Lunes, 13 de julio de 2009 | Hoy
DIALOGOS › LAS NUEVAS TECNOLOGíAS Y LA EDUCACIóN, SEGúN ALEJANDRO PISCITELLI
Fue gerente general de Educ.ar y es docente en la UBA, donde analiza con sus alumnos los usos educativos de Facebook. Sostiene que no sirve inundar con computadoras las aulas si no cambia el formato escolar estandarizado. Aquí, sus reflexiones sobre los “nativos digitales” y el sistema educativo que no los contiene.
Por Mariana Carbajal
–Usted se refiere a las diferencias entre los inmigrantes y los nativos digitales. Los primeros, los mayores de 20 años, necesitamos el manual para entender un aparato electrónico. Los nativos digitales en cambio, van primero al aparato y descifran su funcionamiento despreciando el manual. ¿No ha existido siempre este tipo de diferencias generacionales? ¿Cuál es su particularidad?
–Decir que el nativo digital viene con las reglas inscriptas quiere decir que no le tiene miedo y no se cansa de ensayar y arriesgar. Hace mucho ensayo y error, pero no en forma repetitiva, si no nunca aprendería. De un ejemplo saca un caso hasta convertirlo en una regla. Practica la abducción. La diferencia es que antes había pocos aparatos en las casas, a lo sumo un televisor y una videograbadora. La transformación más profunda no la genera necesariamente la computadora sino la combinación de computadora, Internet y celular. Nosotros, los inmigrantes digitales, además de animales de costumbres somos animales de interfases simples. Abrimos un libro, lo miramos, lo leemos y lo cerramos. Ya está. Si el libro fuera un “Kindle” (el libro electrónico de Amazon), ya nadie lo leería, no sabría dónde apretar. La interfaz tiene que ser muy simple para un adulto. De todas formas, no se trata de una díada nativos versus inmigrantes. Si una persona nació antes del 89/90 y tiene incorporado el lenguaje de las pantallas es un migrante digital y así hay otras variantes. Pero no debemos perder de vista que todas ellas, finalmente no describen a la mitad del mundo que está excluida, que están fuera del mapa.
–Uno de los emergentes más claros de la tensión nativos/inmigrantes es el sistema educativo, con maestros y profesores formados como inmigrantes digitales. ¿Cómo se podría achicar esa brecha?
–Hubo intentos, todos fallidos, de acompañar la educación con la tecnología. ¿Por qué no va a pasar otra vez? Hay una vieja discusión en torno a si los chicos de hoy son más o menos inteligentes que los de veinte o veinticinco años atrás. En realidad, es una pregunta casi psicoanalítica narcisista: ¿soy más inteligente o no que mi hijo? El lenguaje de los adultos es muy despectivo frente a los chicos, es muy defensivo. Se sienten amenazados por el mundo de las pantallas. El docente vive una gran distancia generacional, experimenta una distancia cultural, pero al mismo tiempo ve cómo se le escurre el poder porque el chico no escucha, o se pone los auriculares del MP3 o se manda mensajitos de texto a escondidas con otro compañero. El desinterés por lo que pasa en las aulas es cada vez más grande, el divorcio se va ampliando. En relación a este tema hay enormes hipótesis y respuestas simplistas. Una que se intentó y no funcionó fue poner computadoras, televisión, Direct TV, cine, en las aulas para que el chico se enganche. Esa es la historia de la tecnologización de Estados Unidos, que pasó de tener hace más de veinte años 150 alumnos por PC a una relación de 1 a 1 o de 2 a 1 en muchos lugares en la actualidad.
–¿Qué impacto ha tenido?
–Ninguno. Casi nulo. Si se toman los test estandarizados, los resultados son ahora peor que antes. Pero tomar ese parámetro es una estupidez, no es muy útil porque en realidad están hechos para medir ciertos otros aprendizajes. Se podría pensar que el uso masivo de la computadora en el aula tiene que haber hecho que haya más interés de parte de los chicos. Pero no, porque tiene que ver con cómo y para qué entra la computadora, es decir, para qué la uso y cuál es el diseño de espacio áulico. En primer lugar, a las PC las metieron en laboratorios de informática. Pusieron veinte, por ejemplo, y cada chico usa una, 40 minutos por semana. Si además el chico es de clase media/alta tiene computadora en su casa. Ese chico no va a querer ir al laboratorio de computación si en su hogar puede hacer muchas más cosas. El laboratorio fracasó. También plantearon poner la PC en el aula, como hizo la ciudad de Buenos Aires durante la gestión de Daniel Filmus como ministro de Educación, en un plan piloto que se implementó en un porcentaje de escuelas y en un grado determinado.
–El modelo de laboratorio de informática es el que se ve con más extendido en los colegios...
–Y además hay que ver qué aprenden: ven el Word, con lo cual trivializan el espacio y lo convierten en una cosa más aburrida que el aula misma. Mirá cuál es la de-silusión que seguramente prefieren escuchar a la profesora antes que ver esos aplicativos que usan espontáneamente pavadas. El problema que tienen experiencias como la de la ciudad de Buenos Aires es que ponen la computadora en un solo grado. Si funcionara bien, el contacto sería episódico. El pibe dice: “No lo tengo antes, no lo voy a tener después, no me va a cambiar mucho”. ¿Pero qué hacían en el aula? Lo mismo que antes, o le enseñaban a usar el procesador de palabras, alguna ecuación, nada específico, nada diferente, nada que implicara un uso emergente de la tecnología. Además, en esa época no había Internet, banda ancha, en las clases. Pero seamos concesivos e imaginemos el escenario ideal: conectividad de alta velocidad y una laptop para cada alumno. El mundo está lleno de ejemplos y han fracasados también.
