Trabajaba en los galpones de la Cooperativa AgrÃcola Federal, hombreando bolsas, como muchos otros hombres del pueblo -entre ellos, mi padre- en aquel tiempo. Vivió siempre soltero, hasta hoy que pisa o pasó los ochenta, aunque fue un proxeneta ocasional cada vez que alguna mujer consintió en vivir con él. Entre ellas la famosa mujer de pelo colorado que fue con seguridad la mujer más bella de mi pueblo en su momento y que en mi fantasÃa infantil siempre la veré forzada a ejercer tan vil oficio.
El negro Chacona, que es a quien me estoy refiriendo en este cuasi homenaje, jugaba a todo lo jugable: caballos, naipes, bochas y hasta a la pelota a paleta por dinero.
En aquellos tiempos detenidos y remotos de la infancia vivÃamos -salvo las obligaciones mÃnimas que se reducÃan a la escuela y los mandados- vivÃamos en la cancha del Club.
Luego de almorzar, durante los otoños y los inviernos duros, nos reunÃamos en la vieja cancha de pelota a paleta, que era abierta y arriba del frontón un viejo tejido podrido no retenÃa la pelotitas que se perdÃan en la cancha de fútbol y allá Ãbamos a tratar de recuperarlas nosotros, cosa que no siempre lográbamos. Vieja cancha de paleta que ya no existe. La tiraron abajo para hacer una pileta, no habiendo necesidad, porque lugar sobraba, pero en fin.
Allà jugábamos pegándole a las pelotitas negras con pedazos de madera, retazos de paletas que tiraban los jugadores cuando ya no servÃan -quién tenÃa dinero de nosotros, para comprarse una en ese entonces -jugábamos con unas pelotitas que nos daban los mismos jugadores cuando ya no servÃan, cuando dejaban de ser "vivas" como se les decÃa y se transformaban en "chambas", es decir cuando perdÃan esa rigidez de la goma dura. Nunca supe por qué las llamábamos asÃ: chambas (un apócope de "chambonas", tal vez?. Nunca lo sabré.
El frontón estaba despintado, con una chapa que tuvo su color rojo y ahora era rosada para marcar abajo la falta. Los "tambores" en los rincones, uno chico y otro más grande, para "chambones", como decÃan los que jugaban bien.
En ese frontón el Club organizaba bailes populares en los veranos y hasta tenÃa un balcón sobre la puerta de entrada para las orquestas y también contra el tapial que daba a la cortada de los López, unas mesitas y unos bancos de cemento para tomarse unas cervezas mientras se gozaba de esas auténticas fiestas populares, en especial de fin de año.
HabÃa pelotaris muy buenos en aquella época, que nada tenÃan que envidiarles a los de Venado Tuerto, donde al parecer, estaban los mejores. Tony Olaviaga, Nicolita Corso, el Loco Peralta (quien tiraba la pelota contra el frontón cada vez que perdÃa un partido y a veces ligábamos nosotros los pedazos que quedaban). El otro era el Negro Molina, o simplemente "Chacona", como todos le decimos.
A partir de las tres de la tarde iban cayendo para hacer su partida por dinero.
"Chacona" era el primero ya que vivÃa y vive a una cuadra justa de la cancha. Al vernos allà corriendo traspirando detrás de esa pelotita negra y esquiva, hacÃa un gesto con la mano y nos decÃa invariablemente, para despejar la cancha de chiquilines.
-A ver, el chiquitaje, afuera, afuera...
Y comenzaba el ritual de practicar el "saque" mortal que tenÃa para empezar ganando puntos. Se ponÃa bien pegado al paredón donde la cancha cerraba y le pegaba el pelotazo, la pelotita iba al frontón y volvÃa besando esa misma pared, "amurada" como le decÃamos. Imposible devolver ese tanto, como poder, se podÃa, pero habÃa un riesgo grande de romper la paleta ya que la pelotita era muy pequeña y el muro muy grande.
Cuando iban llegando los demás y el partido se armaba, nosotros, sentados en los pilares de cemento de los costados, asistÃamos al ritual del juego y al no menos jugoso que se desarrollaba entre ellos: dichos, chanzas, chistes y provocaciones ingeniosas que eran parte inseparables del mismo juego.
Chacona, invariablemente comenzaba el juego e invitaba a sus compañeros y los ocasionales rivales con esta frase que hoy repetimos en las mesas del club los que fuimos niños entonces y la escuchamos:
- "Vamo' al baile..."
