a su alma la última libertad. El camino del amor no es un camino abierto. Es un sendero estrecho, donde el alma camina trabada por muchas obligaciones.
Whitman quería llevar su alma al camino abierto. Y fracasó en el sentido de que no consiguió salir del antiguo surco de la Salvación. Llevó su alma hasta el borde de la barranca y miró a la muerte. Y allí acampó, imposibilitado de hacer nada. Había tratado de convertir la Simpatía en una extensión del Amor y de la Caridad. Y esta tentativa lo había llevado casi a la locura y asimismo casi había determinado la muerte de su alma. Le dio su característica forzada, malsana y post mortem.
Soy el dueño de mi destino
Soy el capitán de mi alma.
El mensaje esencial de Whitman era el Camino Abierto. Dejar el alma libre dentro de sí misma, entregarle su destino a ella y al telar del camino abierto. Esta es la doctrina más valiente que el hombre se ha propuesto a sí mismo.
Desgraciadamente, no llevó a cabo todo esto. No pudo romper por completo la cadena enloquecedora de la compulsión amorosa. No pudo salir del todo fuera del surco del hábito de la caridad; porque el Amor y la Caridad han degenerado hasta convertirse en hábitos: hábitos malos.
Whitman decía Simpatía. ¡Si por lo menos se hubiese aferrado a eso! Porque la simpatía significa sentir con, no sentir por. Siguió sintiendo sentimientos apasionados por el esclavo negro, o la prostituta, o el sifilítico –lo cual implica fusión–. El hundimiento del alma de Whitman en esas otras almas.
No se atenía a su camino abierto. obligaba a su alma a seguir un antiguo surco. No la dejaba en libertad. La obligaba a participar en las circunstancias de otras personas.
¿Suponiendo que hubiese sentido verdadera simpatía hacia el esclavo negro? Hubiera sentido con el esclavo negro. Simpatía –compasión– que es una forma de participar en la pasión que estaba en el alma del esclavo negro.
¿Cuál era el sentimiento en el alma del negro?
“¡Oh, soy un esclavo! ¡Es una desgracia ser un esclavo! Debo libertarme. Mi alma morirá a menos que se libere. Mi alma dice que debo libertarme.”
Whitman se acercó, vio al esclavo y se dijo a sí mismo: “Este esclavo negro es un hombre como yo. Compartimos la misma identidad. Y está sangrando de sus heridas. ¡Oh! ¿Acaso no soy yo quien asimismo sangra de sus heridas?”
Esto no era simpatía. Era fusión y sacrificio de sí mismo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” “Lo que tú hagas a él, me lo haces a mí.”
Si Whitman hubiese simpatizado verdaderamente hubiera dicho: “Este negro esclavo sufre de esclavitud. Quiere libertarse. Su alma quiere libertarle a él. Tiene heridas, pero son el precio de su libertad. Es largo el camino que debe recorrer el alma entre la esclavitud y la libertad. Si yo puedo ayudarle en este trance, lo haré: no me corresponde compartir sus heridas y su esclavitud. Pero le ayudaré a combatir el poder que le esclaviza cuando quiere libertarse, si es que desea mi ayuda, dado que me es fácil deducir por la expresión de su cara que necesita ser libre. Pero aun cuando sea libre su alma deberá viajar durante muchas jornadas por el camino abierto antes de que sea un alma libre”.
Esto es simpatía. El juicio del alma por sí misma pero conservando su propia integridad.
Pero cuando en el libro de Flaubert el hombre acerca su cuerpo desnudo al leproso; cuando Bubu de Montparnasse posee a la muchacha porque sabe que es sifilítica; cuando Whitman abraza a una vil prostituta: esto no es simpatía. La vil prostituta no desea recibir un abrazo de amor; por lo tanto, si usted simpatiza con ella no tratará de darle un abrazo de amor. El leproso siente horror de su lepra, de manera que si usted simpatiza con él sentirá el mismo horror por esa enfermedad. La mala mujer que quiere infectar a todos los hombres con su sífilis le odia a usted si no tiene sífilis. Si usted simpatiza con ella comprobará que odia y usted también odiará, usted la odiará. Su sentimiento es el odio y usted lo compartirá. Sólo que su alma elegirá la dirección de su propio odio.
