Algo de ese mundo excéntrico relacionado con lo sobrenatural, propio del sur profundo norteamericano, que con tanta maestrÃa plantaba Clint Eastwood en su Medianoche en el jardÃn del bien y del mal, explota ahora con alcances impredecibles en la serie True Blood, ya promediando la tercera temporada (se está pasando localmente por HBO, en simultáneo con los Estados Unidos). Si en la primera etapa, esta producción con el sello de Alan Ball que recrea las novelitas de Charlaine Harris, Southern Vampire Mysteries, transfundÃa nueva sangre al antiguo mito vampÃrico, sazonándolo con brujerÃa y otros toques fantásticos, en la segunda temporada –además de evolucionar a toda marcha el relato sobre los no muertos– sumaba desinhibidamente aportes de la mitologÃa griega. Por ejemplo, a través de una poderosa ménade (llegada de la troupe de bacantes que seguÃan a Dioniso) que desorganizaba la ya alterada comunidad de Bon Temps, Louisiana, organizando orgÃas en las que participaba activamente, en estado hipnótico, casi toda la buena gente del pueblito.
A esta altura de la soirée –porque estos desmadres suceden habitualmente en la noche irracional– ya se sabÃa que Sam, el dueño del bar Merlotte, podÃa mutar a animal, casi siempre perro. Pero no lobo, especie que crece y se multiplica en la temporada en cartel: es decir, hombres mujeres lobo que, como los vampiros actualizados afincados en el sur, dan rienda suelta a su descomunal potencial erótico, haya o no plenilunio. Esta nueva (en la serie, ya que la especie proviene de leyendas muy lejanas) minorÃa en realidad no es autónoma, puesto que depende de los caprichos del rey de Mississippi, un vampiro aristocrático de 3000 años, que encara las peores calamidades con el humor irónico y distanciado de quien se las sabe todas. Este encantador personaje tiene un cónyuge al que cada tanto no tiene más remedio que reubicar con (non sancta) paciencia, porque condesciende a tener en cuenta la juventud de su pareja: apenas 700 añitos.
Como han de saber los/as cada vez más numerosos/as fans de la serie, que este año más que al derrame de sangre tiende a la hemorragia –es que ahora además de los desgarramientos de carne (humana), están rodando cabezas a destajo–, True Blood se centra en la historia de la diáfana mesera Sookie Stackhouse, lectora de pensamientos ajenos, entre otros poderes que se van revelando, de corazón noble y auténticamente desprejuiciado. Tanto como para enamorarse de la romántica palidez de Bill Compton, el vampiro de 173 pirulos (actualmente pisando los 175) que ha regresado a su vieja casa familiar abandonada, en Bon Temps. En la primera temporada, los vampiros ya disponÃan de sangre artificial ponja para alimentarse, si bien algunos seguÃan prefiriendo el menú clásico de altri tempi que, además, les daba la posibilidad de acrecentar la minorÃa al contagiar a sus ¿vÃctimas?. Por ora parte, estaba instalado el debate público entre cristianos fundamentalistas dispuestos a arrasar con los diferentes, y los más liberales, que los aceptaban y empezaban a reconocer sus derechos. Por cierto, la animosa chica Sookie siempre la tuvo clarÃsima, aun antes de caer enamorada a full de Bill. Este, a su vez, desde el vamos ha intentado recuperar lo que le quedaba de su anterior humanidad, preservando a su amada del colmillazo fatal (en el sentido de que una vez mordida, se supone que no hay retorno a la vida común y silvestre, aunque en esta serie reglas y códigos del género se vuelven progresivamente más flexibles y hasta reversibles: últimamente, Bill se muestra inmune a la luz solar).
Pensar que Alan Ball descubrió las pulp novels de Harris cuando buscaba algo baladà para leer en la sala de espera del dentista... Y justo se viene a encontrar con estas ficciones pobladas de colmillos penetrantes que el creador de Six Feet Under asoció inmediatamente a su acendrado interés por los problemas de las minorÃas, por la aceptación de la diversidad. Con la anuencia de la autora, desarrolló personajes –alrededor de diez coprotagonistas, veinte secundarios, incontables visitantes– e historias paralelas con extraordinaria consistencia y absoluta claridad, pese a la imparable expansión y complejidad de la trama. Los/as adictos/as a True Blood de la primera hora saben bien, como si los conocieran en persona, quiénes son y cómo son Sookie, Bill, Sam, Jason (el bala perdida hermano de la mesera), Tara (la temperamental negra amiguÃsima de Sookie), Jessica (la reciente vampira adolescente haciendo un duro aprendizaje), Russell (el magnÃfico rey, refinado gourmet de comidas bien rojas), Lafayette (el querible cocinero gay que en los ratos libre trafica con sangre de vampiro, famosa por sus efectos afrodisÃacos), Eric (el guapÃsimo chupasangre vikingo, rival en amores de Bill) y, entre los más recientes, el benévolo y corajudo lobito Alcide. En uno de los últimos caps, Bill, desangrado por la despechada vampira Lorena, se bebe literalmente a Sookie, sin poder controlarse. Pero después la salva de morir y ella lo rechaza, por el momento... En la vida real, los intérpretes de estos personajes, Anna Paquin y Stephen Moyer, acaban de casarse en relativo secreto, en la playa de Malibú. La noticia no aclara si en la fiesta se ofreció sangrÃa a los invitados, pero sà nos alboroza con una promesa: habrá cuarta temporada de True Blood.
True Blood, sábados a las 23.30 y domingo a las 22 por HBO, lunes a las 22 por HBO Plus.
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