Miércoles, 22 de diciembre de 2010 | Hoy
CIENCIA › DIáLOGO CON DIEGO HURTADO, FíSICO E HISTORIADOR DE LA CIENCIA
La ciencia, la política. El jinete hipotético se interna en terrenos incomprensiblemente inexplorados, que encierran el misterio del fracaso argentino en el campo de la ciencia.
Por Leonardo Moledo
–Usted publicó un libro que se llama: La ciencia argentina. Un proyecto inconcluso. ¿Por qué no lo contamos en este espacio que tenemos?
–Lo primero que habría que decir es que el libro se ocupa de un período que va desde 1930 a 2000. Las razones por las que me centro en este período son varias. Una es que el proceso de industrialización en Argentina toma dimensiones. Detrás del proceso de militarización aparece un grupo de militares industrialistas (como Mosconi) que vinculan el problema de la industrialización con el problema de la defensa y el problema del acceso a la tecnología. Y un tercer componente es la aparición en escena de la comunidad científica, a través de la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia. Esa asociación tiene que ver con el desafío de hacer confluir intereses disciplinarios, pero también darle presencia a la ciencia ante el poder político y ante la sociedad, explicar por qué es necesario tener investigación científica, etc. Y, por supuesto, hacer llegar los reclamos de la comunidad científica, que en la década del 30 ya son varios (infraestructura, equipamiento, formación de jóvenes científicos). Hay entonces intereses en juego: sector militar, sector productivo y científicos. Cuando uno junta estas cuestiones, se da cuenta de que esto también pasó en los países de Europa en el siglo XIX, pero fue tratado con más o con menos éxito a través de políticas científicas. El resultado es que los tres sectores terminan de alguna manera por confluir. En Argentina, por el contrario, el golpe del ’43 va a terminar de fragmentar: el sector productivo y los militares, preocupados por el desarrollo tecnológico, va a quedar escindido del sector académico. Uno puede pensar que en Argentina hubo un proceso de institucionalización desdoblado: el gobierno peronista institucionaliza la ciencia y la tecnología desde una política centralizadora, enfocada a problemáticas sociales, productivas y a la defensa. Por otro lado, el sector de la comunidad científica (vinculada con Houssay) cree que la institucionalización tiene que darse en otro sentido: libertad de investigación, autonomía del Estado. Y, como no tiene respuesta desde el sector político, intenta crear un sistema de filantropía que le permita empezar a crear institutos de investigación privados. Para América latina esto es muy original. La creación del IByME es un hito: si no es el primero, es uno de los primeros institutos de investigación privados.
–Perón, además, destrozó las universidades.
–Yo acá pondría un matiz. Cuando uno piensa en las universidades en la época de Perón tiene que tener en cuenta que falta mucho trabajo empírico. Obviamente se ve que en la UBA hay un importante retroceso, entre otras cosas porque la comunidad académica se opone muy seriamente al gobierno. Pero, por otro lado, universidades como la de Tucumán tuvieron un despliegue enorme en términos de desarrollo de institutos (vinculados con hidráulica, electrotecnia, física). Por eso le digo que hay que matizar. Hay otro hito, como la creación del Instituto Balseiro o la Universidad Obrera... Y el libro llega hasta 2000, para ver cómo fue la trayectoria sinuosa desde esta primera constitución de una comunidad científica hasta nuestros días. Hoy en día tenemos un desarrollo en ciencias biomédicas muy interesante, un INTA que es capaz de dar respuesta a problemáticas sociales como el mal de la vaca loca, un Invap que logra exportar reactores nucleares. Entonces lo que trato es ver cómo arrancamos con una comunidad científica pequeña para llegar hasta lo que es ahora...
–A partir del ’55 esa comunidad ya no es chiquita.
–Exacto. Lo que a mí me interesa señalar son las continuidades y las rupturas. Cuando yo pienso en las rupturas pienso básicamente en los golpes militares y las crisis económicas. En el tema Universidades hay un hito muy claro que son los ’60 y la llegada de las doctrinas de la seguridad nacional, respondiendo a las cuales nuestros militares abandonan su tradición industrialista y nacionalista. En el gobierno de Onganía la consigna es, paradójicamente, “seguridad y desarrollo”, donde seguridad se refiere al enemigo interno y desarrollo a industria y ciencia (es decir, el proletariado industrial y científico: en otras palabras, el enemigo interno).
–Hay casos muy raros... Yo no sé si conoce el caso de San Miguel, al que iban a parar individuos echados de todos lados...
