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Dos obras maestras del sub-género “parejas en fuga”
El sello Epoca editó Sendas torcidas, de Nicholas Ray, y Sólo vivimos una vez, de Fritz Lang. Ambas son imperdibles.
› Por Horacio Bernades
Un hombre, una mujer, un auto y una pistola: según alardeaba Godard, con esas cuatro cosas bastaba para hacer una película. Puede sonar a boutade, pero lo cierto es que con ellas se hizo no una película, sino un montón. Tantas, que el tópico “pareja criminal en fuga” llegó a constituirse en una de las representaciones de la marginalidad preferidas por el cine. Asesinos por naturaleza es uno de los ejemplos más recientes y extremos del rubro, ya que no uno de los más ilustres. Yendo hacia atrás, para alcanzar el siguiente hito habría que viajar hasta los años ’60, tiempos de Bonnie & Clyde (aunque para ello haya que pasar por alto, por poco conocida, la devastadora Badlands, debut de Terrence Malick en los ’70). De comienzos de los ’50 es la gema clase-B Gun Crazy, y en este recorrido marcha atrás uno se toparía enseguida con los dos grandes mojones del rubro, jamás superados: You Only Live Once, que es de fines de los ’30, y They Live by Night, posterior en una década. Con los títulos Sólo vivimos una vez y Sendas torcidas –que es como se estrenaron aquí en su momento—, ésas son justamente las dos películas que acaba de editar el sello Epoca.
Se trata de dos obras maestras, signadas por el toque de lo iniciático. Sendas torcidas (título debido al moralismo criminalista de la época) es la ópera prima de Nicholas Ray, realizador de Rebelde sin causa y Johnny Guitar, mientras que Sólo vivimos una vez representa la segunda incursión del alemán Fritz Lang en Hollywood, donde terminaría desarrollando el resto de su carrera. Cuando desembarcó en Estados Unidos, tras haberle escapado por un pelito al mismísimo Joseph Goebbels (que estuvo a punto de darle caza en su propio despacho), Lang venía envuelto en la resonancia alcanzada por el conjunto de su obra, debida sobre todo a películas como Metrópolis y M, el vampiro. De no pocas ambiciones, el realizador de la trilogía de los Nibelungos aprovechó el aval que esa fama le concedía para despacharse, en sus dos primeras películas en Hollywood, con sendos alegatos en contra de algunas de las más arraigadas costumbres de la cultura estadounidense.
Si Furia denunciaba la práctica de la justicia por mano propia, en You Only Live Once Lang levantó la apuesta y se tiró contra el sistema en su conjunto, desde la administración de justicia (uno de los temas que más lo obsesionaban, como había demostrado en M y ratificaría en Más allá de la duda) hasta el fascismo cotidiano, asunto que conocía desde la propia raíz y había sufrido en carne propia. El prejuicio social, el resentimiento y la desidia criminal en la administración de justicia, sumados a la fuerza de la fatalidad (otro ítem languiano por excelencia) ponen al protagonista (Henry Fonda, inaugurando una alta trilogía personal como falso acusado, que se completaría con Viñas de ira y El hombre equivocado) al borde de la silla eléctrica. La condena social, el interés mercantil y la sed de venganza harán el resto, cerrando un círculo en el que los fugitivos terminan cazados como conejos. “Volvería a hacerlo de nuevo, encantada”, se despide su amada Joan, la chica-modelo que decidió unirse a él en la mala, sin importarle que el hombre ande arma en mano ni que le hayan puesto precio a su cabeza.
Lo mismo sucede con la pareja integrada por Bowie (Farley Granger) y Keeche (Cathy O’Donnell) en They Live by Night: la fuga, la persecución policial, la batida que se cierra inexorablemente a su alrededor no hacen más que unirlos. Como si supieran que ya ni la muerte conseguirá separarlos. Tratándose del realizador de Rebelde sin causa, no extraña que el componente romántico, el desborde pasional y la violencia emotiva aparezcan intensificados en relación con el siempre más geométrico Lang. Tampoco sorprende que la pareja protagónica esté integrada por dos jóvenes. Uno de los introductores del tema del abismo generacional en el cine clásico estadounidense, Nicholas Ray hace de sus proscriptos unosmarginales por partida doble. La sociedad sale en persecución de Bowie y Keeche no sólo porque osaron pasar del otro lado de la ley, sino también porque son jóvenes. Alrededor de ambos no hay figura adulta que no se comporte como un cerdo, un traidor o un verdugo: ya están prefigurados aquí los chicos de Rebelde sin causa, pero también esos mártires del Poder Joven de los ’60, llamados Bonnie & Clyde.