Democracia
Los tropiezos de la democracia
hacen que a veces se pierda de vista su propia existencia. A veces es
bueno recordar que, incluso inmerso en una sucesión de desilusiones, este
país no puede desestimar ni subestimar el rito de ir a las urnas.
Por Mario
Wainfeld
El 24 de octubre
de 1999 este diario anunció en su tapa las elecciones presidenciales.
Era, a ojos de
muchos, una buena noticia, titulada Tarjeta roja para Carlos Menem.
Ese día escribí una columna de opinión que me parece
que viene a cuento en este suplemento. Relaté que iría a
votar con mis dos hijos mayores, nacidos durante la dictadura. Y añadía
soy de los que cree y razona que las ofertas políticas predominantes
son excesivamente conservadoras. Pero sé también que mis
hijos no conocen el terror y la ignominia de la dictadura que yo viví.
Irán a votar descreídos y hasta burlones pero lo harán
vestidos como quieren, con el largo de pelo que quieran usar pues pertenecen
a una generación que aprendió a valorar y disfrutar de las
libertades expresivas. Y también a besarse o masticar un pancho
en la calle, o usar un arito o sentarse en el cordón de la vereda,
conductas todas que eran pecado o delito o vaya a saber qué en
tiempos que parecen muy distantes para algunos pero que transcurrieron
apenas ayer. La democracia es una apuesta para que cualquiera de nosotros
y antes que nada ellos tengamos tiempo voluntad y creatividad
para ayudar a mejorar algo para la próxima o la otra.
Vista a través del cruel prisma del tiempo la buena noticia de
esa tapa tal vez parezca deslucida. El menemismo se fue pero no muchas
de sus lacras. La Alianza dejó de enamorar hace rato. Y sin embargo,
el cumplimiento de las rutinas democráticas, de la continuidad
de algunos standards mínimos de libertad sigue siendo algo festejable.
Más allá de los límites, los fracasos y hasta la
mala fe de los mandatarios del pueblo, andando el tiempo avanzan las luchas
por los derechos humanos, contra la discriminación, contra la destrucción
del ecosistema, contra el gatillo fácil, contra... Contra lo que
usted quiera. Y avanzan en los terrenos democráticos: en el debate
público, en los medios, en los tribunales. Ese avance no es lineal,
al menos por dos razones:
- porque son crueles, para las causas populares, las correlaciones de
fuerzas en esta etapa. Y también,
- porque la realidad es dialéctica. Todo hecho contiene en sí
mismo contradicciones y su propia negación. Esta aseveración
parece absurda en épocas en que predominan los razonamientos binarios,
simplistas, formas supremas de la necedad o la mala fe. Pero lo cierto
es que la buena noticia de hoy usualmente está integrada (por decirlo
de algún modo) por la desdicha de ayer. El triunfo de la Alianza
fue el puntapié inicial de su decadencia. El arresto del represor
Jorge Rafael Videla por robo de bebés una noticia excelente
que rememora en su columna Sergio Moreno contiene en sí las
miserias de la obediencia debida y el punto final. Fue buena noticia la
Carpa Blanca, esa pequeña epopeya de invención democrática,
astucia mediática y experticia gremial. Pero aun su día
más memorable, aquel en que arrió su bandera porque se había
hecho ley el Fondo de Incentivo Docente, llevaba el germen de la defección
ulterior del Gobierno de la Alianza.
Es fiera venganza la del tiempo que le hace ver más tarde lo que
uno amó. La victoria estratégica se convierte en victoria
táctica. O en algo peor. Pero el tiempo, dialécticamente,
germina las semillas de la oportunidad. De aprender, de difundir ideas,
de demostrar la perversidad de los planteos excluyentes y autoritarios.
De desnudar la prepotencia militar, la violencia policial, la corrupción
de los funcionarios, el machismo y el sexismo de tantos. El tiempo permite
afinar los planteos democráticos, progresistas y populares.
Fue mala noticia el genocidio y también lo fueron las leyes de
la impunidad. Pero es buena la declaración judicial de la inconstitucionalidad
de esas normas. Es mala noticia la corrupción pero al investigarla,
denunciarla y difundirla se ayuda a generar un escenario mejor. E inesperado.
¿Quién pensó hace tres o seis años que el
gabinete menemista casi en pleno estuviera en el banquillo de los acusados?
La democracia como escribí aquella vez no es en Argentina
apenas un puñado de reglas, también es la diferencia entre
la vida y la muerte. Su perduración y consolidación en la
vida y las costumbres de la gente del común es una buena noticia
que dialécticamente, claro, y haciendo muchas veces prosa
sin saberlo contamos todos los días.
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