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› FUTBOL KUNG FU, DE STEPHEN CHOW
El bien y el mal definen por penal
Delirante comedia made in Hong Kong, viene de arrasar boleterías en Asia.
› Por Horacio Bernades
“¿Quiere tener esmowing?”, preguntaba un aviso de televisión de fines de los ’60-comienzos de los ’70. El esmowing –provisto, se suponía, por una marca líder de ginebra– debía tener algo que ver con la potencia, ya que el resultado de sus misteriosos efluvios era un gol de arco a arco que anotaba el Loco Gatti, por entonces en su apogeo. Si se eleva a la millonésima potencia ese gol de goles, se obtiene Shaolin Soccer, comedia hongkonesa que hace dos o tres años arrasó con las boleterías en toda Asia y que en Argentina se conoce ahora en video, con el título de Fútbol Kung Fu. Jugada al delirio total, Shaolin Soccer presupone la posibilidad de jugar al fútbol aplicando técnicas de kung fu. Pero de kung fu cinematográfico. Lo cual implica que un jugador puede salir volando; otro, revolear por el aire a cuatro rivales a la vez, y el de más allá, llevar la pelota “atada al pie”... literalmente.
El secreto del cine popular de Hong Kong, aquello que lo vuelve inimitable, es el victorioso desparpajo con el que siempre violó las leyes físicas. En el momento menos pensado, un espadachín puede pegar un salto de media cuadra; un monje shaolín, dar tres vueltas en el aire, y Jackie Chan, tirarse sobre un auto lanzado a toda velocidad y caer sentado frente al volante. De todo el cine reciente de su país, Shaolin Soccer (o Fútbol Kung Fu, para respetar la inobjetable traducción local) es la película que más acabadamente prolonga esa gloriosa tradición, llevándola a los niveles de ridículo que el espectador contemporáneo exige. Después de haber descubierto todas las trampas del cine, el único modo de volver a creer en ellas es haciéndolas más que evidentes, exagerándolas hasta lo inaudito, convirtiéndolas en motor de complicidad. De eso, nadie sabe tanto como un auténtico cineasta hongkonés. Para el caso, el cineasta en cuestión es Stephen Chow, un tipo sumamente simpático, especializado en comedias estilo Tres Chiflados. Heredando a Jackie Chan también en su carácter de factotum total, él es quien dirige, protagoniza y coescribe Shaolin Soccer.
Como en las comedias-Chan, la trama es absolutamente primaria. El verdadero carozo del asunto no reside allí, sino en la inaudita relación que los protagonistas establecen con el espacio físico. En la propia idea de base se implanta ya, gozoso, el embrión del disparate: ¿a quién se le ocurre que se puede jugar al fútbol, deporte de la elasticidad por excelencia, sobre la base de un catálogo de golpes y patadas? El film de Chow fusiona tópicos tan transitados como dispares. Por un lado, está el viejo deportista frustrado que tendrá una segunda oportunidad, en este caso un ex futbolista al que, por haber errado un penal en una final, la hinchada molió literalmente a palos, dejándolo rengo para toda la vida. Por otro, el Bien y el Mal diferenciados hasta límites caricaturescos (la caricatura y el dibujo animado, en el menos peyorativo de los sentidos, son fuentes de las que Chow bebe con fruición). Con decir que el equipo de los malos, conducido por un tipo capaz de pegarle a la madre, viste de negro y se llama... el Equipo de los Malos.
A ellos se les agrega el tópico de la reunión del grupo de impresentables (modelo Doce del patíbulo), que incluyen a un gordo de 200 y pico de kilos, un ejecutivo que no se saca los anteojos ni para jugar y una chica con un serio problema de psoriasis, experta en tai-chi, que terminará atajándose todo. No es la única: si algo caracteriza a estos futbolistas que nunca en su vida vieron una pelota son sus desproporcionados dones, que los igualan a cualquier superhéroe. El gordo es capaz de levantar literalmente la red con sus cabezazos (la película de Chow materializa todas las metáforas futboleras). Hay otro arquero que tiene tanta fuerza en el pecho, que no sólo es capaz de atajar un chutazo con el tórax, sino de “patear” después la pelota con la misma parte del cuerpo. Está el malabarista capaz de girar con la pelota en los pies como si fuera una regadera de pasto humana. Y el protagonista, claro, cuya potencia pedestre le permite derribar muros con un único pelotazo.
Lo más parecido a los dibujos del Coyote y el Correcaminos que nadie haya filmado jamás, al notable trabajo del coreógrafo especializado en acción (rol esencial en el cine asiático, aquí cubierto por el pasmoso Ching Siu Tung) hay que sumarle unos efectos especiales capaces de subvertir prolijamente todas y cada una de las leyes que rigen el mundo físico. Mundo que, como en todo gran film hongkonés, Shaolin Soccer se ocupa de reemplazar por uno infinitamente más perfecto, feliz y asombroso, con una enorme sonrisa en los labios.