VERANO12 • SUBNOTA
Se embarcó hacia Europa, poco después fue a Tánger, y yo hice dedo hasta Jacksonville, para visitar a Marker, su novio anterior, luego pasé las Navidades con los padres de Burroughs, que vivían en Palm Beach, estuve en Yucatán y Chiapas durante medio año, para tomar después el tren a San José, en la bahía de San Francisco, donde me reuní con Neal Cassidy (de quien yo estaba tan enamorado en el sentido erótico como Bill lo estaba de mí) y Kerouac. En este contexto de confianza, amor y tristeza mantuvimos alguna correspondencia, hace muchos años (Jonky y Cartas del yagé ya habían aparecido como parte de sus epístolas de los tres años anteriores). Por lo tanto el lector reconocerá muchas de las “rutinas” que más tarde se convertirían en Almuerzo desnudo, como proyecciones conscientes de las fantasías amorosas de Burroughs: nuevas explicaciones, parodias y modelos para nuestra parasitaria relación amorosa.
No me agradaba mucho la idea, ya que gran parte de su fantasía consistía en una parodia de la invasión de mi cuerpo y de mi cerebro. En aquella época yo experimentaba las relaciones heterosexuales y vivía con una compañera de trabajo, en el campo de la investigación de mercado y el mundo de la publicidad de Nob Hill y la elegante calle Montgomery Street de San Francisco. Esto fue una ofensa terrible a las esperanzas de matrimonio en cuerpo y alma que Bill albergaba con respecto a mí; yo simplemente trataba de probar mi capacidad para todo tipo de relaciones amorosas y grado de adaptación a la sociedad de consumo. Un año después entregué mi corazón a Peter Orlovsky.
La mayoría de las cartas dirigidas a San Francisco desde Tánger constituían el relato fiel de Bill y su batalla contra la depresión y la droga, y en ella Burroughs trascendía su propio estado para examinar la situación del mundo, profetizando y articulando una psicología posnuclear. (Ver la carta del 12 de enero de 1955: “Bajo la negra nube que se extiende, la bomba definitiva”.) Al explorar su propia alma, hasta llegar al fondo de la misma, la dejó vacía por completo y entró por fin en los espacios abiertos de color azul de “Cortesía de indiferente benevolencia”, característica de las últimas fases de su arte.
Estas cartas son un testimonio de los sufrimientos de Burroughs desde “La oscura noche del alma”, la experiencia indispensable de autoexamen y purificación, de limpieza, de fantasías heridas de amor. Una crónica del Burroughs más vulnerable, del “hombre invisible”, en su faceta más tierna, en una fase de sinceridad y humildad, ávido y deseoso, dejándonos examinar su cuerpo y autoestima más íntima en busca de aprobación. Transmite una inmensa dulzura y hondas inquietudes, como en la carta a Jack del 18 de agosto de 1954, y en la que me escribió el 17 de mayo de 1955: “Tengo serias dificultades con mi novela. La novela como forma es totalmente inadecuada para expresar lo que quiero. No sé si podré encontrar alguna forma. Soy pesimista en cuanto a las posibilidades de publicación. Y yo no soy como tú, Jack, yo necesito público, un público reducido, por supuesto, pero sigo necesitando que me publiquen para desarrollar mi trabajo... Me gustaría que estuvieras aquí, ya que un poco de ayuda no me vendría nada mal”.
Yo no era la persona indicada para corresponder a un amor tan intenso; no era lo bastante inteligente para ser el objeto de su genialidad; no era lo bastante generoso para darle lo que necesitaba, deseaba y merecía: una respuesta mucho más entrañable que la que yo le di. Me sentí avergonzado de mi frivolidad. Mis propias cartas de contestación a las suyas no han sobrevivido, casi me alegro, porque mostrarían la pobreza de mi propio arte y mi apreciación superficial de su considerada dedicación por mí. Sus cartas atraviesan fases de atracción y rechazo, en cierto modo similares en estructura a la serie de sonetos de Shakespeare a su novio, Mr. W. H. La primera evidencia de su desconexión con la realidad aparece cuando nuestro reencuentro estaba próximo. Aquí, Burroughs, el escritor de epístolas (31 de enero de 1957), prácticamente se funde con lo que pasa ante sus ojos. Las cartas se confunden con la novela, la vida se confunde con el arte. Finalmente ha vencido, él y su imaginación son una sola cosa, y empieza a asumir proporciones gigantescas como artista que se encuentra solo en el Universo, en parte misterioso, en parte deshumanizado tras la máscara del artista, más distante, y en ocasiones más monstruoso que nunca. En 1961, cuando volvimos a encontrarnos en Tánger, vivía de hachís y se comportaba como un salvaje de machete en mano, se había convertido en una fiera burlona e irreverente, destrozando su prosa y “todo tipo de fenómenos sensoriales visibles”.
