rosario

Martes, 31 de mayo de 2011

CONTRATAPA

Ella ponía sus pies sobre mi falda

 Por Patricio Raffo

Uno

Ella ponía sus pies sobre mi falda y reía. Reíamos juntos. La casa estaba repleta de cuadros y libros, había espejos por todos lados y el sonido de los sueños podía ser escuchado desde varias cuadras. Cuando caminábamos hacia la casa, el sonido de los sueños iba inundándonos suavemente, podíamos sentir a cada paso cómo ese sonido iba cobrando vida como si fuese una especie de vals.

Dos

Teníamos algunas plantas y un par de copas en las que tomábamos nuestros vinos y con las que brindábamos cada vez. No era necesaria alguna de las fiestas de los brindis para brindar, las fiestas nacían desde cada uno de nuestros brindis. Cuando nuestras copas chocaban en el aire iban surgiendo fiestas infinitas y quedaban como flotando entre nosotros como un aroma que se convertiría con el tiempo en un perfume inolvidable.

Tres

Ella ponía los pies sobre mi falda y reía. En ocasiones los acercaba a mi boca para que los bese o para que reconozca cada uno de sus pasos hacia mí. Yo la seguía, sus pasos dibujaban los mapas exactos. Caminaba a través de mi boca. Con sus pasos hacía que reconociera mi boca: cada uno de sus espacios, los labios, sus comisuras, la lengua o los dientes con los que intentaba aprisionar para siempre en mí su modo de caminar.

Cuatro

Había ventanales desde donde era posible ver todo. Veíamos las calles de empedrado y las avenidas, los árboles de la cuadra y los árboles de lugares desconocidos. Desde esos ventanales nos veíamos llegar y nos veíamos partir sin irnos nunca. Desde esos ventanales era posible ver las inmensas lluvias de los inviernos y, desde la tibieza de nuestra casa, veíamos lo que habíamos sido y lo que habríamos de ser. A través de los vidrios de esos ventanales veíamos todo, todo podía ser visto por nosotros.

Cinco

Reíamos juntos. Ella ponía sus pies sobre mi falda y reía. Yo miraba cómo reía, escuchaba cómo reía, sentía cómo reía y yo reía junto a ella. Reíamos juntos mientras ella ponía sus pies sobre mi falda. Lo hacía como si en mi falda sus pies hubiesen encontrado el modo de detenerse finalmente. Era su modo de decir "hasta aquí llegué y aquí deseo quedarme". El idioma de sus pies hablándome desde la falda, desde el descanso que encontraba en mí. El modo de definir la eternidad del tiempo desde la célula ínfima. La eternidad comenzaba cuando ella ponía sus pies sobre mi falda.

Seis

De pronto estallaron brutalmente los vidrios de los ventanales. Tremendos vientos, huracanes, inundaron las habitaciones y una manada de dogos negros fue llenando los espacios desaforadamente. Decenas, cientos, miles de dogos negros destrozándolo todo. Los dogos mutilaban todo a su paso ensangrentando las paredes. Destrozaban los cuadros y destripaban los libros. Rompían los espejos. Hincaban los dientes con la ferocidad de los odios. Los dogos negros iban y venían. Incesantemente se chocaban unos con otros masticando y mordiendo. Los dogos negros descuartizándolo todo. Con una ferocidad impensada construían cementerios a nuestro alrededor. Podían verse ruinas de carne desgarrada del amor por todos lados. En todos los rincones ruinas. Todo en un instante. Nada en un instante. En un instante el baldío. En un instante el final. En un instante la muerte.

Siete

Intentamos intuirnos inútilmente. Intentamos estirar los brazos. Intentamos asirnos. Y nada fue posible. Solo podíamos ver a los dogos negros masticando lo poco que quedaba de nosotros.

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