Miércoles, 28 de junio de 2006 | Hoy
El escritor Marcelo Birmajer llega hoy a Rosario para presentar su libro "El Once", la historia de un barrio célebre.
Por Fernanda González Cortiñas
Mordejai le cuenta a su rabino que tuvo un sueño en el que era feliz: no llevaba su kipá. Moshe Korin rememora las primeras puestas de Sholem Aleijem por estas costas. Los hermanos Helauni cuentan la compleja receta que se esconde detrás de un kadaífe, y David pierde el bar por una cabeza. Así, entre datos históricos y personajes increíbles, entre crónicas de época y anécdotas mitificadas, a medio camino entre los recuerdos esquivos de un pibe y la experiencia vívida de un escritor, Marcelo Birmajer recorre la historia de un barrio, su barrio, El Once. Mezcla de realidad y ficción, de investigación histórica y literatura, el autor se pasea desde la Semana Trágica al atentado a la AMIA, de la ejecución de Isaac Nudelman a la tragedia de Cromañón, rescatando datos, resucitando nombres, transitando personalmente cien años de historia en un barrio judío en cuyo mapa no figura, paradójicamente, ni un solo Kohen. Quizá por esto, es que, como bien lo sugiere Birmajer en la introducción del libro, El Once --que hoy, a partir de las 19.30, se presentará en los altos de Ross (Córdoba 1347)-- más que una novela o un ensayo, es una oda al barrio.
--Casi toda su escritura está impregnada de la vida en el Once, ¿cómo fue que decidió "quemar" toda esa experiencia en un solo libro?
--Fue una decisión casi compulsiva, impensada. De haberlo pensado un poco más, tal vez hubiera seguido economizando las experiencias, y soltándolas de a retazos, en los cuentos y en los guiones. Pero cuando la por entonces directora de la colección, Gabriela Esquivada, me propuso escribir un libro sobre el barrio, no pude esquivar el desafío.
Me llevó tres años, mucho más que cualquier de los libros que he escrito. Y es más corto que la mayoría de mis libros. Precisamente la sensación de estar abriendo al medio a la gallina de los huevos de oro, como bien señalás con el verbo "quemar", fue uno de los factores que retrasaron la culminación de este libro. Pero siempre he creído que el hombre que le hizo la cesárea mortal a la gallina de los huevos de orono lo hizo por codicia, sino por curiosidad. Y otro tanto me ocurrió a mí: tenía curiosidad acerca de saber si era capaz de escribir este libro. Contra todas mis predicciones, lo conseguí. Ahora solo me resta
la esperanza de ser capaz de inventar nuevos recuerdos.
-En El Once parecen confluir muchos géneros y ninguno ¿por qué no eligió sólo ficción, o solo investigación histórica, o sólo reportaje?
--Como ya dije, no evalué los riesgos. Me quería lanzar a una miscelánea. Como Henry Michaux en Un bárbaro en Asia, un libro que me regaló Juan Sasturain cuando cumplí 20 años. Estaba convencido de que el Once no podía ser descripto exclusivamente con las herramientas del periodismo y la historiografía, ni quería que fuera otro libro de ficción. Para cantar el clima del barrio tenía que combinar las ficciones que ya había escrito, con las historias que conocía más la historia colonial y finisecular de comienzos del barrio. No había otro modo de reproducir la atmósfera entre mágica y atorrante, de clase media emprendedora, culta pero no sofisticada, interesada en los asuntos del mundo pero no erudita, pícara pero con límites.
-En alguna entrevista dijo que escribía mirando por la ventana de su casa; ¿cómo es escribir mirando hacia adentro?
--Para mí fue terriblemente difícil. Uno cree saber quién es cuando mira el mundo y lo describe. Uno cree que uno es su punto de vista. Pero describirse a uno mismo, describir la propia casa, te demuestra que te conocés mucho menos de lo que creías.
-¿Cómo funciona la cuestión de lo judío en su escritura?
--Simplemente lo respiro. Aparece. Se impone. No lo busco, pero lo acepto. Evitarlo sería mentirme a mí mismo y a los lectores. En mis cuentos y novelas, cuando un chico cumple trece años se pregunta por el Bar Mitzvá. Cuando una pareja decide casarse, en mi ficción, lo primero que veo es al hombre pisando la copa bajo la jupá. Es cierto que puedo escribir sobre cualquier persona, sobre cualquier cultura, sobre cualquier clase social. Pero una cosa es inventar y otra mentir. Y yo creo saber diferenciar entre una y otra. Uno pude escribir sobre Europa como argentino, o puede hacerse el europeo escribiendo sobre Argentina. Yo escribo como porteño, como judío y como hombre de clase media. No porque lo busque: me sale así, y no lo evito. Me divierte ser judío, me apasiona la historia de los judíos, y vivo discutiendo con Dios. El humor es para mí uno de los más elevados métodos de llamar la atención de Dios: hacer reír a las personas, cosa que El nunca intenta.
-¿Alguien encontró en su literatura cierto parentesco con el estilo de Woody Allen. Pero como evidentemente Buenos Aires no es Nueva York, ¿cómo definiría al típico "judío porteño" del Once?
--Respecto a Woody Allen, creo que la gran diferencia es que yo nunca iniciaría una relación con una joven vietnamita adoptada por mi esposa.
Respecto a la definición de un típico judío porteño del Once: es un personaje que describo en mi libro, en el capítulo titulado "Coreanos, peruanos y bolivianos en el Once". Ese personaje no es porteño ni judío.
Es gallego y gentil. Pero es la mejor definición de un judío porteño típico del Once.
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