Sáb 28.08.2004

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El espionaje en tiempo virtual

En Demonlover, el francés Olivier Assayas propone un cyberthriller para hablar del aplastante dominio de las corporaciones.

› Por Horacio Bernades

Cuando se presentó, un par de años atrás en Cannes, fue recibida con una suerte de estupor glacial. De un realizador francés, cuyo nombre está indeleblemente asociado al cine “de autor”, no suele esperarse –mucho menos admitirse– que le ponga la firma a una película de género, con elenco multinacional encima. Cuando las heladas aguas se entibiaron comenzó la revalorización, motorizada en Francia por el lanzamiento de la película en DVD, y en Estados Unidos por su estreno en cines, recibido con bombos y platillos por The Village Voice y la revista Film Comment. Ahora, el sello SBP edita en la Argentina –en VHS y DVD– la penúltima película de Olivier Assayas. Al título original, Demonlover, se le agrega un añadido que termina dando la falsa impresión de que podría tratarse de un subproducto de cuarta. Sexo, traición y sangre se subtitula la edición local del opus número 8 del realizador de Irma Vep y Los destinos sentimentales. Que después de ésta ya completó otra, llamada Clean y recién presentada en Cannes.
Lo interesante de Demonlover es el modo en que Assayas encara el cine de género. Nada más lejos de las intenciones del realizador que ciertas recientes expresiones del cine francés –al estilo de Los ríos color púrpura– que a lo único que aspiran es a la vacua reproducción de un modelo, el impuesto por Hollywood, en vistas a entrar con disimulo en el mercado global. En la concepción de Demonlover hay una perfecta correspondencia entre aquello de lo que el realizador quiere hablar –el aplastante dominio de las corporaciones en el mundo contemporáneo– y el soporte elegido para hacerlo. Que no es otro que el del cyberthriller, esa suerte de aggiornamiento del género de espías para los tiempos virtuales. Ubicada en un presente cada vez más parecido al futuro, Demonlover debe su título a cierta marca japonesa, que dos grandes consorcios internacionales se disputan. Se trata de una línea de animés del subgénero conocido como hentai (soft-porno animado) cuya difusión por Internet promete ganancias fabulosas para quien posea sus derechos.
De allí que una de las compañías cuente con un espía oculto dentro de la otra, destinado a hacer fracasar la operación. Se trata de Diane de Monx (Connie Nielsen, vista en Gladiador y Retratos de una obsesión), quien pronto se verá en medio de esa clase de madejas que es propia de los films de espionaje. Además de un jefe, Hervé (Charles Berling, de Los destinos sentimentales y Cómo maté a mi padre), con el que libra una ambigua batalla de atracción y rechazo, Diane tiene una enemiga jurada dentro de la empresa. Si la rubia Elise (Chloë Sevigny, sublime protagonista de Kids y Los últimos días del disco) sospecha de ella, es con motivos. Para ascender en la compañía, Diane se sacó de encima a la superior de Elise con una oportuna inyección de halopidol. La cosa se complica cuando, para cerrar el trato por Demonlover y la marca asociada Mangatronics, llegan los socios estadounidenses, encabezados por la agresiva Elaine Si Gibril (Gina Gershon, esa morocha de boca brutal, que desata desórdenes sexuales en cada película en que aparece).
De por sí intrincado, todo esto no es más que un espejismo. Detrás de él se disimula una zona mucho más oscura, relacionada con la producción y consumo de imágenes de violencia real, donde la protagonista corre riesgo de ir a parar. Si de algo habló siempre el género de espionaje es de la pequeñez del individuo frente a la enormidad del Poder, así como de su naturaleza laberíntica y maquiavélica. Assayas reubica esa tradición en tiempos virtuales, haciendo transcurrir a Demonlover casi enteramente (salvo el final, cuando la acción va a parar a un significativo desierto) entre vidriadas y moqueteadas oficinas de edificios-torre, en las que celulares, monitores y pantallas líquidas circulan con profusión. Líquida parecería la identidad de los protagonistas, cuyos intereses, intenciones e interrelaciones están marcadas por lo intangible, lo inapresable. Inapresable, como en estado de fuga permanente, es también el tiempo en que viven. Algo que Assayas pone brillantemente en escena, mediante la misma clase de acciones discontinuas, cámaras en movimiento y espacios permanentemente fragmentados que ya había orquestado en Irma Vep. Lo cual no hace más que confirmar a Demonlover, en contra de lo que sus críticos creyeron ver, como verdadero film de autor.

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