Mi memoria está hecha con recuerdos ajenos, relatos familiares con los que convivà y otros que salà a buscar: uno de ellos nombraba a un sobreviviente, el último que los vio vivos.
¿Por qué escucharlo?
Durante veinticinco años no fueron ni vivos ni muertos.
Terminar con esa indeterminación era razón suficiente.
Asà me encontré con Jorge Julio López. Con él habÃan compartido primero la militancia en el barrio, luego el cautiverio en el pozo de Arana.
López habÃa sobrevivido y por él supe el dÃa exacto de su muerte, las últimas palabras de mi hermana y a quién estaban dedicados sus sentimientos en ese momento. Me habló del amor de Patricia por su hija, esa imagen que yo nunca habÃa visto en fotos.
López vivió, recordó, contó. Fue testigo, declaró, acusó.
Vio cautivos, vio torturados, vio asesinatos y vio a los verdugos.
Construyó memoria, al principio en papel, escribiendo y dibujando sus recuerdos; después dando testimonio y como querellante.
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