Sáb 05.07.2003

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La versión Hollywood de “Solaris” no desentona, pese al pronóstico

Steven Soderbergh y George Clooney se le animaron a una remake del clásico de Tarkovsky y, sin entrar en inútiles comparaciones, el resultado es bastante superior a lo que indicaba cierto prejuicio.

› Por Horacio Bernades

Meterse con Tarkovsky es cosa de guapos y hay que reconocer que a Steven Soderbergh no le salió tan mal. Cuando trascendió que Hollywood preparaba una remake de Solaris –el clásico metafísico-espacial que el fallecido maestro ruso presentó a comienzos de los ‘70–, corrió entre los observadores un reguero de resquemor y desconfianza. ¿Cuánto podía haber en común entre la ambición sublime, la batalla por un arte puro y la naturaleza meditativa –proverbiales del realizador de Andrei Rublov y La zona– y el craso Hollywood actual, donde el superespectáculo vacío, el tachín-tachín de los efectos especiales y la hipervelocidad clipera son amos y señores estéticos? Cuando se supo que los derechos para la remake los tenía el “rey del mundo” James Cameron, pero que la película sería dirigida por Steven Soderbergh, las preguntas no hicieron más que multiplicarse. ¿Qué podía salir de esa asociación?
Cuando, estrenada la película, la maquinaria promocional se centró en que el culo de George Clooney se deja ver en una escena, las dudas parecieron despejadas: el viaje espiritual tarkovskiano había ido a parar literalmente... al traste. Recibida con críticas no precisamente entusiastas por parte de la crítica estadounidense y aplastada en la taquilla (costó 47 millones y recaudó 15), en la Argentina la distribuidora local la dejó pasar, y ahora la película llega directo al video, editada por el sello Gativideo. Con tantas contraindicaciones encima, era lógico acercarse a Solaris como quien se arrima a una bomba de tiempo. Dejando de lado la comparación con el original (es injusto exigirle a una remake que compita con su antecesora, como si se tratara de una pulseada estética) debe decirse que esta versión de Soderbergh-Clooney es una película muy superior a lo que los prejuicios podrían llevar a pensar.
El núcleo no difiere demasiado de la de Tarkovsky, basada en un relato del polaco Stanislaw Lem. En un tiempo que puede suponerse como un futuro próximo, el doctor Kelvin (Clooney) es un psicólogo enviado a investigar qué está ocurriendo en una nave –aquí llamada “Prometeo”– cuyos tripulantes han lanzado un pedido de ayuda. Ellos están estudiando el planeta Solaris, que emite radiaciones y ejerce una poderosa fuerza gravitatoria. Las grabaciones enviadas desde el espacio los muestran confundidos y desesperados. Pero no se trata aquí de que se les haya metido algún Alien sino de algo infinitamente más vago e inaprensible. Parece acertada la decisión de enviar a un psicólogo, pero sin embargo éste, atormentado por una reciente viudez, no parece tenerlas todas consigo. Como puede imaginarse, el enfrentamiento con esa fuerza misteriosa no hará más que terminar de hundirlo entre sus fantasmas.
Y de fantasmas se trata, como ya lo saben quienes hayan visto la película original. El influjo de Solaris produce la materialización de aquellos seres que más se añoran. En el caso de Kelvin se trata, claro, de su esposa muerta, Rheya, a quien aquí encarna la subyugante actriz británica Natascha McElhone y que representará esa “segunda oportunidad” que suele desvelar el imaginario cinematográfico estadounidense. De desvelos también se trata, así como de trocar la realidad material por lo soñado, y Soderbergh asume el tema sin conceder nada al modelo narrativo hollywoodense. El cineasta había explorado ya el laberinto de la memoria en alguna ocasión anterior (notoriamente, en el film noir Vengar la sangre). Aquí vuelve a hacerlo, narrando desde el interior mismo del protagonista. En lo que representa un infrecuente trabajo a solas para los cánones de una gran producción, Soderbergh no sólo dirigió Solaris sino que además la escribió, editó y hasta llevó la cámara. De allí, seguramente, la rara homogeneidad del resultado final, en el que George Clooney confirma, por si hacía falta, que además de galán es un magnífico ejemplar cinematográfico.

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