El alma es un juez perfecto de sus propios movimientos, siempre que su mente no le dicte sus términos. No porque la mente le diga: ¡Caridad! ¡Caridad!, tendrá usted que obligar a su alma a besar leprosos o a abrazar sifilíticos. Sus labios son los labios de su alma, su cuerpo es el cuerpo del alma; de su alma única e individual. Ese es el mensaje de Whitman. Y su alma odia la sífilis y la lepra. Porque es un alma, odia esas cosas que van contra el alma. Y por lo tanto el hecho de forzar el cuerpo de su alma a entrar en contacto con la suciedad es una gran violación de su alma. El alma desea mantenerse limpia e íntegra. La voluntad más profunda del alma es la de conservar su propia integridad contra la acción de la mente y la del conjunto de fuerzas desintegrantes.
El alma simpatiza con el alma. Y lo que trata de matar a mi alma es odiado por mi alma. Mi alma y mi cuerpo son uno. El alma y el cuerpo desean mantenerse limpios e íntegros. Sólo la mente es capaz de una gran perversión. Sólo la mente trata de llevar mi alma y mi cuerpo a la suciedad y a lo que es malsano.
Lo que mi alma ama, eso amo yo.
Lo que mi alma odia, eso odio yo.
Cuando mi alma se estremece de compasión, siento compasión.
Cuando mi alma se aparta de algo, también me aparto yo.
Esta es la verdadera interpretación del credo de Whitman: la verdadera revelación de su Simpatía.
Y mi alma toma el camino abierto. Encuentra las almas que pasan, va con las almas que se encaminan adonde ella va. Y por uno y por todos siente simpatía. La simpatía del amor, la simpatía del odio, la simpatía producida por la proximidad; todas las simpatías sutiles del alma incalculable, desde el odio amargo al amor apasionado.
No soy yo quien guía mi alma al cielo. Soy yo quien va guiado por mi propia alma a lo largo del camino abierto recorrido por todos los hombres. Por lo tanto debo aceptar sus movimientos profundos de amor, de odio, de compasión, de aversión o de indiferencia. Y debo ir adonde ella me lleva, porque mis pies, mis labios y mi cuerpo son mi alma. Soy yo quien debe someterse a ella.
Este es el mensaje de la democracia americana expresado por Whitman.
La verdadera democracia, donde el alma encuentra el alma en el camino abierto. Democracia. La democracia americana en que todos viajan por el camino abierto y donde un alma se conoce en seguida por su porte. No por su traje o apariencia, no por su apellido, ni siquiera por su reputación. Whitman terminó con esto. Whitman y Melville, tanto el uno como el otro, no tuvieron en cuenta eso. Tampoco tuvieron en cuenta la progresión de la piedad, la obra de la Caridad o cualquier otra clase de obra. Para ellos sólo importaba que el alma pudiese realizarse a sí misma. El alma que pasa sin ostentación, a pie, sin ser otra cosa más que sí misma. Y a quien se reconoce, se cruza y se le da la bienvenida de acuerdo con los dictados del alma. Si es un alma grande será adorada en el camino.
El amor del hombre y de la mujer: un reconocimiento de almas, y una comunión en el culto. El amor de camaradas: un reconocimiento de almas y una comunión en el culto. Democracia: un reconocimiento de almas, a lo largo del camino abierto, y una gran alma vista en toda su grandeza a medida que viaja a pie entre las demás, dentro de la manera corriente de vivir. Un reconocimiento jubiloso de almas y una adoración aún más jubilosa de almas más y más grandes, porque son las únicas riquezas.
Este retrato está incluido en Estudios sobre literatura
clásica norteamericana de D. H. Lawrence.
(Editorial Emecé).
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