Uno
Ella ponÃa sus pies sobre mi falda y reÃa. ReÃamos juntos. La casa estaba repleta de cuadros y libros, habÃa espejos por todos lados y el sonido de los sueños podÃa ser escuchado desde varias cuadras. Cuando caminábamos hacia la casa, el sonido de los sueños iba inundándonos suavemente, podÃamos sentir a cada paso cómo ese sonido iba cobrando vida como si fuese una especie de vals.
Dos
TenÃamos algunas plantas y un par de copas en las que tomábamos nuestros vinos y con las que brindábamos cada vez. No era necesaria alguna de las fiestas de los brindis para brindar, las fiestas nacÃan desde cada uno de nuestros brindis. Cuando nuestras copas chocaban en el aire iban surgiendo fiestas infinitas y quedaban como flotando entre nosotros como un aroma que se convertirÃa con el tiempo en un perfume inolvidable.
Tres
Ella ponÃa los pies sobre mi falda y reÃa. En ocasiones los acercaba a mi boca para que los bese o para que reconozca cada uno de sus pasos hacia mÃ. Yo la seguÃa, sus pasos dibujaban los mapas exactos. Caminaba a través de mi boca. Con sus pasos hacÃa que reconociera mi boca: cada uno de sus espacios, los labios, sus comisuras, la lengua o los dientes con los que intentaba aprisionar para siempre en mà su modo de caminar.
Cuatro
HabÃa ventanales desde donde era posible ver todo. VeÃamos las calles de empedrado y las avenidas, los árboles de la cuadra y los árboles de lugares desconocidos. Desde esos ventanales nos veÃamos llegar y nos veÃamos partir sin irnos nunca. Desde esos ventanales era posible ver las inmensas lluvias de los inviernos y, desde la tibieza de nuestra casa, veÃamos lo que habÃamos sido y lo que habrÃamos de ser. A través de los vidrios de esos ventanales veÃamos todo, todo podÃa ser visto por nosotros.
Cinco
ReÃamos juntos. Ella ponÃa sus pies sobre mi falda y reÃa. Yo miraba cómo reÃa, escuchaba cómo reÃa, sentÃa cómo reÃa y yo reÃa junto a ella. ReÃamos juntos mientras ella ponÃa sus pies sobre mi falda. Lo hacÃa como si en mi falda sus pies hubiesen encontrado el modo de detenerse finalmente. Era su modo de decir "hasta aquà llegué y aquà deseo quedarme". El idioma de sus pies hablándome desde la falda, desde el descanso que encontraba en mÃ. El modo de definir la eternidad del tiempo desde la célula Ãnfima. La eternidad comenzaba cuando ella ponÃa sus pies sobre mi falda.
Seis
De pronto estallaron brutalmente los vidrios de los ventanales. Tremendos vientos, huracanes, inundaron las habitaciones y una manada de dogos negros fue llenando los espacios desaforadamente. Decenas, cientos, miles de dogos negros destrozándolo todo. Los dogos mutilaban todo a su paso ensangrentando las paredes. Destrozaban los cuadros y destripaban los libros. RompÃan los espejos. Hincaban los dientes con la ferocidad de los odios. Los dogos negros iban y venÃan. Incesantemente se chocaban unos con otros masticando y mordiendo. Los dogos negros descuartizándolo todo. Con una ferocidad impensada construÃan cementerios a nuestro alrededor. PodÃan verse ruinas de carne desgarrada del amor por todos lados. En todos los rincones ruinas. Todo en un instante. Nada en un instante. En un instante el baldÃo. En un instante el final. En un instante la muerte.
Siete
Intentamos intuirnos inútilmente. Intentamos estirar los brazos. Intentamos asirnos. Y nada fue posible. Solo podÃamos ver a los dogos negros masticando lo poco que quedaba de nosotros.
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