a Mario Alfredo Gazzola
Muchas son las cosas que me hermanan con Mario. La primera, el haber sufrido una hermana algunos años mayor. Roles de hijos, muñecos, cómplices y mercenarios que aprendimos a la fuerza. A veces nos unÃa un vÃnculo de hermanos, siempre un amor infinito. Descubrimos el mundo de mujeres adolescentes de clase media baja en los principios de los setenta sin quererlo, más bien contra nuestra voluntad. Los fines de semana de penitencias o con lluvia, nos obligaba al encierro, debÃamos soportar la transformación de nuestras casas en peluquerÃas de campaña. Entre tortas fritas, mates y Sábados Circulares se fabricaban "la toca" con el cabello, mientras se preparaban durante todo el dÃa para los bailes de la noche. Solamente cuando Pipo Mancera presentaba a un catalán que decÃa cosas como "...yo amo los mundos sutiles/ ingrávidos y gentiles/ como pompas de jabón..." se producÃa un silencio no pedido, purificador. Las charlas sin treguas resultaban cansadoras tanto por el tono como por el tema recurrente, los hombres. Todos los muchachos del barrio estaban etiquetados, caratulados y archivados como no deseables. El Titi, muy kilombero, el Gringo, muy sucio, Luisito, muy raro, el "Bueno", muy aplastado y el Oreja, muy agrandado. El desconocido, el neo, era el que se llevaba lo elogios. Material disponible para transferir sus deseos como hacÃan con los posters de la revista Antena pegados en las paredes de sus cuartos, un hombre fuerte pero tierno, divertido pero familiero, conversador pero no mucho, con plata pero humilde y sobre todo que las quisiera solamente a ellas. Cuando Adriana un dÃa se preguntó en voz alta si existirÃa un hombre asÃ, la gorda Vilma fue tajante en su respuesta, "si no existe, habrá que hacerlo". Por suerte estaba Carmen GamÃndez perdida en aquel grupo. Gracias a su existencia aprendimos a no generalizar. Su timidez parecÃa guardar un tesoro, que cuando lo habrÃa salÃan sólo palabras de amor. Enemiga de las medias medallas y las medias naranjas, recitaba poemas de Alfonsina Storni. SostenÃa que las personas eran como los libros, que lo importante estaba en su contenido. SufrÃa la posición pasiva que le imponÃa el sistema, justo ella que manejaba como nadie la palabra debÃa esperar que un carilindo se animara a sacarla a bailar para después arruinarlo todo en la primera frase. Paradójicamente escapábamos de aquel claustro los lunes por la mañana camino a la cárcel. "Sabés lo que dijo la tarada de mi hermana?, que el sodero de la Liverpool es igual a Illya Kuryakin y que hay un chofer de la lÃnea E igualito a Paul McCarney". Al pisar el umbral de la escuela la conclusión nunca cambiaba: "Están todas locas". Todas, menos la GamÃndez, de quien nunca hablábamos. Creo que siempre estuvimos enamorados de ella pero nunca lo confesamos. PodÃamos hablar de mujeres, pero nunca de la mujer amada o deseada. Nunca supe si lo hacÃamos para protegerla o para protegernos. Muchas son las cosas que me hermanan con Mario. La última, el silencio. Alguna vez CulÃn Galfione, agudo observador de la realidad, dijo que el loco de la plaza Buratovich, quien se pasaba hablando todo el tiempo en el que permanecÃa despierto, no lo hacÃa con su amigo invisible como creÃa la gente. Que debÃa tratarse de un cobrador, un adversario o apenas un conocido, porque con un amigo se comparten momentos de misterio, de secretos, de contemplación compartida. Nuestros silencios llevan implÃcitos muchas preguntas y algunos aciertos. Creo que nunca vamos a saber, ni siquiera imaginar, lo que hubiera podido hacer una mujer enamorada por nosotros, asà como vivimos en carne propia de lo que puede ser capaz esa misma mujer desairada. Nuestros paréntesis de nada, encierran también al dolor que conlleva olvidar un olvido. Acudimos a la magia para remontarnos a un tiempo en el que éramos otros para poder reÃrnos de las mismas historias. Eso sÃ, cuando desde algún televisor colgado en las alturas de un bar, o desde el parlante de la radio de su auto, se escucha la voz del Nano diciendo "... cuando el jilguero no puede cantar / cuando el poeta es un peregrino/ cuando de nada nos sirve rezar...", los dos ofrecemos el mismo enternecido silencio.
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