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1996, a 20 años del golpe

El punto de inflexión

Cuando se cumplieron veinte años del golpe militar, una multitudinaria manifestación popular ganó las calles. Este hecho marcó un punto de inflexión en la política argentina.

Por Miguel Bonasso

La mejor noticia de estos años fue la gran concentración de repudio al golpe militar que se llevó a cabo el 24 de marzo de 1996. A mi modo de ver fue la mejor porque tuvo descendencia; porque marcó un punto de inflexión favorable a la conciencia popular en un fin de siglo por demás negro y destemplado.
Veinte años no es nada, pero al mismo tiempo constituye un lapso cuasi generacional que permite superar terrores paralizantes y el efecto deletéreo de ciertas frustraciones. Dicho de otra manera: aquel 24 de marzo, cuando se cumplieron veinte años del inicio de la más terrible dictadura sufrida por la Argentina, los sectores más conscientes de la sociedad ganaron la calle para repudiar el terrorismo de Estado y condenar la impunidad. Fue una demostración extraordinaria, tanto en los aspectos cuantitativos como cualitativos; en la Plaza había partidos políticos y organismos humanitarios, pero también mucha gente “suelta”: familias enteras, personas que llevaban años sin movilizarse junto con debutantes, muchachos que acudían por primera vez a la Plaza.
Sin duda que la dictadura de Videla, Massera y compañía seguía contando con adherentes, pero carecían de fuerza moral para manifestarse a favor del genocidio. Debían recluir sus simpatías detrás de las persianas, mientras la calle se vestía de banderolas y consignas. Los sectores populares habían perdido muchas batallas, a un costo atroz, pero se insinuaba una victoria cultural que no era simplemente un consuelo para el derrotado sino la piedra basal para construir ese Estado de derecho por el que la República sigue clamando.
Recuerdo el brillo de la tarde, el resplandor (¿anacrónico?) de las banderas rojas de la izquierda, la emoción de volver a reunirnos tras el “felices pascuas” y otras intoxicaciones de estos años ‘80 y ‘90. Acababa de regresar de México y la movilización me envolvió como un manto protector. Le dije a mi viejo amigo Beto Borro, con quien marchábamos como en los años juveniles: “Se acabó el menemismo, loco. Esta gente lo está diciendo de otra manera: el Turco se fue a la mierda”.
Beto asentía en silencio, mientras las columnas opositoras ingresaban en dos brazos de multitud a la Plaza. Los dos pensábamos en la Alianza que la gente reclamaba y que todavía no se había reunido, “a nivel superestructural” (de los Cinco Grandes, digo), en el living de Rodolfo Terragno.
Varios acontecimientos posteriores confirmaron aquella intuición: vino el juicio de Madrid, alimentado por la pasión justiciera de abogados como Carli Slepoy; la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final; el juicio promovido por las Abuelas contra los apropiadores de sus nietos (que abría una ventana en la impunidad de leyes e indultos); el renovado interés y la polémica por los ‘70; las prisiones de Videla, Massera, el Tigre Acosta y otros genocidas; la humillación internacional de Augusto Pinochet y otras buenas noticias. Cuando se interpuso el vil asesinato de José Luis Cabezas, esa conciencia en ascenso ganó la calle para reclamar la verdad y el castigo y para impedir, también, que el poder retornara en ominosa regresión a los métodos de la Triple A y los grupos paramilitares. Cabezas personificaba, en gran medida, a todas las víctimas de los últimos treinta años y así parecía simbolizarlo la suelta de globos negros.
Para completar la intuición de aquella tarde, la Alianza se conformó, ganó las elecciones y llegó a las apariencias del poder. Donde se desnaturalizó, mimetizándose con el antagonista derrotado. No sólo se subordinó a los gerentes del capital financiero sino que sus peores elementos, como Ricardo López Murphy, avalaron el temible retroceso que significa la gestión castrense del general Ricardo Brinzoni en relación con la apuesta democratizadora del teniente general Martín Balza. En la provincia de Buenos Aires, el protofascismo policial y penitenciario inició un genocidio sordo en comisarías y penales, y avanza ahora sobre el principio constitucional de la inamovilidad de algunos jueces, a los que Carlos Ruckauf considera “excesivamente garantistas”.
Es de esperar que el megacanje del exterminador Domingo Felipe Cavallo y su posible contrapartida de megaajuste, sumados a la disolución virtual de la Alianza (sin un frente nacional y popular a la vista que la reemplace) y todo esto en el marco de un conflicto social en ascenso, no impongan un retroceso en relación con los vientos libertarios que comenzaron a soplar hace cinco años.

