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› “RIO MALDITO”, DE JACOB AARON ESTES
El juego perverso entre víctimas y victimarios
El film, que se desarrolla en el Medio Oeste de los Estados Unidos, propone una perturbadora historia de crimen entre adolescentes.
› Por Horacio Bernades
Desde que los chicos de secundario adoptaron la costumbre de acribillar a balazos a profesores y compañeritos, el cine –que tiende a funcionar como campana acústica de conflictos y traumatismos sociales– reactualizó el tema de la violencia juvenil. Lo hizo el inefable Michael Moore en Bowling for Columbine, profundizó en él Gus Van Sant (con su obra maestra Elefante), le hincó el diente el siempre dispuesto Larry Clark (en Bully, lanzada aquí en video) y ahora llega Río maldito, que el año pasado sacudió el circuito independiente estadounidense con su perturbadora historia de crimen entre adolescentes. Ganadora del premio John Cassavetes y de una distinción a todo el elenco en la última entrega de los Independent Spirit Awards (suerte de Oscar del cine indie), el sello AVH la lanza en los próximos días en la Argentina, en formatos VHS y DVD.
Manteniendo la zona del Oeste Medio norteamericano como partera perfecta de la violencia adolescente (recordar que la más famosa masacre de highschool tuvo lugar en Colorado), Río maldito (Mean Creek, en el original) tiene lugar en medio de los fabulosos paisajes naturales del estado de Oregon. En la primera escena, el pequeño Sam (Rory Culkin, hermano menor de Macaulay, a quien se había visto ya en Igby Goes Down) es molido a palos por un compañero de colegio, George (el gordito Josh Peck), por un incidente tonto con la cámara de video de éste. Sam se lo cuenta a su hermano mayor y éste hace lo mismo con su amigo Marty (Scott Mechlowicz), a quien le encanta la idea de escarmentar al agresor y propone llevarlo de paseo al río vecino, con una excusa sencilla, para allí lisa y llanamente asesinarlo. De ahí en más, la contraposición entre la magnificencia virginal de ríos y bosques y la compulsión del bicho humano a manchar esa postal con sangre evocará inevitablemente películas anteriores –Cuenta conmigo y, más atrás y en versión adulta, La violencia está en nosotros– que se basaban en la misma disyunción.
Fuertemente arraigada en la memoria de un país que se forjó sobre el asesinato de su población nativa, para transmitir esa idea el realizador debutante Jacob Aaron Estes (n. 1973) sabe usar a la perfección los días espléndidos del verano y la opulencia intacta de forestas y cursos de agua. Es paradisíaco el día y el paseo en bote que emprenden víctima y victimarios, y lo más interesante de Río maldito es hasta qué punto ambos roles se intercambian y se confunden. Marty, principal instigador del ajusticiamiento, es a su vez victimizado por su hermano mayor, que lo muele a trompadas en casa, por una pavada semejante a la que el otro quiere castigar. Esa sola escena (y alguna otra posterior, que la refuerza) basta para hacer patente la idea de que lo verdaderamente asesino es el caldo de cultivo, la necesidad de demostrar quién la tiene más grande. Es allí donde aparece inevitablemente una pistola, el instrumento que los Estados Unidos han elegido históricamente para hacer justicia por mano propia, desde el Wild West hasta la Florida del gobernador Jeb Bush.
Con música tenuemente elegíaca y fotografía tan luminosa como corresponde (tanto como lo eran las de Cuenta conmigo y La violencia está en nosotros), el segundo elemento perturbador de Río maldito es que la propia víctima elegida es un victimizador. Dándole una revulsiva vuelta de tuerca a los gorditos-generadores-de-empatía que pululan en el cine contemporáneo desde El casamiento de Muriel en adelante, el George de Río maldito es, efectivamente, un tipo capaz de decir o hacer las cosas más estúpidas o desagradables, como ponerle la pata en la cara a una chica, pavonearse por cualquier idiotez o basurear al prójimo. “¿Si pudieras matarlo nada más que con chasquear los dedos, lo harías?”, le pregunta la rubiecita Millie (Carly Schroeder) a Sam, y la pregunta apunta directamente a donde debe hacerlo una película como ésta: a la cabeza del espectador. Como Hitchcock en su momento, como Van Sant en Elefante, como David Cronenberg en la película que acaba de presentar en Cannes, salvando todas las distancias del caso (Río maldito recula un poco a la hora de las definiciones), Jacob Aaron Estes le sugiere a su espectador que, llegado el caso, él también podría llegar a empujar al agua al gordito que goza maltratando a quien se le ponga adelante. El de Río maldito es un mundo sin ningún Abel pero lleno de Caínes, y eso lo hace peligrosamente parecido al mundo real.