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MAÑANA

Por J. M. Pasquini Durán

Es tan ingrata la actualidad que, en realidad, la mejor noticia que se puede recordar en un aniversario es la oportunidad para celebrar algo. Ya es bastante bueno que, después de catorce años, estas páginas sigan alumbrando a diario, teniendo en cuenta las calamidades sorteadas en el mismo plazo. A pesar de todo, en la memoria colectiva de la democracia, apenas un poquito mayor que Página/12, existen noticias mejores, pero casi siempre el péndulo compensador de la historia las desquició con otras mucho peores, aumentando la dosis de pesimismo en los antecedentes que sirven para palpitar el futuro. Así, por ejemplo, puede anotarse en la columna positiva la refundación democrática de América latina, pese a todas sus imperfecciones, pero en el otro plato de la balanza la historia depositó las tripas reventadas del sueño socialista. Está el memorable juicio que condenó al rejuntado de canallas, mas luego llegó el indulto a desbaratar la cosa juzgada. Dado que el relato de la historia siempre se escribe con la conciencia del presente, que es incierto y agobiante, van quedando en suspenso las auspiciosas remembranzas para cederle el paso al terco aguafiestas. Sin embargo, la desesperanza o el escepticismo no tienen por qué ser el destino manifiesto de estas tierras del sur ni de sus pobladores. Por eso, es saludable el esfuerzo de seleccionar con ánimo positivo, aunque sea para que el balance final no ayude a que la depresiva realidad cotidiana de hoy se salga con la suya del todo.
Para esquivar las notas del desaliento, un atajo posible y a la moda sería hurgar en la vida privada de cada uno. Ahí siempre aparecerán nostalgias bonitas. Una pareja, una iniciación, una ida con regreso, a lo mejor el rescoldo de una felicidad fugaz que entibia como si fuera para toda la vida. En la adolescencia de los catorce años, es más que probable toparse con hallazgos de ese talante. Para empezar, hace catorce años, no hubo mejor noticia que el parto inaugural de ese primer ejemplar, manchado y feúcho como casi todos los recién nacidos, producto del esfuerzo de unos cuantos, repetido tantas veces desde entonces que aquel milagro se volvió rutina. “Al fin habrá un diario nacional irreconciliable con cualquier tipo de dictadura”, exclamó esa madrugada, radiante, Osvaldo Soriano, uno de los padres de la criatura. Ese Quijote de alma, con pinta de Sancho, ya no está para ofrecer nuevos augurios ni tampoco estará el próximo año en la fiesta de quince, pero su presagio de entonces conserva la vigencia de los mandatos inagotables. ¿Será que las mejores noticias, para alcanzar ese rango, deberán perdurar en el tiempo, desafiando la ley de las compensaciones?
Los que han gastado varias adolescencias en el propósito verdadero de cambiar la vida en comunidad, a lo mejor elegirían a las mejores noticias sin tantas vueltas, ya sea porque ayudan a fabricarlas o porque tienen mejor disposición para detectarlas. Son los que analizan las compensaciones de la historia a la inversa que los demás. En vez de resignarse a que el indulto canceló el valor del juicio inolvidable, reavivan sus comprometidos entusiasmos en la idea de que Videla, Massera y otros reos de la misma catadura perdieron de nuevo su libertad, por confortables que sean sus prisiones domiciliarias, y en que a ellos los seguirán otros muchos que hoy, a lo mejor, descansan en la confianza de la impunidad para sus delitos. En lugar de incomodarse por los inconvenientes que causan los cortes de calles y rutas, reciben al movimiento de piqueteros sin prejuicios ni sospechas alarmistas, como una buena noticia, porque los imaginan patrullas avanzadas de enormes contingentes de pueblo que vendrán después con las olas de rebeldías mundiales que ya presienten zigzagueando en la geografía del globo, de Seattle a Praga, de Porto Alegre a La Matanza. Cuando un liderazgo desmaya o desaparece, cuando un sendero llega a tierras baldías, jamás piensan que el horizonte es inalcanzable, sino que se trata de recargar las pilas para seguir adelante, probando otras rutas inexploradas, seguros de que la historia compensará los reveses a cambio de la confianza que depositan en la propia capacidad para construir un destino mejor.
Ellos no esperan las mejores noticias: quieren ser parte de ellas. Más de uno confunde esas esperanzas con dogmática necedad, con pueriles ilusiones o con sencilla estupidez y, a lo mejor, en más de un caso los pragmáticos del presente perpetuo suponen con fundamento. En la estirpe de los soñadores, igual que en todas las estirpes, hay de todo. Sin embargo, en la misma medida que les vaticinan la imposibilidad de sus sueños, nadie tiene evidencia suficiente en la memoria para negarles de una vez y para siempre la chance de acertar con la mejor noticia de todas. Los soñadores creen que es mejor intentar el acierto, una y otra vez, a esperar sentados a que la fatalidad sea benévola. ¿Y si tuvieran razón? Por eso, si se trata de elegir la mejor noticia, en el balance personal, uno podría permitirse soñar con qué sucederá al día siguiente. Puestos a recordar, incluso los datos de la realidad pasada, aun en los tiempos más sombríos, confirman que esa expectativa dejó que la humanidad siguiera aguantando y venciendo obstáculos en su camino hacia adelante. Además, de acuerdo con evidencias científicas y empíricas, el optimismo prolonga la vida. Y con catorce años hay derecho, hasta obligación, de ser optimista.

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