Visité a Haroldo Conti en su departamento de la calle Fitz Roy muy poco tiempo antes de que lo secuestraran, y me da la sensación, ahora, a lo lejos, con algún dolor, que él presentÃa el holocausto, el fin de un tiempo histórico. Y creo que también presentÃa, y quizá yo ponga en esto más que él mismo, que el tiempo histórico que estaba por fenecer se habÃa caracterizado por la estupidez, por una especie de febocracia: que habÃa que ser joven a toda costa y que los jóvenes eran de determinada manera, es decir, revolucionarios. Lo cual no es cierto: los jóvenes tienen unas enormes ganas de vivir, y no de sacrificarse. Lo que más me llamaba la atención de esa generación era la falta de dudas. Pero él sà las tenÃa, y por eso digo que un poco preveÃa el final wagneriano. TendrÃa que haberse ido. Quizás él pensó que no podrÃa vivir sin estar aquÃ, pero creo que, para quienes lo quisimos, hubiera sido mucho mejor no haberle dado el gusto al verdugo.
También recuerdo de él su generosidad y su buen humor. Y cierta dosis de ingenuidad. Que no es malo: con cierta dosis de ingenuidad, Einstein llegó muy lejos. Pero creo que Haroldo fue vÃctima de las circunstancias. Era un hombre profundamente cristiano, en el mejor sentido de la palabra, en el único posible.
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