Cuatro meses antes del golpe habÃa llenado mi ficha de afiliación a la juventud comunista, justo después de que una bomba estalló en el local de Pueyrredón entre Tucumán y Catamarca. Fue un sacudón, tanto como para decidirme a transitar el camino para el que habÃa recibido tantas propuestas en el lapso del secundario en el Superior de Comercio. Allà la FJC tenÃa a varios de sus miembros, mis compañeros y amigos. Sentimientos y principios solidarios, antiimperialistas, revolucionarios encontraron un recorrido de trabajo personal y colectivo con el sueño del socialismo para la Argentina y el mundo. Como tantos no pude ver la falacia del llamado a la convergencia cÃvicomilitar que hacÃa el PC y de la lÃnea que planteaba la necesidad de incorporar una parte de los militares al torrente de la lucha revolucionaria y popular.
Y llegó el golpe genocida. El 24 de marzo de 1976 sentà miedo y busqué explicación, información en la contenedora fuerza partidaria que, por otro lado, me ubicó en las diferencias polÃticas con los compañeros de la "gloriosa Jotapé" con los que compartÃa la vida universitaria. ¿Cómo se van a ilegalizar?, ¿por qué pasar a una clandestinidad de la que los comunistas habÃan luchado tanto por salir?', venÃa pensando durante meses. En la Cooperativa de Créditos Triángulo donde trabajaba no pasó mucho ese dÃa. No era un espacio muy politizado, los socios iban y venÃan como siempre y recuerdo algunos comentarios de alivio por el fin del gobierno de Isabel Perón. Estaba apurada por irme, por saber más. HabÃa camiones militares y carriers en la ciudad. Los alrededores de la Jefatura de PolicÃa, cerrado para el público desde 1975, tenÃan mucha más custodia. Las patotas se afilaban los dientes pero nunca imaginé cuanto.
Las dos Lauras a las que no conocà hasta mucho tiempo después, militantes de la Fede secundaria ya habÃan sido detenidas: Ojeda, cuando pintaba contra la represión y el encarcelamiento de los metalúrgicos de Villa Constitución, Torreseti, creo que con otros chicos de la UES. No recuerdo qué pasó ese dÃa en la facultad porque ya no habÃa lugar para Comunicación Social y a partir del golpe, durante el decanato de Eduardo Sutter Schneider, se destrozó la carrera. Asà apareció ese negro personaje, director de Relaciones Públicas de las fábricas villenses Metcom y Maraton de apellido Di Benedetto para enseñarnos a trabajar en los house organ o cómo vender la imagen pulcra de las empresas mientras se despedÃa y reprimÃa a sus trabajadores. Frente al Comando los autos civiles sin patentes rugÃan en operativos. Todos lo sospechábamos sin saber hasta donde llegarÃa la matanza, la tortura, la vejación. Aprendimos a caminar contra la dirección en que venÃan los autos, a tener mucho miedo al salir de la facultad y esperar el ómnibus. También a esconder, enterrar libros y revistas. Conservo la colección de Crisis y la de Comunicación y Cultura que en 1974 dirigieron Héctor Schmucler y Armand Mattelart. El terror y la muerte avanzaron.
Más adelante vendrÃa el secuestro de Rubén "Tito" Messiez, en 1977. Yo lo esperaba con mi querida amiga Maricel, que ya no está, para una tarea partidaria. Tito nunca llegó y lo recuerdo. El era un convencido de la invocación de Pablo Neruda, "la primavera es inexorable".
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