Fernando Alvira tenÃa nueve meses el 5 de mayo de 1977, cuando un grupo de tareas del Ejército irrumpió en la casa de San Nicolás en la que vivÃan su mamá, MarÃa Cristina Alvira; su papá, Horacio ArÃstides MartÃnez, y donde estaba de visita Raquel Alvira, hermana de su madre. Cuando las fuerzas bajo las órdenes de Manuel Fernando Saint Amant, por entonces jefe del Area 132 del Comando del Primer Cuerpo de Ejército, secuestraron a los tres militantes, dejaron al bebé a cargo de un vecino, Juan Perazzo, con estrictas órdenes de llevarlo a un orfanato. El vecino cumplió, y el bebé permaneció muchos dÃas en la institución, hasta que los abuelos maternos fueron a buscarlo. AllÃ, el sacerdote Miguel Regueiro les exigió a Carlos Alberto Alvira y su esposa que firmaran un documento incriminando a los hoy desaparecidos por actividades que entonces se denominaban "subversivas". Desesperados por recuperar al niño, el documento fue firmado. "Solamente bajo esa coerción me entregaron", dijo ayer, en la puerta de los Tribunales federales, Fernando, aquel bebé. En la causa por la sustracción de Fernando está acusado Saint Amant en el juicio oral y público que se realiza en el Tribunal Oral Federal número 2 de Rosario. Con un cúmulo de "sentimientos encontrados", Fernando llegó ayer para escuchar la audiencia, pero no pudo entrar porque comenzó la etapa del juicio en la que no ingresan testigos ni querellantes. En su caso, también estaban procesados Regueiro y Diego Ricardez, que murieron.
Fernando tiene 35 años y será papá por primera vez en setiembre. Cuando tenÃa nueve meses, la vuelta con su familia demoró. "Estuve unos cuantos dÃas, hasta que mis abuelos maternos se enteraron de lo que pasó. En esa época no habÃa internet, celulares, no habÃa teléfonos prácticamente", sitúa el relato. La familia Alvira vivÃa en una pequeña colonia agrÃcola del norte santafesino, Colonia San Roque, cerca de Reconquista. Entonces, las familias materna y paterna se pusieron de acuerdo para que el niño creciera en la ciudad de Santa Fe, donde vivÃan los padres de Horacio MartÃnez. "Con la expectativa de que mis viejos se convirtieran en presos legales, y quedaran detenidos en Coronda o Las Flores, decidieron que me criara en Santa Fe con la familia de mis abuelos paternos", continúa su relato. La relación con los Alvira fue siempre fluida. De hecho, ayer, en la puerta de los Tribunales Federales, Fernando que vive en La Plata aprovechó para "ponerse al dÃa" con su tÃa Adriana Alvira hermana de MarÃa Cristina y Raquel y sus primos. Todos ellos residen en Romang, y vienen a las audiencias a presenciar el esperado juicio.
"Este momento genera un cúmulo de sensaciones completamente encontradas. La satisfacción de algo que por fin se logró, que me parece increÃble, pero por otro lado está la sensación de que quisiera tener a mi viejos", se sincera Fernando, que se crió con la firme advertencia de sus abuelos de evitar cualquier participación polÃtica ya sea en la escuela secundaria, la Industrial de Santa Fe, como en la Universidad Nacional del Litoral, donde Fernando estudió IngenierÃa quÃmica. "Estaba pensando en el viaje hacia acá que esta pequeña lucha personal hace que el paÃs que les dejemos, o que yo le deje a mis hijos, sea un poquito más justo. Es otro motivo para decir yo tengo que estar acá", dijo en la mañana frÃa de ayer, este cientÃfico, que es investigador del Conicet, del Centro de Investigaciones Opticas, donde trabaja con láseres de alta potencia, y también es docente de la Universidad Nacional de Quilmes.
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