–Precisamente, empecé a escribir el libro porque pensé que ahí había una vacancia que cubrir. Necesitamos una historia política de la ciencia. Una de las cosas que me sorprendió es la historia dramática del Conicet. Esa columna vertebral del sistema científico argentino se crea con la consigna de fortalecer la investigación; queda vinculado con la ciencia académica (que por la propia dinámica universitaria es ciencia básica); Houssay intenta iniciar una política científica para las universidades; llega el golpe de Onganía y hay un avance del gobierno para crear una institución superior que marque políticas por encima del Conicet, este organismo es lo que va a ser el Conacyt, del cual va a surgir la secretaría Seconacyt, que es el antecedente primero de lo que va a ser la SECyT y hoy el ministerio. Ese organismo creado por Onganía no logra instituirse. Empieza el año ’70 y se inicia un proceso de creación de institutos del Conicet. Cuando empieza la dictadura del ’76, hay 3 o 4 institutos; cuando termina, hay 116 institutos. ¿Eso qué quiere decir? Que el Conicet ha perdido contacto con las universidades.
–Pero aparte esos institutos eran focos de poder y de corrupción impresionantes.
–Sin dudas. Pero, al margen de eso, el diseño institucional rompía la política que el Conicet había tenido desde el principio: el contacto con las universidades.
–Ahora sigue habiendo una disputa al respecto. En general, las autoridades prefieren que no haya institutos y que todo se focalice en la Universidad. Yo, le diré, no milito en la corriente anti-institutos.
–Fíjese que el Conicet se crea para un objetivo; la dictadura lo torsiona hacia otro objetivo y a la democracia le cuesta 20 años devolverlo a su objetivo inicial. Ese es el problema cuando se llevan a cabo políticas científicas sin una planificación lógica. Cuando llega la política de-sindustrializadora de Martínez de Hoz, deja en offside a toda una serie de instituciones (como el INTI y el INTA, que quedan pedaleando en el aire). La ciencia en Argentina es devastada por la última dictadura. Luego hay un proceso de recuperación muy bueno, en el que tienen gran influencia las gestiones de Sadosky y Aveledo. Y luego el menemismo trae un proyecto socioeconómico en el cual el papel de la ciencia no está muy claro: por un lado, se retoma un lenguaje muy moderno pero, por el otro, está vacío y hueco de contenido. Por ejemplo, cuando se propone una nueva ley de patentes pareciera que se está preparando un nuevo marco regulatorio moderno que nos va a poner a tono con el resto del mundo y en condiciones de competir en el mercado mundial. Sin embargo, como dice un especialista en patentes, no estábamos preparándonos para patentar el conocimiento que producíamos nosotros, sino para pagar royalties por el que producían las multinacionales. Algo muy característico del período es la concepción menemista de la ciencia como una variable subsidiaria de una política exterior (el realismo periférico, cuyo ideólogo fue Carlos Escudé y los cancilleres, Cavallo, Guido Di Tella, y cuyas premisas fueron el alineamiento con Estados Unidos y la reducción a toda costa de las posibilidades de confrontación con las grandes potencias). Esto significaba, entre otras cosas, cancelar el desarrollo nuclear argentino (que siempre había tenido una línea de trabajo pacífica). Y algo que es muy claro en este momento es que la comunidad científica es mantenida al margen de las decisiones políticas. Un ejemplo es la instalación del observatorio de rayos cósmicos Pierre Auger. En el año 1995 Carlos Menem se reúne con James Cronin, Premio Nobel en Física, que estaba buscando subsidios para instalar un observatorio de ese tipo. Menem le dice que lo instale en Argentina y efectivamente se instala en Argentina, luego de un acuerdo con un consorcio internacional, pero sin haber consultado previamente a los físicos argentinos si ese era un proyecto verdaderamente relevante para el desarrollo de la física en Argentina. Se pide un aval a la Asociación de Física Argentina, pero es un aval de hecho: no se discute si sería mejor algún otro proyecto. Las decisiones se toman, simplemente, porque en la arena de las relaciones internacionales el gobierno decidió alinearse con Estados Unidos. Y cuando uno mira para atrás se da cuenta de que la colaboración que mejores consecuencias le dio a Argentina es la regional: sin ir más lejos, la colaboración con Brasil. Argentina y Brasil son los dos países que tienen el índice de colaboración más alto del planeta.
–Eso también tiene que ver con el cambio de estrategia de Argentina frente a Brasil.
–Claro, Brasil deja de ser un enemigo para ser un socio. Y mi libro termina con el gobierno de De la Rúa intentando recuperar la relación entre el Conicet y las universidades, cuestión que no va a lograr.
–¿Y ahora?
–Bueno, yo quise que fuera un libro de historia, así que me detuve allí.
Informe: Nicolás Olszevicki
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