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A la California somnolienta de los ’60 se le invirtieron los papeles
Tentaciones múltiples, de Lisa Cholodenko, propone un interesante cruce generacional, enriquecido por excelentes actuaciones.
› Por Horacio Bernades
Sólo la medrosa política de estrenos de la representante local de la compañía productora puede explicar que Laurel Canyon no haya llegado a los cines en la Argentina. Sin ser una obra maestra, este pequeño film estadounidense es una de las raras películas de ese origen que no subestiman a su público, dándole el lugar de espectador antes que el de mero consumidor. Dirigida por la realizadora independiente Lisa Cholodenko (cuya ópera prima, High Art, fue una de las pequeñas sensaciones del circuito neoyorquino de arte y ensayo, unos años atrás) y con un magnífico elenco en el que brilla –tal vez como nunca– esa actriz formidable que es Frances McDormand, Laurel Canyon llega ahora al video, editada por LK-Tel con un título erótico-soft totalmente desenfocado: Tentaciones múltiples.
Si en Casi famosos McDormand había encarnado a la madre ultraconservadora de un rock’n’roll boy, en Laurel Canyon los papeles se invierten. La protagonista de Fargo da vida (en el verdadero sentido de la palabra) a una sobreviviente del verano del amor californiano, que debe sobrellevar a un hijo straight a más no poder. Recién graduados de Harvard, Sam (Christian Bale) y su novia Alex (esa muñequita de Kate Beckinsale) vuelan de Nueva York a Los Angeles, donde planean radicarse. Ambos son médicos. El piensa seguir psiquiatría; ella anda estudiando la conducta reproductiva de la mosca de la fruta (sic). Mientras buscan una casa en las inmediaciones se alojarán en la de Jane, mamá de Sam y productora de rock’n’roll (McDormand). Como Jane tiene el estudio de grabación instalado en la propia casa (una de esas típicas viviendas californianas, con mucho verde y la imprescindible piscina) y en ese momento un grupo está preparando su disco, cuando la feliz parejita planta sus bolsos en la sala lo hacen en un living superpoblado, con gente tirada por los sillones y una inconfundible humareda acre flotando en el aire.
En el medio del grupo, Jane: melena rubia leonina, camisa abierta de jean y pantalón de cuero negro. Una suerte de Carole King lúbrica, que hubiera quedado eternamente fijada en los tiempos de su album Tapestry. No hay más que ver la escena y agregarle el dato de que el líder del grupo, el británico Ian (Alessandro Nivola), es la pareja de Jane –que le debe llevar sus buenos veinte años de diferencia– para comprender que la estadía de la parejita en esa casa va a ser movida. Sam tiene una pila de reproches para hacerle a mamá (entre ellos, una vida amorosa que ha sabido incluir todas las variantes posibles) y al mismo tiempo comenzará a seguir de cerca a la modosita de Alex, que bien podría llegar a integrar el menos equilátero de los triángulos, completado por Ian y su futura suegra. A la vez, cierta doctorcita israelí (la espectacular Natascha McElhone) lo avanza decididamente al pacato de Sam, completando la ronda sexual que pronto echará a rodar.
Pero –al contrario de lo que el título de lanzamiento en video quiere hacer pensar– no es esa ronda lo más interesante de la película. Al fin y al cabo, situaciones parecidas (pareja pacata se sexualiza aceleradamente, más ella que él) se vieron ya en mil películas. Empezando por aquella Sirenas, en la que Hugh Grant debía vérselas con la voraz Elle McPherson. Lo que está muy bien en Laurel Canyon es la captación de un determinado ambiente, el feeling de aquella California Dreaming suspendido sobre los alrededores de Los Angeles, con tanta densidad como la nube en el living de Jane Bentley. Cholodenko ya mostraba esa misma capacidad en High Art, una película que trabajaba básicamente sobre la misma oposición, pero ubicada en los círculos de artistas plásticos del Soho neoyorquino. Daría la sensación de que la realizadora se sirve de ese conflicto algo esquemático entre la represión sexual y el libertinaje, entre la rigidez y la abierta disposición, más como un molde dramático eficaz que como núcleo dramático a desarrollar. A diferencia de tantas películas contemporáneas, que ponen el acento en el “mensaje” y lo empujan a fuerza de oposiciones estereotipadas, Laurel Canyon es una de esas películas que parecen atribuirle más importancia a una mirada, a un cierto matiz de la actuación (los actores, todos magníficos, se ven aquí sometidos a una mirada intensamente escrutadora), a un detalle de ambiente o a un modo de entonar. Como sucede con ese tema –de aire tan Pearl Jam– que Ian deberá cantar distinto, si quiere que suene con convicción.