No quiero decir (por otra parte quién soy yo para decirlo), que vivimos en un tiempo en el cual la mediocridad hace gala de ser la dueña de las preocupaciones de una gran mayorÃa. No es que no ocurran cosas trascendentes, pero la ocupación de una enorme mayorÃa se desvÃa hacia cosas cuya trascendencia, desde el punto de vista de la historia del hombre son naderÃas o algo parecido. Esto nos recuerda un libro que cada tanto es conveniente repasar: "Apenas ayer", de Frederick Lewis Allen, una historia informal de la década del veinte en los Estados Unidos. El libro fue escrito en 1931 y de allà su tÃtulo, "Only Yesterday". Después de una época de engañosa prosperidad, que se ubica entre los once años que van del fin de la guerra del 14 (noviembre de 1918) hasta el pánico del derrumbe de la bolsa de valores (noviembre de 1929) se llegó a un tiempo que podrÃa suponerse similar a las de las siete plagas de Egipto. Allen es asombrosamente lúcido en su análisis. No tan sólo en lo que fueron los llamados los llamados años del jazz sino en su pensar sobre el futuro. Pero nos interesa su mirada a la década del veinte Es cierto que el autor toma en serio las cosas que fueron serias, por ejemplo la crÃtica, en sentido de censura, mostrando la insatisfacción de los intelectuales norteamericanos con respecto al gobierno. Ese hombre, H.L. Mencken (1880 1956) fue leÃdo por muchos, pero quienes tendrÃan que haberlo escuchado no le prestaron la mÃnima atención. Desde el "American Mercury". "Mencken, nos dice Lewis Allen, vertÃa su ácido cÃtrico sobre el sentimentalismo, la evasión y pomposidad académica en los libros y la vida; vapuleaba a los rotarios, los metodistas, y reformadores, ridiculizaba la religión de la prosperidad (") y contemplaba la escena norteamericana en general con una carcajada estridente y profana".
Lewis Allen no es menos ácido. Si los valores barridos durante los años de postguerra habÃan desaparecido para no volver jamás, se buscaba a tientas otros nuevos que ocupasen su lugar. "Si esa búsqueda existÃa, no fue prematura. Porque para muchos hombres y mujeres el nuevo dÃa tan sonoramente anunciado por los optimistas y propagandistas de la época de la guerra se habÃa convertido en noche antes de llegar, y en la incierta oscuridad no sabÃan hacia dónde dirigirse. PodÃan rebelarse contra la estupidez y la mediocridad, podÃan encontrar un magro placer en el hecho de contemplarse a sà mismos con piedad como miembros de una generación perdida, pero no les era posible hallar sosiego".
Es cierto como dice el autor que todas las naciones, en todas las eras de la historia, son arrebatadas de tiempo en tiempo, por oleadas de contagiosa excitación relacionadas con manÃas o modas o problemas de mayor o menor dramatismo. Él analiza lo que aconteció en su paÃs: las causas célebres carecÃan de absoluta importancia desde el punto de vista tradicional del historiador. Muy pocas personas fueron afectadas por esas causas, pero el hecho que pudiesen atraer las esperanzas y temores de una cantidad de personas sin precedentes, es digno de analizar. Eso es lo que hace Lewis Allen en su obra. El espÃritu cÃvico estaba en decadencia, puntualiza, y parecÃa que una gran mayorÃa, estuviera de acuerdo con aquello que son dichosas las naciones que no tienen historia pero si muchos buenos espectáculos para presenciar. Esos espectáculos fueron la esencia de lo que Lewis Allen llama los años del sensacionalismo.
Es asÃ, por ejemplo, que un juicio criminal tuviese más atención que el hundimiento del "Titanic" o que posteriormente el vuelo de Lindbergh causara más sensación que el Armisticio y el derrumbe del Imperio Alemán. El paÃs, nos dice el autor, tenÃa pan, pero querÃa circo y ahora "podÃa concurrir a ellos por millones". Juegos como el Mah Jong fueron el alimento espiritual del año 1922; para 1923 se pusieron de moda las bananas, sobre todo por una canción que aún hoy puede escucharse y en 1924, fue el auge de los libros de palabras cruzadas cuyas ventas fueron asombrosas, al menos hasta el año 30.
Hubo otros hechos a los que se refiere este libro que leemos con renovado placer, porque si bien trata de todo eso que pueden considerarse frÃvolo, él no pierde de vista que lo eran y que finalmente resultarÃan malsanos para esa sociedad, como lo hubiesen sido como para cualquier otra. El cine de años posteriores supo tratar algunos de esos temas con verdadero talento y poniendo el acento en el montaje circense que rodeaba una tragedia, por ejemplo la de Floyd Collins, que quedó encerrado en un pasaje subterráneo y que finalmente murió sin poder salir. Un periodista bien intencionado pido llegar, dado su pequeño tamaño, hasta el lugar donde el pobre hombre estaba aprisionado y sus crónicas revelaban la tragedia como tal. Pero el público que rodeó el lugar (junto con los vendedores de distintos alimentos) querÃa sencillamente algo de circo. Los tabloides, que en ese momento eran los dueños del sensacionalismo, daban las noticias con grandes titulares y barato melo dramatismo. Ese circo duró 18 dÃas.