¡Qué lástima! Los pasajes más extravagantes, las cartas más rastreras en las que mostraba su deseo total de devorarme como si fuera un parásito, y las maldiciones proféticas que lanzó contra mi ingratitud, fueron censuradas por el autor. Se eliminó su corazón rojo que me envió el día de San Valentín, el distinguido Mr. B. del prólogo a este volumen se juzgó a sí mismo (y tal vez a mí) con demasiada severidad, y eliminó algunas pruebas de la relación amorosa de su colección: líneas censuradas en varias cartas, unas cuantas páginas irrevocablemente quemadas.
A pesar de las enmiendas, es un acto de benevolencia el que Burroughs saque a la luz estas cartas. Son reveladoras, personales, salvajes, delicadas, estúpidas, sublimes y críticas, francas y tiernas. ¿Cómo puede soportar un autorretrato como éste tantos años después? A pesar de ello se ha delatado: el extraño Burroughs que conocimos Kerouac y yo, el dulce niño triste y melancólico, el altivo y elegante niño mimado, el hombre atractivo, mi querida inteligencia. Guardé sus cartas, fotos y sobres en carpetas de cartoncito negro, el texto de Almuerzo desnudo (“una novela interminable que hará enloquecer a todos”), que reuní hasta 1957, momento en que fui libre para reunirme con Bill y Kerouac en Tánger. Jack vivía dos pisos más arriba que Bill en la Villa Mouniria, una habitación cuya terraza daba al estrecho de Gibraltar. Había comenzado a recomponer los textos y cartas que formaban Almuerzo desnudo. Yo debía llevarle todos mis manuscritos a Tánger: cientos de páginas, en orden cronológico. Allí todos nosotros tendríamos que sentarnos para componer juntos un manuscrito definitivo. La dificultad estaba en que el doctor Benway y otros personajes que habían sido introducidos a partir de 1953 se iban refinando y desarrollando en cada carta con nuevas aventuras, pequeñas cosas, y charlas y episodios adicionales. ¿Cómo unirlo todo? Yo sugerí una presentación cronológica, de tal manera que la trama o el argumento fuera el desarrollo temporal en sí de las ideas a medida que fueron cambiando durante los tres o cuatro años, de un modo visible para el lector, superpuestas unas sobre otras, desarrollándose y quedando integradas unas con otras, igual que en las cartas, reflejando los cambios psíquicos de Burroughs, como extensión de la fantasía: el médico loco en el quirófano superpuesto sobre un gorila de culo morado en una moto, superpuesto a las masacres del gobierno de Roosevelt ideadas anteriormente en Nueva York en 1953.
Aquella temporada no quedó resuelto el problema de composición de la estructura; Kerouac terminó una parte del trabajo de mecanografía, yo empecé a pasar nuevamente otra, separando los asuntos de las cartas personales de la improvisación imaginativa y la fantasía de lo “rutinario”. Llegó Alan Ansen y, con mayor talento para la mecanografía, preparó la mayor parte de los manuscritos. Así que después de varios meses (medio año quizá), cuando llegó el momento de que Peter y yo hiciéramos nuestro primer viaje por Europa, le confié mis dos carpetas de cartón a Ansen, que en aquella época, en su casa de Venecia y posteriormente en Atenas, guardaba una colección única de manuscritos inéditos, como las cartas y dibujos de La edad de la ansiedad de Auden, correspondencia con Thomas Mann sobre la prosodia wagneriana.
La disposición estructural definitiva de Almuerzo desnudo dos años más tarde en París fue puramente casual. Sinclair Beiles, amigo de Burroughs, trabajaba para Olympia Press, y dijo que Maurice Girodias quería publicar la obra completa por haber leído fragmentos desatinados a la revista Big Table. El mensaje de Girodias era que el manuscrito debía estar listo para la imprenta en un plazo de dos semanas. Según cuenta Burroughs: “Trabajamos sin descanso, enviando la obra por fragmentos a la editorial, según íbamos pasándolos a máquina. Cuando nos enviaron las pruebas, Beiles dijo: ‘Creo que tienes razón’. Sólo se hizo un cambio: colocamos el primer fragmento de los detectives (Hauser y O’Brien) al final. Desde el momento en que Girodias nos mandó a Sinclair para decirnos que quería publicar la novela hasta su impresión sólo transcurrió un mes”.
En aquel momento me sentía orgulloso, satisfecho e inspirado para recibir las cartas, que compartimos Neal y Jack, Philip Whalen, Gary Snyder y Robert Creely. Si no sobrevive nada más de mi propia historia, no me importaría que se me recordase como al alegre muchacho a quien Burroughs dirigió su tierna inteligencia en estas cartas que contienen importantes situaciones de Almuerzo desnudo. Este es el corazón del hombre que hay tras Almuerzo desnudo, y los años de su creación –un ejemplo clásico de un artista y sus dificultades–, fuentes de inspiración para todos los escritores que trabajan en la inmensa soledad del arte.
Este retrato está incluido en Los escritores de los escritores de Allen Ginsberg.
(Editorial El Ateneo.)
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux