Mordejai le cuenta a su rabino que tuvo un sueño en el que era feliz: no llevaba su kipá. Moshe Korin rememora las primeras puestas de Sholem Aleijem por estas costas. Los hermanos Helauni cuentan la compleja receta que se esconde detrás de un kadaÃfe, y David pierde el bar por una cabeza. AsÃ, entre datos históricos y personajes increÃbles, entre crónicas de época y anécdotas mitificadas, a medio camino entre los recuerdos esquivos de un pibe y la experiencia vÃvida de un escritor, Marcelo Birmajer recorre la historia de un barrio, su barrio, El Once. Mezcla de realidad y ficción, de investigación histórica y literatura, el autor se pasea desde la Semana Trágica al atentado a la AMIA, de la ejecución de Isaac Nudelman a la tragedia de Cromañón, rescatando datos, resucitando nombres, transitando personalmente cien años de historia en un barrio judÃo en cuyo mapa no figura, paradójicamente, ni un solo Kohen. Quizá por esto, es que, como bien lo sugiere Birmajer en la introducción del libro, El Once --que hoy, a partir de las 19.30, se presentará en los altos de Ross (Córdoba 1347)-- más que una novela o un ensayo, es una oda al barrio.
--Casi toda su escritura está impregnada de la vida en el Once, ¿cómo fue que decidió "quemar" toda esa experiencia en un solo libro?
--Fue una decisión casi compulsiva, impensada. De haberlo pensado un poco más, tal vez hubiera seguido economizando las experiencias, y soltándolas de a retazos, en los cuentos y en los guiones. Pero cuando la por entonces directora de la colección, Gabriela Esquivada, me propuso escribir un libro sobre el barrio, no pude esquivar el desafÃo.
Me llevó tres años, mucho más que cualquier de los libros que he escrito. Y es más corto que la mayorÃa de mis libros. Precisamente la sensación de estar abriendo al medio a la gallina de los huevos de oro, como bien señalás con el verbo "quemar", fue uno de los factores que retrasaron la culminación de este libro. Pero siempre he creÃdo que el hombre que le hizo la cesárea mortal a la gallina de los huevos de orono lo hizo por codicia, sino por curiosidad. Y otro tanto me ocurrió a mÃ: tenÃa curiosidad acerca de saber si era capaz de escribir este libro. Contra todas mis predicciones, lo conseguÃ. Ahora solo me resta
la esperanza de ser capaz de inventar nuevos recuerdos.
-En El Once parecen confluir muchos géneros y ninguno ¿por qué no eligió sólo ficción, o solo investigación histórica, o sólo reportaje?
--Como ya dije, no evalué los riesgos. Me querÃa lanzar a una miscelánea. Como Henry Michaux en Un bárbaro en Asia, un libro que me regaló Juan Sasturain cuando cumplà 20 años. Estaba convencido de que el Once no podÃa ser descripto exclusivamente con las herramientas del periodismo y la historiografÃa, ni querÃa que fuera otro libro de ficción. Para cantar el clima del barrio tenÃa que combinar las ficciones que ya habÃa escrito, con las historias que conocÃa más la historia colonial y finisecular de comienzos del barrio. No habÃa otro modo de reproducir la atmósfera entre mágica y atorrante, de clase media emprendedora, culta pero no sofisticada, interesada en los asuntos del mundo pero no erudita, pÃcara pero con lÃmites.
-En alguna entrevista dijo que escribÃa mirando por la ventana de su casa; ¿cómo es escribir mirando hacia adentro?
--Para mà fue terriblemente difÃcil. Uno cree saber quién es cuando mira el mundo y lo describe. Uno cree que uno es su punto de vista. Pero describirse a uno mismo, describir la propia casa, te demuestra que te conocés mucho menos de lo que creÃas.
-¿Cómo funciona la cuestión de lo judÃo en su escritura?
--Simplemente lo respiro. Aparece. Se impone. No lo busco, pero lo acepto. Evitarlo serÃa mentirme a mà mismo y a los lectores. En mis cuentos y novelas, cuando un chico cumple trece años se pregunta por el Bar Mitzvá. Cuando una pareja decide casarse, en mi ficción, lo primero que veo es al hombre pisando la copa bajo la jupá. Es cierto que puedo escribir sobre cualquier persona, sobre cualquier cultura, sobre cualquier clase social. Pero una cosa es inventar y otra mentir. Y yo creo saber diferenciar entre una y otra. Uno pude escribir sobre Europa como argentino, o puede hacerse el europeo escribiendo sobre Argentina. Yo escribo como porteño, como judÃo y como hombre de clase media. No porque lo busque: me sale asÃ, y no lo evito. Me divierte ser judÃo, me apasiona la historia de los judÃos, y vivo discutiendo con Dios. El humor es para mà uno de los más elevados métodos de llamar la atención de Dios: hacer reÃr a las personas, cosa que El nunca intenta.
-¿Alguien encontró en su literatura cierto parentesco con el estilo de Woody Allen. Pero como evidentemente Buenos Aires no es Nueva York, ¿cómo definirÃa al tÃpico "judÃo porteño" del Once?
--Respecto a Woody Allen, creo que la gran diferencia es que yo nunca iniciarÃa una relación con una joven vietnamita adoptada por mi esposa.
Respecto a la definición de un tÃpico judÃo porteño del Once: es un personaje que describo en mi libro, en el capÃtulo titulado "Coreanos, peruanos y bolivianos en el Once". Ese personaje no es porteño ni judÃo.
Es gallego y gentil. Pero es la mejor definición de un judÃo porteño tÃpico del Once.
© 2000-2023 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.