Viernes, 24 de marzo de 2006 | Hoy
OPINIóN › A 30 AÑOS DEL GOLPE
Por Alicia Simeoni
Cuatro meses antes del golpe había llenado mi ficha de afiliación a la juventud comunista, justo después de que una bomba estalló en el local de Pueyrredón entre Tucumán y Catamarca. Fue un sacudón, tanto como para decidirme a transitar el camino para el que había recibido tantas propuestas en el lapso del secundario en el Superior de Comercio. Allí la FJC tenía a varios de sus miembros, mis compañeros y amigos. Sentimientos y principios solidarios, antiimperialistas, revolucionarios encontraron un recorrido de trabajo personal y colectivo con el sueño del socialismo para la Argentina y el mundo. Como tantos no pude ver la falacia del llamado a la convergencia cívicomilitar que hacía el PC y de la línea que planteaba la necesidad de incorporar una parte de los militares al torrente de la lucha revolucionaria y popular.
Y llegó el golpe genocida. El 24 de marzo de 1976 sentí miedo y busqué explicación, información en la contenedora fuerza partidaria que, por otro lado, me ubicó en las diferencias políticas con los compañeros de la "gloriosa Jotapé" con los que compartía la vida universitaria. ¿Cómo se van a ilegalizar?, ¿por qué pasar a una clandestinidad de la que los comunistas habían luchado tanto por salir?', venía pensando durante meses. En la Cooperativa de Créditos Triángulo donde trabajaba no pasó mucho ese día. No era un espacio muy politizado, los socios iban y venían como siempre y recuerdo algunos comentarios de alivio por el fin del gobierno de Isabel Perón. Estaba apurada por irme, por saber más. Había camiones militares y carriers en la ciudad. Los alrededores de la Jefatura de Policía, cerrado para el público desde 1975, tenían mucha más custodia. Las patotas se afilaban los dientes pero nunca imaginé cuanto.
Las dos Lauras a las que no conocí hasta mucho tiempo después, militantes de la Fede secundaria ya habían sido detenidas: Ojeda, cuando pintaba contra la represión y el encarcelamiento de los metalúrgicos de Villa Constitución, Torreseti, creo que con otros chicos de la UES. No recuerdo qué pasó ese día en la facultad porque ya no había lugar para Comunicación Social y a partir del golpe, durante el decanato de Eduardo Sutter Schneider, se destrozó la carrera. Así apareció ese negro personaje, director de Relaciones Públicas de las fábricas villenses Metcom y Maraton de apellido Di Benedetto para enseñarnos a trabajar en los house organ o cómo vender la imagen pulcra de las empresas mientras se despedía y reprimía a sus trabajadores. Frente al Comando los autos civiles sin patentes rugían en operativos. Todos lo sospechábamos sin saber hasta donde llegaría la matanza, la tortura, la vejación. Aprendimos a caminar contra la dirección en que venían los autos, a tener mucho miedo al salir de la facultad y esperar el ómnibus. También a esconder, enterrar libros y revistas. Conservo la colección de Crisis y la de Comunicación y Cultura que en 1974 dirigieron Héctor Schmucler y Armand Mattelart. El terror y la muerte avanzaron.
Más adelante vendría el secuestro de Rubén "Tito" Messiez, en 1977. Yo lo esperaba con mi querida amiga Maricel, que ya no está, para una tarea partidaria. Tito nunca llegó y lo recuerdo. El era un convencido de la invocación de Pablo Neruda, "la primavera es inexorable".
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