Los animales habÃan tomado la casa una mañana del verano, en realidad habÃan aprovechado la noche, mientras todos dormÃamos, para entrar y ocupar las habitaciones enteras, instalándose con la mayor comodidad posible, de manera que, cuando nos despertamos a la mañana siguiente, nos encontramos con que los pisos y los muebles y las alfombras estaban plagadas de sapos y reptiles y culebras y también habÃamos descubierto que las ranas tenÃan predilección por las bachas de la cocina y la mesada y el bidet, que los sapos preferÃan las alfombras y que las vÃboras, en general, reptaban por cualquier parte, deslizándose onduladamente sin mayores tropiezos.
No nos sobresaltamos tanto por los animales sino más bien por los alaridos de espanto de mamá que despertó con una vÃbora enroscada en una pierna y que, sintiendo su frÃa presencia, despertó de golpe, mirándola, y cuando la vio se encontró con esos ojos tan penetrantes y desafiantes que sólo tienen las serpientes y entonces, de la manera más delicada que pudo, le sugirió que se enroscara en otra parte porque pasaba que ella en realidad tenÃa ganas de ir al baño a hacer pichÃn y que se iba a hacer encima si ella no se corrÃa, y el animal, como si entendiera, optó por desenroscarse de la pierna de mami y subir a las piernas de papi, que por ese entonces y a pesar del bullicio general continuaba roncando a pata suelta sobre el colchón sin haberse dado cuenta de la cantidad de habitantes que tenÃamos y después llegamos a la conclusión que a esa vÃbora en particular le apasionaba enroscarse en las piernas de las gentes, en general porque (pensábamos nosotros) se creÃa que eran troncos y se sentÃa muy bien trepada ahÃ.
De todos modos nosotros no supimos muy bien qué hacer cuando nos despertamos porque, si bien nunca habÃamos sabido qué hacer con la cantidad de bichos que habÃa en el fondo de nuestra casa, mucho menos sabÃamos cómo hacer para sacarlos de la casa si a ellos se les habÃa ocurrido por un complot maléfico entrar todos juntos y ocuparla, y era verdad que la ocuparon, porque nuestra casa estaba tan ocupada por sapos, ranas y culebras, que a nosotros lo único que se nos ocurrió fue salir al patio y, para nuestro asombro, fue ahà que descubrimos que en el patio y en el jardÃn ya no habÃa ni más sapos ni más vÃboras porque, claro, cómo iba a haberlas, si todos estaban dentro de la casa, y entonces mi madre, que en realidad nunca habÃa estado muy dichosa en este idÃlico pueblo de San Antonio, empezó a gritarle a mi padre, y a gritarle muy fuerte y muy de corrido para que todos los vecinos escucharan y para que después comenten, que qué era lo que hacÃa ella en ese pueblo de mierda, y que encima que estaba harta de chocarse los bichos por todas partes, todo el dÃa, ahora los bichos habÃan decidido por ella, y estaban tan cómodos en su casa que no habÃa forma de sacarlos, y le pidió encarecidamente que pensara en algo, que llame a los bomberos o a la policÃa o a alguien más, y entonces mi padre, intentando satisfacer las iras perdidas de la patrona, salió a las calles, y, para su asombro, tampoco vio ningún bicho, y fue a la policÃa y a los bomberos y a la Intendencia, y en todos lados le dijeron que lo que estaba pasando en mi casa era normal porque lo mismo estaba pasando también en las otras casas y que parecÃa que todos los animales, por común acuerdo, habÃan decidido pasar a habitar los interiores de las casas y no los exteriores, y asà como entraron todos en mi casa por la noche, atravesando el patio y colándose por los marcos de las puertas y las ventanas, lo mismo habÃan hecho en todas las otras casas, y asà los tres bomberos que habÃa y los cuatro policÃas estaban tan atareados en intentar espantar las alimañas de los interiores de las casas que no podÃan atender a todos juntos y al mismo tiempo, y asà mi padre volvió a casa tan cabizbajo como triste, porque la policÃa misma le habÃa dicho que no habÃa manera de expulsar los animales porque éstos se habÃan encaprichado tanto con dormir arriba de las alfombras y pasearse por los parquets y comerse las cortinas del voile francés que si uno los echaba de una patada al instante regresaban y como eran tantos no habÃa manera racional de sacarlos de allà y tenÃamos que resignarnos, de ahora en adelante, a vivir nosotros en el patio y ellos en las alfombras y tendrÃamos que dejar que las culebras y los sapos pusieran sus huevos en los sillones de la sala y que las ranas salten gozosas en la bañera y en las piletas de los baños y de las cocinas, creyendo que eran los charcos de barro en los que saltaban antaño, y nosotros tuvimos asà que resignar nuestro hábitat natural a las alimañas infames de la selvita del patio de atrás que osaron avanzar sobre nuestra casa sitiándola primero para ocuparla después desalojándonos despiadadamente a nosotros mismos que ya empezábamos, cada tanto, a croar y croar y comer pastitos verdes e insectos...
Y asà fue como mi madre terminó de odiar a toda la fauna del maldito pueblo, y si bien nunca le habÃa caÃdo muy en gracia, tuvo que adaptarse ella misma a vivir con nosotros permanentemente en el patio de atrás, y si bien vino la policÃa dos veces con la firme intención de desalojarlos, los animales estaban demasiado bien alojados en el interior de nuestras casas, y mientras mi madre lloraba y lloraba porque los sapos le meaban las alfombras y las ranas saltaban sobre las mesas y cagaban (todos) en cualquier parte de la casa, mientras mirábamos tranquilamente el horrendo desastre que las alimañas estaban haciendo en la arquitectura y el decorado de nuestras casas, un dÃa, o mejor dicho, también una noche, descubrimos que habÃan optado por abandonar el lugar, quizás porque descubrieron que a pesar de todo el lujo y todo el confort en el que habitaban los seres humanos, ellas preferÃan seguir retozando en los terrenos fangosos de los yuyales inmundos y en una noche del verano, también sin ningún aviso, empezaron a retornar a los lugares de los que habÃan salido, y volvieron a sus cuevas habituales, un poco más contentas y un poco más felices, porque habÃan descubierto que los hombres no eran tan poderosos como ellas y ellos se creÃan y que era más fuerte la firme voluntad y aplomo de algunos reptiles que las escopetas y los gases lacrimógenos de la policÃa, y después de vacacionar un tiempo en nuestra casa, volvieron al corazón del campo y ocuparon otra vez la selvita del patio de atrás y nos sentimos tan aliviados con su ausencia de nuestra casa que no reparamos en todo lo que debÃamos tirar y romper y limpiar y en todos los huevitos de lagartos que tendrÃamos que arrojar a la basura, y nos sentimos tan felices con el regreso al interior de nuestro chalet, que no se nos ocurrió pensar qué pasarÃa (aunque era probable que ocurriera exactamente lo mismo otra vez) si una noche de éstas, por esas cosas raras y mágicas que tiene la vida, todos los animales se ponÃan de acuerdo, en asamblea otra vez, y decidÃan avanzar sobre nuestras casas, ocupándolas para relegarnos a nosotros, seres humanos impotentes, a la selvita del patio de atrás en donde habÃamos a prendido a croar y a saltar y a comer pastos e insectos...
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