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“El sastre de Panamá” dignifica
En cine pasó algo inadvertida, por tanto su edición en video es la ocasión ideal para ver una muy buena adaptación de la novela de John Le Carré.
› Por Horacio Bernades
En el momento de su estreno en la Argentina, unos meses atrás, contó con una tibia recepción, reflejo a su vez de la poca fortuna que la acompañó durante su lanzamiento en Estados Unidos. Ya la novela en la que se inspira había causado desconcierto entre los seguidores más acérrimos de su autor, John Le Carré. Tal vez esperaban encontrar el tono grave y reflexivo que suele teñir su obra, y se toparon con una sátira cruel y corrosiva, a la larga trágica y apocalíptica. El lanzamiento en video de El sastre de Panamá, dirigida por John Boorman, es entonces una buena ocasión de darle a este film feroz la segunda oportunidad que merece.
¿Panamá?”, pregunta, con la expresión de quien está por ser enviado al culo del mundo, Andy Osnard, agente secreto al servicio del M-15 británico, cuando su superior inmediato le comunica cuál será su próximo destino. Como el capitán Willard en Apocalypse Now!, Osnard acepta que ese destino no es un premio por sus virtudes sino un castigo por sus pecados. Entre ellos, el haberse metido con la esposa del funcionario equivocado. Definitivamente, Osnard no es Bond. Sin embargo, Osnard es Bond. O, más precisamente, Pierce Brosnan, a esta altura sinónimo de 007. Haber contratado para hacer de este espía mugroso y malévolo al mismo actor que desde hace años encarna a Bond en cine, convierte a El sastre de Panamá en la perfecta contracara de la saga. Osnard es asquerosamente sexista, manipulador y ventajero. A diferencia de lo que ocurre en las películas de Bond, en El sastre de Panamá esto no está muy bien visto.
Desde que Le Carré se convirtió en escritor de novelas de espionaje, intentó construir una visión de ese mundo que contestara y rebatiera la de su colega Ian Fleming. Por eso se entiende que El sastre de Panamá sea, junto con la versión cinematográfica de El espía que vino del frío (Martin Ritt, 1965), su película favorita de las varias que se filmaron a partir de su obra. El propio autor vigiló de cerca que así fuera: no sólo es ésta la primera vez en la que colabora en la escritura del guión sino que además se reservó el carácter de productor ejecutivo. “Intento organizar el caos mediante la reinvención”, declaró Le Carré a la revista online Salon Magazine. “Supongo que, en el momento de escribir esta novela, mi sentido del caos estaba mejor organizado que en ocasiones anteriores, y además sentía una mayor urgencia por trasmitirlo”, completaba el autor proporcionando una de las claves para entender el sentido de sus creaciones.
Si durante la Guerra Fría el mundo se presentaba claramente ordenado entre dos visiones antinómicas –aunque en sus novelas Le Carré se ocupó siempre de hacer aflorar el caos subyacente–, ahora las fuerzas del desorden se liberaron definitivamente. Eso es lo que desarrolla El sastre de Panamá, asumiendo como modelo explícito Nuestro hombre en La Habana, de su admirado Graham Greene. Teniendo en el horizonte la entrega definitiva del Canal de Panamá al gobierno de ese país (la novela es de 1996; el canal volvió a manos panameñas tres años más tarde), los servicios secretos británicos temen por el destino de esa vía estratégica, y envían a Osnard para que investigue si todo está bien por allí. Osnard encuentra que la oposición a Noriega quedó aplastada, y que el país está en manos de narcotraficantes, ante quienes Estados Unidos hace la vista gorda. En otras palabras: está todo bien.
Sin embargo, sus superiores necesitan acción para justificar su propia existencia, y Osnard también. Chantajea a su contacto (el sastre del título, encarnado por Geoffrey Rush) amenazándolo con develar ciertos datos vergonzantes de su pasado, a menos que aquél le pase información vital sobre movimientos de resistencia y posibles maniobras secretas vinculadas con el control del canal. A falta de información verdadera, el sastre hace lo que haría un escritor: la inventa. El M-15 la compra, la transmite a las autoridades del Pentágono (“la función de Gran Bretaña hoy en día consiste en besarle el culo a los Estados Unidos”, sintetiza el no muy ingenuo Osnard) y más temprano que tarde una nueva invasión a Panamá se pone en marcha. Aun con un final “suavizado” con respecto al original, El sastre de Panamá rinde honor a la visión de su autor. En aquella entrevista, Le Carré afirmaba: “A mi edad, cuando viste cómo está hecho el mundo, tenés dos opciones: reírte o suicidarte. O las dos al mismo tiempo”.