Vengo por la autopista Duarte: a alguna parte hay que llegar le digo pero ella sonrÃe, entrecierra los ojos verdes que ella cree grises, se acomoda la falda corta y calla mientras juguetea seriamente con todas las yemas de los dedos que dedo a dedo se enfrentan con el pulgar mientras sonrÃe de sus ojos verdes entrecerrados y yo le repito entonces que a alguna parte hay que llegar.
Hemos salido recuerdo hace más de cinco horas y como yo no paraba ella me preguntó si no tenÃa por las dudas dijo yo ganas de hacer pis, de parar junto al camino como aquella noche con el motor encendido, recomendándole mientras meaba contra un árbol de cerezas dulces, rojas y aromáticas, un chorro largo y persistente, con la mano izquierda tomada de una rama alta, que si algo ocurrÃa no dudara en poner la primera y rajar a buena velocidad que total le decÃa yo esa noche yo tengo en el bolsillo un arma y mientras esto yo decÃa, además sabÃa que ella también notaba que yo sentÃa, de mi bolsillo, con la piel de adelante de la pierna, el volumen frÃo y sólido del tirabuzón que siempre llevo conmigo.
A lo mejor dijo ella vos querÃas parar pronto porque algo deberÃas hacer, detenerte, parar, descansar, sacar los ojos del camino, aflojar las manos del volante, ir al baño, intentar algo más, probar, ensayar y eso dijo capaz que te harÃa bien.
Me harÃa de bien, pienso entonces, pero la autopista Duarte recuerdo ahora no parece una autopista porque en su afán de sostener lo plano de la autopista Duarte, muchas curvas resultan en el camino: si uno mira la autopista Duarte no con los ojos pardos que yo ando llevando a todas partes ni con los ojos verdes de ella que se creen grises sino con los ojos esos de la imaginación que permiten ver como si voláramos a mil pies de altura, como si fuéramos a bordo de una Soyuz de cristal, como si miráramos el mundo desde donde ahora debe estar mi tÃa Nora que era buenÃsima y se ven, decÃa, los desniveles, colinas, alturas y depresiones del terreno natural que hay abajo y alrededor de la autopista Duarte y se ve también que la autopista Duarte es el único pedazo material de un plano infinito como el que soñara Hiparco antes de ir a morirse en AlejandrÃa el cual, penetrado muchas veces por el terreno natural, ya sea cultivado de soja transgénica, de maÃz hÃbrido o de trigo candeal es perforado en esas curvas con las que la autopista Duarte limita a la parte penetrada por las chacras, las quintas, las suertes de estancia, los latifundios ilimitados que sin embargo alimentan de granos al mundo a través de ese enorme mar que continúa el plano no euclidiano del que es parte la autopista Duarte.
Decime dirá ella más tarde cuando ya rojizo sea el horizonte ¿a vos no te parece que yo deberÃa dejar esas horas en la Universidad Maimónides? Sin embargo yo ahora no pienso en lo que podrÃa contestarle después, no pienso en los beneficios que deja la cátedra de la Universidad Maimónides, no imagino los riesgos de abandonar la cátedra Universidad Maimónides, no imagino qué es lo que ella harÃa con el tiempo que en estos dÃas dedica a su cátedra Maimónides: ni siquiera puedo pensar en el propio Maimónides porque guÃo mi automóvil blanco brillante fulgurante en la tarde luminosa por las curvas con que la autopista Duarte señala esas fosas del enorme plano visto desde la Soyuz de cristal penetradas por la madre tierra y habitadas, a veces, por un campesino pobre vestido con overall y sombrero pajizo, un rastrillo, un espantajo de campesino pobre que todas las veces que se repita, hoy, ayer, mañana, otros dÃas que no han venido y quien sabe si vendrán, mientras yo siga guiando este u otro automóvil brillante, saludaré como hago ahora con un dedo Ãndice que no apunta a ninguna parte pero parece, visto desde la Universidad Maimónides, dar una pequeña bendición de lo cotidiano, no con grandes bienes, dones, sanidad y alegrÃa sino con una pequeña promesa de que en los próximos segundos no sucederán grandes desgracias, desastres ni padecimientos y asà es que lo saludo al campesino cuando pasa a mi lado en los campos que bordea la autopista Duarte y el campesino una vez como en la primavera del 73 te saluda con una sonrisa decente, o en una de esas te hace un gesto con el sombrero o quien sabe te cabecea sincrónicamente la mano en una especie de danza espectral que para aquellos que hicieron la Universidad Maimónides, tal vez resulte caprichosa pero para los que tripulamos esta Soyuz de cristal no es más que un paso leve, sonriente, armonioso, en ese enorme baile que bailamos la gente, acá, en la autopista Duarte.
"Recojamos hongos" dirá ella sonriente cuando lleguemos a la parte más honda del corazón mismo del secano; tal vez no hoy pero un dÃa que haya llovido dirá sonriente y pasado un dÃa del sol al otro dÃa habrá asegura enfática hongos de pino, hongos de coco, hongos del valle y despues de recogerlos agrega podremos ver de, en la noche, realizar un guiso, con papas, fideosmoños, sopa de letras y un toque mudo de curcuma vede para aliviar al espÃritu de esas sordas atrocidades que se te ocurren cada vez que voy de visita al templo Maimónides y yo pensaré de ella que es en verdad una verdadera pitonisa, de las más grandes, de las más importantes, una especie entre las especies de adivina, de diosa de cabotaje, de alegrÃa de sonreÃr que cuando sobreviene la tormenta pensaré sabe reÃr por encima del trueno, sonreÃr bajo la lluvia, sonreÃr frente al viento y si yo a veces me quedo consternado, no es tanto porque no la entienda, me resulte algo más compleja y trastocada que las mujeres comunes sino que sólo estoy esperando el momento de la lluvia, del viento, de su sonrisa, de su alijar los pesares que hace de mi vida un deambular, una continua búsqueda, un guiar mi automóvil blanco por la autopista Duarte, un procurar guiarla a ella, en el automóvil, en franca dirección a nuestro propio destino.
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