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“El triunfo del amor”, una comedia de enredos, equívocos y ambiciones
La cuarta película de Clare Peploe, esposa de Bernardo Bertolucci, está basada en una pieza teatral de 1730 sobre el amor y el azar.
› Por Horacio Bernades
Bernardo Bertolucci no es el único miembro de su familia que se dedica al cine. En primer lugar, Bertolucci tiene un hermano menor llamado Giuseppe, que también dirige películas desde hace veinte años. De Giuseppe se conoció en Buenos Aires, el año pasado, El dulce rumor de la vida, uno de sus títulos más recientes. Después está el cuñado de Bernardo, Mark Peploe, que fue guionista nada menos que de El pasajero, de Antonioni, además de varias películas de aquél, como El último emperador y Little Budha. La hermana de Mark –esposa de Bernardo desde hace un rato largo– es Clare Peploe, que también fue guionista de Antonioni (en Zabriskie Point) y de su marido (en La luna y Cautivos del amor). Nacida en Tanzania de familia italiana, Clare lleva dirigidas tres películas desde fines de los ‘80. La más reciente, basada en una obra de Marivaux y hablada en inglés, es El triunfo del amor, que por estos días el sello AVH lanza en video en la Argentina.
Coproducción ítalo-inglesa en la que intervino el eminente Jeremy Thomas (productor de El último emperador y El paciente inglés, entre otras), El triunfo del amor es una transposición más o menos literal de El juego del amor y del azar, la obra más conocida de Pierre Carlet de Marivaux, que el comediógrafo francés completó en 1730. Bernardo Bertolucci colaboró en el guión de la película, que cuenta con un elenco encabezado por la estadounidense Mira Sorvino (algo olvidada tras su restallante debut en Poderosa Afrodita) y el británico Ben Kingsley, que vuelve a lucir aquí la calva que lo hiciera famoso en Gandhi. En el cast aparece también la actriz inglesa Fiona Shaw, que en la saga de Harry Potter hace de la tía Petunia. Típico film de época lleno de pelucas, lunares y coturnos, El triunfo del amor es también una comedia canónica, basada en un juego de infinitos disfraces, engaños y malentendidos.
Durante el Antiguo Régimen, una princesa heredera (Sorvino) carga con cierto remordimiento, debido a que su padre usurpó la corona. Un poco para lavar culpas y otro mucho porque el muchacho le gusta, decide adoptar una estratagema para conquistar al príncipe Agis, hijo del monarca a quien su padre dejó en la estacada. Como corresponde en una comedia de equívocos, la estrategia no es sencilla ni verosímil. Acompañada de su ayudante, la noble muchacha se disfraza de hombre (su asistente le presta un pañuelo, para poder abultar la entrepierna) y travestida de tal modo intentará seducir a la solterona Leontine (Shaw). Pretende que ello le permita llegar hasta el hermano de Leontine, el filósofo Hermócrates (Kingsley), quien en su carácter de tutor del príncipe Agis debería allanarle el camino hasta él, meta amorosa de la princesa.
La necesitada Leontine entra en el juego, pero no sucede lo mismo con el astuto Hermócrates, quien pronto descubrirá que el presunto muchacho no es precisamente un muchacho. Desenmascarada, la princesa optará por seducir también a Hermócrates, que por muy racionalista que pretenda ser caerá a sus pies. Otro tanto sucederá con el príncipe Agis, quien al principio toma al visitante por un compañero de juegos, hasta que éste se suelta el pelo. Pero, claro, sucede que si algo le enseñaron sus padres a Agis desde pequeño fue odiar a la hija del usurpador, por lo cual no le resultará sencillo a la princesa consumar su labor de conquista.
Con fragmentos del Don Giovanni de Mozart y piezas de Rameau por música de fondo (por allí suena la guitarra eléctrica de David Gilmour, totalmente fuera de contexto), la versión pergeñada por el matrimonio Bertolucci apuesta a mantener la vivacidad del original, conscientes de que el juego de travestismos y deseos plurisexuales admite perfectamente una lectura contemporánea. Excluyendo al galancete que hace de príncipe, el resto de los papeles principales está bien cubierto. Sobre todo por Sorvino (que está tan encantadora como se requería) y por Kingsley, que confirma ser un actor tan apto para transmitir autoridad como paraautorridiculizarse. Pero dos cuestiones impiden que El triunfo del amor levante vuelo, ambas relacionadas con las posibilidades de adaptación al cine. Por un lado, la versión de Peploe descansa casi exclusivamente sobre diálogos a los que se imprime un timing más teatral que cinematográfico. Por otro, hay una cuestión de verosimilitud: lo que sobre tablas puede admitirse (que Mira Sorvino sea confundida con un hombre) en un medio tan inevitablemente realista como el cine, necesariamente es chirriante.