Otro periodista, Charles Merz, puso en ironÃa de la situación al comentar poco después de un mes, el derrumbe de una mina en Carolina del Norte, donde 71 hombres fueron atrapados y 53 de ellos murieron. Para el público mayoritario se trataba nada más que un "desastre minero" y eso no les llamaba la atención. Ese tipo de auténtico drama, no pertenecÃa a la categorÃa de pan y circo que anhelaban las mayorÃas.
Hubo sà un caso que tuvo interés ya que presentaba la lucha entre la religión (o más que la religión el oscurantismo) y la ciencia. Fue cuando un maestro de Tennessee se atrevió a enseñar la teorÃa de la evolución que, por otra parte, aún hoy provoca conflictos. Clarence Darrow, uno de los más célebres abogados norteamericanos, lo defendió contra el ataque que dirigió el fundamentalista William Jennings Bryan. Pero aún en este caso, tan serio por su trascendencia, tuvo aspectos del circo que buscaba el público. Fueron dÃas de circo donde abundaron los vendedores de sándwiches de chorizo y de limonada. Tal vez algún lector de estas lÃneas recuerden la magnÃfica versión cinematográfica del hecho, basada en la obra teatral "Heredarás el viento". Las preguntas de Darrow fueron demoledoras, las respuestas de Bryan de un fundamentalismo ingenuo. Por cierto que no pudo contestar ninguna, pero si gritar que estaba allà para proteger la palabra de Dios contra el más grande ateo y agnóstico de los Estados Unidos, refiriéndose a Darrow. Por cierto que Scopes fue considerado culpable. ¿Ganó el fundamentalismo esa partida? HabrÃa que decir que sÃ, pero más importante es pensar que pasarÃa ahora cuando los enemigos del evolucionismo siguen en su lucha.
Si bien Lewis Allen cuenta otros muchos sucesos explotados por el sensacionalismo, pone el acento en el vuelo de Charles A. Lindbergh, que lo convirtió no sólo en el Ãdolo absoluto sino prácticamente en un dios. HabrÃa que recordar que el vuelo de Lindbergh no era el primer cruce del Atlántico por aire. Son muchos los ejemplos que Lewis Allen da al respecto, pero nos interesan más sus conclusiones. "¿Por qué esa idolatrÃa hacia Lindbergh?" La explicación es sencilla. Una nación desilusionada, alimentada con heroÃsmos baratos y escándalos y crÃmenes, se rebelaba contra la baja estimación de la naturaleza humana que se habÃa permitido aceptar. Durante años el pueblo norteamericano habÃa sido espiritualmente hambreado. (") El sensacionalismo habÃa dado al público héroes contemporáneos ante los cuales prosternarse, pero estos héroes, con suculentas ganancias provenientes de contratos cinematográficos y de artÃculos escritos por redactores de alquiler no resultaban del todo convincentes. (") Y de pronto Lindbergh proporcionó romanticismo, caballerosidad, abnegación: helos ahà corporizados en un moderno Galahad para una generación que habÃa abandonado a todos los Galahad. (") Y la maquinaria del sensacionalismo estaba preparada, esperando para elevarlo a un lugar en que todos los ojos pudiesen verlo. ¿Es de extrañar entonces que su recepción pública adquiriese los aspectos de una vasta resurrección religiosa?".
Después de él continuó la oleada de quienes buscaban en el deporte la forma de transformarse en Ãdolos, héroes de una nación hundida en gran parte en la mediocridad. Hoy (en este invierno del 2010) se pondrá fin a un espectáculo deportivo que ha concitado la atención de millones y millones de espectadores. ¿Se enojará el lector si decimos que nuestra mayor alegrÃa sea saber que un pulpo (un pulpo de verdad) adiviné quien será el ganador de un partido, en este caso de la final del Mundial de Fútbol? No sabemos, al escribir estas lÃneas si el pulpo adivino acertó y se comió el mejillón que tenÃa que comerse. Esperamos que acierte y que el pulpo tenga, cuando llegue el momento, el monumento que se merece más que nadie. Creo que serÃa la primera vez, en la historia del hombre, que un pulpo, contará con un monumento y más aún hasta es posible que su figura se haga alguna instalación que a lo mejor obtiene un primer premio en alguna de las bienales de arte que en estos tiempos abundan.
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