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El folletín apocalíptico, una de las especialidades de Douglas Sirk
El sello AVH edita “Tiempo de vivir y tiempo de morir”, un melodrama ambientado en Berlín cerca del final de la Segunda Guerra Mundial.
› Por Horacio Bernades
Por una de esas casualidades con suerte, la obra de Douglas Sirk está alcanzando plena difusión en la Argentina en el momento justo. Puede parecer extemporánea la afirmación, teniendo en cuenta que el grueso de esa obra tiene ya casi medio siglo de realizada, y que todas las películas de este cineasta –nacido en Dinamarca, ciudadanizado alemán y radicado largamente en Estados Unidos– se estrenaron en su momento en el país. Pero Sirk (1900/1987) es uno de esos autores mal comprendidos por su época, y hubo que esperar largas décadas para que se lo comenzara a revalorizar. Ocurre que la especialidad del hombre fue el melodrama, género bastardeado durante largo tiempo, por lo cual fue necesario que el género fuera rescatado en su conjunto para que la obra de Sirk pudiera empezar a apreciarse. Hoy mismo, esa relectura parecería estar en su apogeo, y son varias las películas recientes que rinden pleno homenaje al autor de Palabras al viento.
En la Argentina y desde hace un par de años, el video viene poniendo la filmografía de Douglas Sirk al alcance de todo público (ver recuadro). La última perla de este collar es la edición (en copia espléndida) de una de sus obras de madurez, Tiempo de vivir y tiempo de morir, parte de la colección “Cine bélico” que el sello AVH hace llegar regularmente a quioscos de diarios y revistas. Tiempo de vivir... es la película que le permitió a Sirk volver a Alemania tras un largo exilio, a fines de los años ‘50 y poco antes del retiro definitivo. Producida, como el resto de sus obras mayores, por la compañía Universal, y basada en una obra de Erich Maria Remarque (el célebre autor de Sin novedad en el frente), A Time to Love and a Time to Die le dio ocasión a Sirk de expurgar los demonios del nazismo, que lo habían llevado a emigrar en 1937. “El hundimiento de Alemania tenía que inspirar necesariamente a un cineasta emigrado, a quien por otra parte el tema de la decadencia sensibilizaba particularmente”, señalan Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon, a propósito de la película, en su monumental enciclopedia 50 años de cine norteamericano, y dan justo en el clavo.
Destinado al frente ruso durante el año 1944, el soldado alemán Ernst Graeber (John Gavin, quien con los años terminaría siendo embajador de Reagan en Latinoamérica) consigue una breve licencia, que le permite volver a Berlín para ver a los suyos. Bombardeada día y noche por las fuerzas aliadas, la capital germana está en ruinas, y la casa familiar de Graeber no es la excepción. Mientras intenta averiguar si sus padres están aún con vida, Graeber conoce a Elizabeth Kruse (Lilo Pulver), cuyo padre fue enviado a un campo de concentración, como castigo por haber profetizado en voz demasiado alta la inminente derrota del Reich. Hijos del dolor, durante ese breve cuarto intermedio, Ernst y Elizabeth se enamorarán y se casarán, antes de que el soldado sea convocado otra vez al frente ruso, donde las fuerzas hitlerianas ven avecinarse el desastre.
Tavernier calificó de “folletín apocalíptico” a este melodrama amoroso que tiene lugar entre las ruinas. “Lo que me interesaba era el paisaje ruinoso, y los dos amantes en él”, confirma Sirk en un libro que recopila la larga serie de entrevistas que allá por los años ‘70 le realizó el crítico británico Jon Halliday. Que esas ruinas son las de toda una civilización se hace evidente cuando marido y mujer van a parar, durante su busca de refugio en Berlín, a lo que alguna vez fue el Museo de Arte de la ciudad, del que sólo quedan algunos bustos griegos asomando aquí y allá, como restos que la barbarie arrasó. El tema de la película –la obstinada persecución de un rescoldo de vida en medio de la muerte– se manifiesta con máxima condensación en el propio título, así como durante una escena en la que los amantes van a comer y beber a un restorán de lujo. Tras el bombardeo del restorán, de las ruinas y la muerte, Ernst rescata un par de botellas de vino fino. Con ellas se encerrará junto a suamada, instantes antes de que la ciudad (el mundo) ardan definitivamente en llamas.
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