Los innumerables factores que se asocian para contribuir a una digna victoria futbolÃstica no tienen posibilidad de ser racionalizados. Ni previstos. Los factores en principio son tres: climatológicos, anÃmicos y de mero azar.
Es como estar con los ojos vendados tratando de dar en el blanco con una flecha torcida. Todo intento fracasará si uno no se abandona al devenir incierto del destino, al fluir errático de un rÃo que no vuelve.
Luego entra a tallar la calidad en el juego, la historia del equipo del club en todo caso y las ganas de ganar, guapeando cuando decae la técnica o la habilidad no es suficiente.
No estoy apelando de ningún modo a la violencia, se entiende. Me refiero a cierta actitud mental que convenza al rival de que uno es superior, que éste partido precisamente deberá contar con un vencedor seguro, el equipo en el que estamos jugando. Que el juez debió darnos ya el triunfo aunque falten diez minutos, que esa diferencia de un par de goles no es representativa de la realidad, que la escamotea. que no lo hace verosÃmil. Uno con la presencia que lo hace superior de nacimiento no tiene en cuenta que deberÃa haber hecho cuatro goles más para que sepan quien es superior. Pero, somos buenos, y no nos gusta humillar al adversario. Somos caballeros.
Cuando esa tarde entramos a la cancha nuestro capitán el Nenucho Faravelli nos habÃa alertado sobre la posibilidad remota de poder controlar el azar.
Como el dÃa estaba espléndido, digo por supuesto que nuestro ánimo era óptimo, sólo nos quedaba conjurar al miserable azar, que para siempre parecÃa haberse aposentado entre nosotros, para que la suerte siempre se nos diera contra. En ese campeonato, los travesaños y los palos laterales parecÃan formar parte de las defensas contrarias. Tantas veces se habÃa interpuesto entre el grito ahogado de nuestras gargantas y esa pelota que no quiere besar la red.
Nenucho no habÃa estado enfático. Nunca lo estaba. Era en ese tiempo un muchacho tranquilo y previsible. Muy respetuoso y correcto. Si hasta se casó con su novia de la primaria, la hermosa rubiecita que se llamaba (y se llama), MarÃa Angela Nicoletti, la popular Maiaia.
Pero aquà quiero rescatar ese momento en que Nenucho nos incitó suavemente a la aspiración de la gloria.
Sólo nos preguntó, como quien no quiere la cosa, si a nosotros nos interesaba entrar por la puerta grande del club y sumar la hazaña de ganar ese dÃa, que jugábamos con los punteros de la tabla, uno de los equipos de Chañar Ladeado. Creo que era Chañarense, eso nos preguntó. Con esa media voz que nunca levantaba, ni cuando la ira lo ganaba.
La verdad es que nos tocó el amor propio, ya que nosotros no hacÃamos esa ecuación surrealista que él sostenÃa.
Buen tiempo igual buen ánimo, menos azar igual éxito.
Nosotros éramos espantosamente realistas. SabÃamos que ese equipo nos iba a pasar por encima, como efectivamente sucedió.
Aunque aquà el azar se dio vuelta en el segundo tiempo. El primero fue para olvidar: tiros nuestros en los palos.
Un gol que nos anularon cuando el Tatú GarcÃa, un petiso que jugaba de nueve y no le hacÃa un gol ni a la mamá en el dÃa de la madre, aprovechó una distracción de la defensa, le robó una pelota al cinco de ellos y pateó con tanta suerte que al arquero, que le habÃa atajado, se le escapó, oportunidad que Tatú aprovechó y la tocó suave y la arrimó al fondo de la red. Gol. No lo podÃamos creer. Uno a cero. Nuestro arquerito, el inefable Roberto Vega, se tiraba de palo a palo, salÃa con las rodillas y los botines y los puños casi hasta el extremo de la expulsión, pero milagrosamente mantenÃa la valla invicta ese dÃa.
La verdad sea dicha, nos baquetearon lindo, corrimos una coneja interesante pero siempre mantuvimos el honor a salvo, aunque sin saber todavÃa si entrarÃamos en el libro de las glorias del club. Hasta allà no estábamos muy seguros de que asà fuera.
Para colmo en esos tiempos no se permitÃan los cambios. Llegamos extenuados al final del primer tiempo.
El fidelÃsimo Tata Barco, nuestro utilero de siempre, entró al vestuario a darnos ánimo. Nos habló de garra, de esfuerzo, del color sangre de nuestra camiseta.
Yo no dije nada, pero para mà temÃa que al nueve de ellos ya no lo podrÃa parar más salvo que lo colgara de una patada a un árbol de la orilla de la cancha.
Yo no dije nada, me limité a comer una gran naranja de ombligo que mi viejo luego de arrancada de la planta ponÃa en mi bolso, domingo a domingo.
Me levanté del suelo donde me habÃa sentado, tiré la cáscara de la naranja a un tacho de lata que juntaba desperdicios, me enjuagué las manos y me mojé la cara. Lo miré a Nenucho, que ya no hablaba como en el inicio del partido. Estaba como si hubiera perdido el habla. No dijo en ningún momento "esta boca es mÃa", siquiera. Ni qué decir que nos empataron apenas comenzando el segundo tiempo.
Yo creà que estábamos perdidos pero como dije antes, la suerte nos acompañó más aún, porque si bien tiraron al arco dos de cada tres pelotas que consiguieron, ese dÃa muestro arquerito estaba inspirado. El trámite estaba enredado, ellos tenÃan su orgullo y no se iban a dejar empatar por un equipito humilde como el nuestro.
Asà las cosas el partido llego a sus instancias finales, y cuando nosotros nos dábamos por demás de satisfechos con el empate ocurrió el milagro, que como todo milagro que se precie siempre es inesperado.
Hubo una situación confusa fuera del área de ellos, uno de los nuestros fue derribado fieramente y, al réferi no le quedó más remedio que cobrar. Tocó el pito tan suave que nosotros en la otra punta ni lo oÃmos.
El encargado de ejecutar el tiro libre fue el Toto MÃguez que no tomó carrera, le pegó con el empeine, abajo. La pelota hizo una especie de curva, buscando la altura, pasó sobre la barrera, enfiló hacia el ángulo derecho, lejos del alcance del arquero. Iba como en cámara lenta, hasta que nuestros ojos azorados vieron lo que no podrÃa creerse cierto: que la pelota al fin entrara en ese arco esquivo.
Antes que las gargantas gritaran hacia el gol nosotros tardamos unos segundos en comprender que esa alegrÃa era sólo nuestra y para siempre.
Que honradamente nos la habÃamos ganado y como se decÃa antes "en buena ley".
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