Derechos Humanos

Buscar y encontrar

La detención de los principales cabecillas de la dictadura como resultado de la infatigable tarea de las Abuelas que reclamaron por sus nietos fue una de las mejores noticias de los últimos años. Aunque la paradoja argentina haga que la mejor noticia surja de la tragedia.

Por Sergio Moreno

Recuerdo la noche del 24 de marzo de 1976. Yo tenía 15 años, era de madrugada, y mi viejo no había llegado. Mi vieja estaba angustiada, mi hermana menor dormía. Como a las dos y media de la mañana escuchamos las llaves en la cerradura. Mi viejo estaba demacrado y no podía contener una opaca excitación. La barba le había crecido a lo largo de ese día largo y le hacía más oscuro el gesto. “Dieron el golpe”, dijo. Todos supimos que la pesadilla había empezado.

Bucear en la memoria a través de los últimos 14 años para encontrar una buena noticia puede ser una faena sin mayores dificultades para cualquier ser humano que haya vivido una vida comúnmente calificada como normal. La tarea se torna tanto más farragosa, cuando no decepcionante, si la búsqueda debe circunscribirse al universo de la política argentina, tal la labor encomendada a este cronista.
Desde mayo de 1987 han ocurrido hechos que poco pueden calificarse como buenas noticias. Hubo levantamientos carapintada capitaneados por “héroes de Malvinas”, hiperinflaciones y saqueos, indultos, atentados terroristas hasta hoy anónimos. Hubo grandes negociados, crecimiento de la injusticia social, exclusión, aumento del desempleo y la pobreza. Hubo un Estado mafioso, copamiento de la Justicia, sobornos. Lo asesinaron a Cabezas. Esta triste lista enumera, grosso modo, episodios producidos por personajes conocidos en algunos casos, sospechados de ser sus protagonistas en otros, tutelares en todos ellos. Así, hoy la política está lejos no ya de generar buenas noticias sino de darle sentido a su razón de ser. Ha quedado, y podemos verlo al evocar los episodios ocurridos en estos 14 años, vacía, fatua, presa de los sofistas que siempre han sabido encontrar argumentos para explicar un fracaso más o las imposibilidades de turno. Una charlatanería que no ha hecho más que minar la democracia y la fe de una sociedad en sí misma.
En medio de la hojarasca, afortunadamente, hubo una excepción.
Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera & Co. están presos. Técnicamente, no fueron arrestados por asesinos sino por haber pergeñado y puesto en funcionamiento una siniestra maquinaria para quedarse con los bebés de sus víctimas, jóvenes a las que habían secuestrado, hecho cautivas y que eran asesinadas luego de dar a luz.
Estos tenebrosos comandantes y sus esbirros no han podido escapar a la verdad a pesar de la compleja trama de complicidades políticas y judiciales que se tejió para garantizar su fuga. Existieron leyes e indultos, pero no fueron suficientes. Las Abuelas de Plaza de Mayo y un grupo de laboriosos abogados consiguieron desbaratar aquella telaraña. Con imaginación, esfuerzo, paciencia y el deseo omnipresente de recuperar a sus nietos y, con ellos, a una parte de sus hijos desaparecidos, desmotaron la maleza que impedía llegar a la verdad y construyeron una efectiva teoría jurídica, aprovechando los intersticios que dejaron las leyes pergeñadas para olvidar. Así llegaron a encarcelar a los responsables de aquel horror; así van recuperando uno a uno a aquellos bebés –hoy jóvenes que superan los 20 años– que apenas consiguieron ver los ojos de sus madres en los campos de concentración.
Paradoja argentina, esta tarea monumental, la mejor noticia que recibió la democracia en estos 14 años, es producto de la tragedia. Pero a diferencia de la mayoría de la clase política criolla, las Abuelas no se encerraron en el drama, no se amargaron en la melancolía, no se avinagraron en la mezquindad, no se entregaron al posibilismo, no bajaron los brazos, no renunciaron a la búsqueda de un camino alternativo cuando parecía que todos los senderos estaban cerrados. Por el contrario, encontraron la vía para recuperar a sus nietos, consiguieron que los culpables comiencen a pagar por las aberraciones que perpetraron y entregaron a la democracia un espacio de sanidad y un argumento de fortaleza donde poder apoyarse.
Este grupo de mujeres y sus abogados han demostrado que la convicción y el interés general pueden entrelazarse. Una lección que la clase dirigente argentina se empeña, tozudamente, en desconocer.

Miro dormir a mis hijos y me digo que cuidar niños es una forma de cuidarse a uno mismo. Vuelvo a recordar aquel gesto de mi viejo, ese 24 de marzo, y resignifico su mirada, puesta en mis ojos, angustiada, oscura. Veo cómo cada día las Abuelas siguen con su tarea, buscando a esos jóvenes a quienes cuidar, y entiendo que es una forma de cuidarse, de cuidarnos.

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