Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
Por Gerardo Dell’Oro
Mi memoria está hecha con recuerdos ajenos, relatos familiares con los que conviví y otros que salí a buscar: uno de ellos nombraba a un sobreviviente, el último que los vio vivos.
¿Por qué escucharlo?
Durante veinticinco años no fueron ni vivos ni muertos.
Terminar con esa indeterminación era razón suficiente.
Así me encontré con Jorge Julio López. Con él habían compartido primero la militancia en el barrio, luego el cautiverio en el pozo de Arana.
López había sobrevivido y por él supe el día exacto de su muerte, las últimas palabras de mi hermana y a quién estaban dedicados sus sentimientos en ese momento. Me habló del amor de Patricia por su hija, esa imagen que yo nunca había visto en fotos.
López vivió, recordó, contó. Fue testigo, declaró, acusó.
Vio cautivos, vio torturados, vio asesinatos y vio a los verdugos.
Construyó memoria, al principio en papel, escribiendo y dibujando sus recuerdos; después dando testimonio y como querellante.
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