Jueves, 11 de enero de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › MARIO PUJO RECORRE PSICOANALISIS Y EL HOSPITAL
El director de la publicación surgida en 1993, que va por su
edición número 30, dice que la idea es proponer en cada tema
una conexión entre la práctica clínica y su doble cultural.
Por Carolina Duek*.
Mario Pujó es licenciado en Psicología de la UBA, realizó un DESS en Psychologie Clinique Paris V (1979), ha realizado actividad docente y de supervisión en distintas instituciones, y publicado en diferentes revistas especializadas. Desde 1992 dirige la revista Psicoanálisis y Hospital y es autor de los libros La práctica del psicoanalista, Lo que no cesa del psicoanálisis a su extensión y Para una clínica de la cultura, un título recientemente publicado. En esta entrevista, hace un recorrido desde el surgimiento hasta la actualidad de Psicoanálisis y Hospital, que ya lleva 30 ediciones. Sobre los objetivos de esta revista, dice: "La idea es establecer, con cada tema propuesto, una especie de bisagra entre lo que sería la práctica clínica y su doble cultural". Y también rescata lo original de su aparición. "No había hasta ese momento ninguna publicación que tomara al hospital como un ámbito específico y singular de aplicación del psicoanálisis", afirma a más de una década del primer número.
-¿Cómo surgió la idea de la publicación de "Psicoanálisis y el hospital", que llegó a la edición número 30?
-Fue hace quince años, en 1992. En aquel momento, yo coordinaba un espacio semanal de supervisión clínica con el primer grupo de residentes de psicología en el Hospital Argerich, y mantenía un espacio de supervisión para algunos residentes en psiquiatría en el Hospital Piñero.
Hay una producción bastante original en los servicios de psicopatología que se halla vinculada a la escritura de los ateneos clínicos. Ha habido, es cierto, en los últimos veinte años, una mayor comunicación de viñetas clínicas, pero ellas suelen estar revestidas de una formalización muy cuidada que las aleja de la frescura que pueden permitirse los que recién se inician con sus primeros casos, explicitando sus dudas, sus vacilaciones, de un modo simple y espontáneo. El ateneo clínico es, en ese sentido, una producción original, relativa al encuentro singular entre el psicoanálisis y el hospital.
No había hasta ese momento ninguna publicación que tomara al hospital en su carácter institucional como un ámbito específico y singular de aplicación del psicoanálisis. Lo eventualmente problemático de esa relación se refleja en la asimetría del nombre que recibió la publicación: "Psicoanálisis y el hospital". Podemos, en efecto, identificar al hospital como una institución que tiene una historia y una función social determinada, pero no es seguro que podamos hablar de "el" psicoanálisis en singular, de un solo psicoanálisis, ni que se pueda establecer una equivalencia entre ambas nociones.
A los pocos meses apareció un primer número, encuadernado de manera simple, abrochado, con una simpática cama de hospital que parecía moverse en la tapa. Reunía, en 88 páginas, veinte trabajos de gente de distintos hospitales sobre temas típicamente hospitalarios: el ateneo, el psicoanálisis con niños, la urgencia, la medicación, la psicosis, el asilo... A la distancia puedo decir que tuvimos suerte: ese primer número, rudimentario en lo gráfico pero muy franco en su contenido, agotó una vez y media su edición.
-¿Cuál es el criterio para elegir los temas a publicar?
-Asuntos que se traslucen, por supuesto, en la consulta hospitalaria, y en la posición de la institución en su función comunitaria... Quizás por esa razón, las problemáticas ligadas a la época han empezado a tomar la delantera, desde un lejano número 12 dedicado a "La ética en cuestión" hasta los números dedicados al desamparo, la violencia, las patologías de época, la política, o lo que connotamos como un paradójico empuje civilizatorio a la perversión...
La idea es establecer, con cada tema propuesto, una especie de bisagra entre lo que sería la práctica clínica y su doble cultural, una articulación entre la cuestión del sujeto y la subjetividad, vale decir, un empalme entre lo que aceptamos como la clínica del sujeto y lo que proponemos tentativamente como una clínica de la cultura.
-¿Qué nos podés contar de Para una clínica de la cultura, tu último libro?
-Se trata de una selección de cinco artículos aparecidos en "Psicoanálisis y el Hospital". Todos tienen en común algo que mencionaba recién: intentan establecer una articulación entre la cuestión del sujeto y la cuestión de la subjetividad, empalmar lo que a partir de la clínica del sujeto podría concebirse como una clínica de la cultura.
Más allá de cada artículo, hay una implícita reflexión sobre la articulación de la clínica psicoanalítica y los procesos culturales, una atención a aquello que no cesa, se reitera, se repite en la historia del sujeto como en las producciones de la cultura: lo que no cesa de inscribirse, lo que no cesa de no inscribirse, dos vertientes de la repetición que se vinculan a las modalidades de lo necesario y lo imposible.
Hay, en la obra de Jacques Lacan, un modo particular de dirigirse a la cultura, que se especifica por distanciarse de todo psicoanálisis aplicado para detenerse en ciertas reiteraciones simbólicas y en ciertos núcleos de imposibilidad que se pueden aislar en la tragedia o en la comedia y apuntan a iluminar la clínica propiamente analítica.
Es curioso el movimiento que realiza Lacan invirtiendo el circuito freudiano: Lacan deja de lado la psicología del autor, sus motivaciones, ubicando las imposibilidades, las repeticiones, los núcleos de real que se especifican en la trama de la ficción, para trasponer la verdad surgida del relato literario al relato del sujeto tal como se presenta en el diván. De la literatura a la clínica y no a la inversa.
-¿Cómo considerás la relación entre la concepción que un analista tenga de la infancia y la dirección de la cura, temática que escribís en tu último libro?
-Efectivamente, el primer ensayo retoma el tema de la infancia, tratando de poner en cuestión una tesis de Philippe Ariès, la idea de que el sentimiento de la infancia, tan característico en nuestra civilización, es un sentimiento estrictamente moderno, un sentimiento surgido a partir de la modernidad. Algo que resultaría por cierto mucho más inmediato afirmar respecto de la adolescencia, cuyo origen se remonta efectivamente a las consecuencias de la revolución industrial: la gran desocupación que generó la introducción de la máquina a vapor en los talleres industriales, dejó en la desocupación a quienes, hasta ese momento, se casaban a los catorce años y formaban su familia.
La preparación técnica que requiere el manejo de la máquina, la instrucción militar ligada al empleo sistemático del fusil, se encuentran en el origen de esa categoría etárea denominada adolescencia que hoy aceptamos como un hecho natural: un tiempo de moratoria entre la efectiva capacidad biológica de reproducción y la integración al mundo del trabajo, la formación de una familia, etc., cuestiones que consideramos propias de la adultez. Parece evidente que, en la actual modernidad tardía, la adolescencia se alarga.
A nivel de la niñez se percibe, al contrario, una amenaza, constatamos la vacilación de ese ideal de infancia protegida que durante siglos caracterizó a nuestra cultura, algo que se verifica en la explotación laboral de los niños, las redes de prostitución infantil, el escandaloso auge de la paidofilia en Internet, las guerras que, como en la reciente expresión libanesa, evidencian tomar a la población civil (niños, mujeres, ancianos) como principal objetivo de sus ataques... Lo que insinúa un cambio en la subjetivación de la niñez propia de la llamada posmodernidad. *Entrevistado por EL PSITIO Espacio virtual de Psicología.
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