Mario Pujó es licenciado en PsicologÃa de la UBA, realizó un DESS en Psychologie Clinique Paris V (1979), ha realizado actividad docente y de supervisión en distintas instituciones, y publicado en diferentes revistas especializadas. Desde 1992 dirige la revista Psicoanálisis y Hospital y es autor de los libros La práctica del psicoanalista, Lo que no cesa del psicoanálisis a su extensión y Para una clÃnica de la cultura, un tÃtulo recientemente publicado. En esta entrevista, hace un recorrido desde el surgimiento hasta la actualidad de Psicoanálisis y Hospital, que ya lleva 30 ediciones. Sobre los objetivos de esta revista, dice: "La idea es establecer, con cada tema propuesto, una especie de bisagra entre lo que serÃa la práctica clÃnica y su doble cultural". Y también rescata lo original de su aparición. "No habÃa hasta ese momento ninguna publicación que tomara al hospital como un ámbito especÃfico y singular de aplicación del psicoanálisis", afirma a más de una década del primer número.
-¿Cómo surgió la idea de la publicación de "Psicoanálisis y el hospital", que llegó a la edición número 30?
-Fue hace quince años, en 1992. En aquel momento, yo coordinaba un espacio semanal de supervisión clÃnica con el primer grupo de residentes de psicologÃa en el Hospital Argerich, y mantenÃa un espacio de supervisión para algunos residentes en psiquiatrÃa en el Hospital Piñero.
Hay una producción bastante original en los servicios de psicopatologÃa que se halla vinculada a la escritura de los ateneos clÃnicos. Ha habido, es cierto, en los últimos veinte años, una mayor comunicación de viñetas clÃnicas, pero ellas suelen estar revestidas de una formalización muy cuidada que las aleja de la frescura que pueden permitirse los que recién se inician con sus primeros casos, explicitando sus dudas, sus vacilaciones, de un modo simple y espontáneo. El ateneo clÃnico es, en ese sentido, una producción original, relativa al encuentro singular entre el psicoanálisis y el hospital.
No habÃa hasta ese momento ninguna publicación que tomara al hospital en su carácter institucional como un ámbito especÃfico y singular de aplicación del psicoanálisis. Lo eventualmente problemático de esa relación se refleja en la asimetrÃa del nombre que recibió la publicación: "Psicoanálisis y el hospital". Podemos, en efecto, identificar al hospital como una institución que tiene una historia y una función social determinada, pero no es seguro que podamos hablar de "el" psicoanálisis en singular, de un solo psicoanálisis, ni que se pueda establecer una equivalencia entre ambas nociones.
A los pocos meses apareció un primer número, encuadernado de manera simple, abrochado, con una simpática cama de hospital que parecÃa moverse en la tapa. ReunÃa, en 88 páginas, veinte trabajos de gente de distintos hospitales sobre temas tÃpicamente hospitalarios: el ateneo, el psicoanálisis con niños, la urgencia, la medicación, la psicosis, el asilo... A la distancia puedo decir que tuvimos suerte: ese primer número, rudimentario en lo gráfico pero muy franco en su contenido, agotó una vez y media su edición.
-¿Cuál es el criterio para elegir los temas a publicar?
-Asuntos que se traslucen, por supuesto, en la consulta hospitalaria, y en la posición de la institución en su función comunitaria... Quizás por esa razón, las problemáticas ligadas a la época han empezado a tomar la delantera, desde un lejano número 12 dedicado a "La ética en cuestión" hasta los números dedicados al desamparo, la violencia, las patologÃas de época, la polÃtica, o lo que connotamos como un paradójico empuje civilizatorio a la perversión...
La idea es establecer, con cada tema propuesto, una especie de bisagra entre lo que serÃa la práctica clÃnica y su doble cultural, una articulación entre la cuestión del sujeto y la subjetividad, vale decir, un empalme entre lo que aceptamos como la clÃnica del sujeto y lo que proponemos tentativamente como una clÃnica de la cultura.
-¿Qué nos podés contar de Para una clÃnica de la cultura, tu último libro?
-Se trata de una selección de cinco artÃculos aparecidos en "Psicoanálisis y el Hospital". Todos tienen en común algo que mencionaba recién: intentan establecer una articulación entre la cuestión del sujeto y la cuestión de la subjetividad, empalmar lo que a partir de la clÃnica del sujeto podrÃa concebirse como una clÃnica de la cultura.
Más allá de cada artÃculo, hay una implÃcita reflexión sobre la articulación de la clÃnica psicoanalÃtica y los procesos culturales, una atención a aquello que no cesa, se reitera, se repite en la historia del sujeto como en las producciones de la cultura: lo que no cesa de inscribirse, lo que no cesa de no inscribirse, dos vertientes de la repetición que se vinculan a las modalidades de lo necesario y lo imposible.
Hay, en la obra de Jacques Lacan, un modo particular de dirigirse a la cultura, que se especifica por distanciarse de todo psicoanálisis aplicado para detenerse en ciertas reiteraciones simbólicas y en ciertos núcleos de imposibilidad que se pueden aislar en la tragedia o en la comedia y apuntan a iluminar la clÃnica propiamente analÃtica.
Es curioso el movimiento que realiza Lacan invirtiendo el circuito freudiano: Lacan deja de lado la psicologÃa del autor, sus motivaciones, ubicando las imposibilidades, las repeticiones, los núcleos de real que se especifican en la trama de la ficción, para trasponer la verdad surgida del relato literario al relato del sujeto tal como se presenta en el diván. De la literatura a la clÃnica y no a la inversa.
-¿Cómo considerás la relación entre la concepción que un analista tenga de la infancia y la dirección de la cura, temática que escribÃs en tu último libro?
-Efectivamente, el primer ensayo retoma el tema de la infancia, tratando de poner en cuestión una tesis de Philippe Ariès, la idea de que el sentimiento de la infancia, tan caracterÃstico en nuestra civilización, es un sentimiento estrictamente moderno, un sentimiento surgido a partir de la modernidad. Algo que resultarÃa por cierto mucho más inmediato afirmar respecto de la adolescencia, cuyo origen se remonta efectivamente a las consecuencias de la revolución industrial: la gran desocupación que generó la introducción de la máquina a vapor en los talleres industriales, dejó en la desocupación a quienes, hasta ese momento, se casaban a los catorce años y formaban su familia.
La preparación técnica que requiere el manejo de la máquina, la instrucción militar ligada al empleo sistemático del fusil, se encuentran en el origen de esa categorÃa etárea denominada adolescencia que hoy aceptamos como un hecho natural: un tiempo de moratoria entre la efectiva capacidad biológica de reproducción y la integración al mundo del trabajo, la formación de una familia, etc., cuestiones que consideramos propias de la adultez. Parece evidente que, en la actual modernidad tardÃa, la adolescencia se alarga.
A nivel de la niñez se percibe, al contrario, una amenaza, constatamos la vacilación de ese ideal de infancia protegida que durante siglos caracterizó a nuestra cultura, algo que se verifica en la explotación laboral de los niños, las redes de prostitución infantil, el escandaloso auge de la paidofilia en Internet, las guerras que, como en la reciente expresión libanesa, evidencian tomar a la población civil (niños, mujeres, ancianos) como principal objetivo de sus ataques... Lo que insinúa un cambio en la subjetivación de la niñez propia de la llamada posmodernidad. *Entrevistado por EL PSITIO Espacio virtual de PsicologÃa.
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