Era una discusión entre activistas, se trataba de llegar a un consenso sobre la consigna de la Marcha del Orgullo 2011. Todas las fichas estaban puestas en la ley de identidad de género, pero se debatÃan detalles sobre la mejor estrategia de comunicación. AsÃ, como pasa casi siempre, la pasión de la argumentación colectiva comenzó a encender motores, el fuego circulaba en la sangre de cada activista. Pero en Claudia PÃa, que en su estado natural era calor humano en su máxima pureza, embalada por el fervor grupal, podÃa ser un incendio para el que no se inventó extintor. Cuando por fin tomó la palabra, Claudia PÃa comenzó a argumentar con su vehemencia hechicera, con ese ardor con el que hacÃa todo y que nos arrastraba, y sus palabras fueron echando leña al fogón, poniendo todo el sentimiento en primera persona y alta velocidad, hasta que llegaron las lágrimas a sus ojos y se levantó la remera para mostrar cómo vivir le habÃa marcado su cuerpo. Ya no habÃa más palabras, estaba toda la elocuencia carnal que nos decÃa cómo la discriminación, la violencia, la travestofobia no eran una mera ideologÃa, una simple presión simbólica, sino una forma de intervenir los cuerpos, mutilarlos, estigmatizarlos a causa de excluirlos de la salud, del trabajo, la cultura, los derechos identitarios. Alrededor de su corazón trava, Claudia PÃa tenÃa un mapa que nos obligaba a recordar, a todas y todos, que las posturas teóricas que podÃamos discutir tenÃan consecuencias reales y terribles para quienes sostenÃan el coraje suficiente para poner el cuerpo, para enfrentar cualquier forma de injusticia.
En cada reunión activista donde pergeñamos una historia como comunidad, en cada escenario que compartimos para defender nuestros derechos todavÃa postergados, en cada pasillo donde reÃmos de nuestras ridiculeces, Claudia PÃa fue una compañera fraternal, alguien que tenÃa unos ojos intensos prologados por pestañas que te hacÃan cosquillas cuando te miraban, como una manera de mimarte. Esos ojos, esos mimos, van a sobrevivir en quienes la conocimos para que nos ayuden a mirar a un futuro donde nadie tenga que llorar por haber sido marcadx al intentar vivir en libertad.
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