Pegado a la pared, la pelotita en la mano izquierda, el cuerpo levemente inclinado, la mano derecha con la paleta que espera dar ese "saque" que todos anhelamos ver, que era como el prolegómeno que el universo esperaba para echarse a andar.
Astutamente querÃa sacar primero porque sabÃa que eran cuatro o cinco tantos que ante la imposibilidad de ser devueltos lo ponÃan a él y a su compañero en plausible ventaja.
En esa invitación al juego, nosotros intuÃamos una petulancia, aunque en ese tiempo no sabrÃamos seguramente qué querÃa decir esa palabra, era una forma de advertir que allà empezaba "la verdad", una verdad que iba a durar 30 tantos y una acumulación de adrenalina y sudor y que nosotros respirábamos en el aire que se podÃa cortar con un cuchillo.
El "Loco" Peralta era un exaltado -no en vano llevaba tal apodo- que cuando sus viajes de camionero se lo permitÃan se lo pasaba jugando a aquello que era su pasión. Eran tan proverbiales sus estallidos de furia que ya nosotros estudiábamos sus reacciones: al perder un partido y si habÃa sido reñido, peor: tiraba rabiosamente la paleta contra el frontón y allà corrÃamos nosotros a recoger lo que quedaba de ella. Y se la alcanzábamos a sabiendas que esos restos nos serÃan regalados. Usaba paletas "Vasquito" o "Guastavino" que en aquel tiempo eran las mejores, pues tenÃan tarugos de aluminio y no las más modestas "Golondrina", con tarugos de madera, mucho más débiles.
Nosotros, la barra numerosa de chicos que allà nos apiñábamos era dueña de una pobreza franciscana que no nos permitÃa comprar ninguna, ni siquiera una modesta "Golondrina", hecho por el cual nos debÃamos contentar con los pedazos de paleta del "Loco Peralta" y con las pelotitas "chambas" que nos regalaban porque ya no picaban lo suficiente.
Tuvimos que esperar la adolescencia, cuando en nuestros primeros trabajos pudimos comprarnos una paleta -en mi caso el dinero me dio para una módica "Golondrina", que regalé cuando me vine a Rosario a mi amigo Ricardo Spina (de los Spina pobres, como él aclaraba, porque tenÃa un tÃo que le decÃan "el rico"). Y desde entonces no volvà a jugar a este deporte que me apasionó en su momento casi tanto como el fútbol. Pero esa es otra historia, mi historia personal, que no interesa a nadie. Ni siquiera a mÃ.
Ni en sueños estarÃa por entonces la posibilidad de hacer dinero jugando al fútbol o ser promotor de grandes marcas internacionales de ropa deportiva, de hojas de afeitar o calzoncillos o hamburguesas o bebidas refrescantes, en fin, toda esa basura que el capitalismo voraz exacerba en pos de la Diosa Ganancia, en desmedro de lo que alguna vez fue un deporte sano y hermoso. Eso queda hoy para el romanticismo de los melancólicos como yo.
Nosotros nos arrimábamos a la práctica del deporte nada más que por compartir el ritual del juego y jamás pensamos que podÃamos alguna vez cobrar por ello. No sé si lo mirarÃamos como un sacrilegio, simplemente no nos entraba en la cabeza. Ni cuando veÃamos esos pelotaris jugar por dinero y debo aclarar que no todos los "grandes" lo hacÃan. El caso del Negro Molina o "Chacona", como prefieran y algunos otros, era una excepción.
Nosotros en nuestras almitas soñadoras apenas pretendÃamos imitar a los cracks de entonces que paseaban el pÃcaro fútbol criollo por el mundo: Oreste Corbata, Oscar Massei, Omar Rossi, Ernesto Grillo, Humberto Rosa, Tucho Méndez, Walter Gómez, póngale lector todos los que usted tiene en su memoria y preferencia.
Nosotros pusimos la misma persistencia y la misma fidelidad que Vicente Molina, es decir el Negro, es decir "Chacona", mi vecino, apaña hoy entre sus más preciados recuerdos el de aquellos dÃas cuando levanta la mano para saludarme y me dice :
-¿Cómo va Troñón...?
-Bien Negro, le digo.
Y me quedo pensando en el origen de ese apodo que una vez me puso y que alguna vez contaré .
Y me ve pasar mientras pedaleo la vieja bicicleta de mi padre y no me doy vuelta porque sé que en esos ojos oscuros está justo la mitad de la historia de mi pueblo y toda, absolutamente toda la historia de mi barrio, El JazmÃn, que es el suyo o mejor más suyo que mÃo, porque hace ochenta años que no se mueve de allÃ.
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