–¿Por qué?
–Porque lo que no funciona no es simplemente la desmotivación, el desinterés, lo que no funciona es el modelo de producción de conocimiento, el modelo broadcast. Con las computadoras o sin ellas, siempre es la misma idea: un curriculum prefijado, un docente que sabe, viene y recita. Y las computadoras se usan para hacer lo mismo mal de siempre. Y si las máquinas son buenas eso puede hacerse mucho peor. ¿Dónde está el ruido fundamental? En que nadie acepta o reconoce que puede cambiarse el modelo taylorista de la escuela.
–¿A qué se refiere?
–En el 2009 la escuela está como la fábrica de Ford en 1910. Ford decía: “Usted puede elegir el color de coche que quiera siempre que sea negro”. En la escuela pasa lo mismo. Va un docente y les da lo mismo a todos. Pero los chicos son todos distintos y ahora son muchísimo más distintos que antes porque tienen más estímulos, más consumos culturales, más ofertas. Siempre hablamos, obviamente, de la clase media/media alta. Los chicos pobres tienen una problemática que hay que atender pero que es otra. Lo que no funciona es el formato escolar estandarizado.
–¿Hay otros modelos posibles?
–Teóricamente hubo. Ejemplos como la escuela multinivel...
–Salvando las distancias, como ocurre en las escuelas rurales.
–Exactamente. Pero no se puede replicar a nivel masivo. La estandarización tuvo en su momento buenas razones. Quienes proponen otros modelos están planteando algunas cosas muy vagas, otras no tanto. Se están haciendo muchas pruebas en las universidades, donde finalmente se repite el mismo modelo de la escuela en el que todos reciben lo mismo. Y cada uno lo procesa según su capital simbólico, su historia, sus habilidades y talentos. Lo que se está planteando es pasar de un modelo docente-céntrico a uno alumno-céntrico.
–¿Hay experiencias en la Argentina?
–Algunos colegios privados están haciendo cosas. Hasta ahora nadie intentó algo sistemático con una computadora por chico.
–El gobierno nacional reflotó un proyecto en ese sentido para escuelas técnicas.
–Son 250 mil laptops pero para un año determinado. Uruguay es el único país del mundo donde se está haciendo una experiencia masiva, uno a uno. Son en total 350 mil máquinas, que es el número de alumnos primarios, y ya se repartieron 175 mil. El resto se distribuirán de acá al 2010.
–¿Y está acompañado de un cambio del modelo de enseñanza?
–Es algo más de lo que había pero no tanto. No cambia el curriculum, no cambia la función de los docentes ni la estrategia ni la extensión de las aulas. No plantea lo que se llama ahora entornos personalizados de aprendizaje, con herramientas donde los weblogs son como el ABC. Nadie lo está haciendo.
–Demandaría muchos recursos, capacitación, cambios edilicios...
–La arquitectura determina y limita pero el tema no está ahí sino en el sistema escolar, que no tiene posibilidades de auto-reinventarse y de generar disrupciones radicales. La escuela tiene una particularidad que la hace intocable: es un monopolio natural, a cargo del Estado. No lo va a cambiar jamás endógenamente. No sabe o no le interesa.
–En su libro destaca el hecho de que un chico memorice cien cartas de Pokemon y no pueda repetir el nombre de dos ríos al día siguiente que se los enseñaron. ¿Con un entorno personalizado se acordaría, no digo de cien, pero de diez ríos?
–No se van a acordar de nada que no tenga que ver con algo significativo para ellos. ¿Por qué no hay un curso de Pokemon en la escuela? ¿O de Harry Potter o sobre El Señor de los Anillos? Con El Señor de los Anillos se pueden hacer cosas increíbles: que dramaticen, personifiquen, busquen analogías históricas en su país. Habría posibilidades de transferencia. El conocimiento tiene que ver con transferencias. Lo más importante es ver que una cosa que se aplica en un caso se aplica en otro.
–¿Por eso propone que la educación tiene que seguir los pasos de la industria del deseo?
–Sigo con ideas de un catalán que me gusta mucho que se llama Joan Ferrés. Es un hombre que desde hace diez o quince años está muy preocupado en ver cómo la industria del deseo, Hollywood, la música o el entretenimiento enganchan a los jóvenes. Tener un home theater y después ir a la escuela, es como ver una TV en blanco y negro y en cámara lenta. Alguien puede decir: es mejor enseñar en blanco y negro porque así los chicos no se distraen y con la cámara lenta pueden incorporar mejor los conceptos. Ferrés dice: “No, así no funciona”. Dice que en la escuela –en la mayoría de los casos– no hay libido, no hay deseo, no hay vértigo, nada llamativo, no hay ocurrencia. Y que el docente, y esto vale para todos los profesionales, no puede ser un mal comunicador, no tiene derecho a serlo. Si no sabe decir, no sabe nada.
–¿Que sea como Tinelli?
–Tinelli con contenidos, sí. Malcolm Gladwell dice en cuánto tiempo te das cuenta de que un tipo es un buen profesor. Buen profesor quiere decir que me gusta, me interesa, que creo que tiene algo para aprender. ¿Un cuatrimestre? ¿Un mes? ¿Un día? No. En quince segundos te enganchás o no con una persona. Hombre, mujer, pareja, blink se llama, hacer un blink. Si no te enganchás no tenés segunda vuelta. Cuando hablo de la industria del deseo me refiero a un docente que sea un buen comunicador. Además tiene que ser un experto en inteligencia emocional, tiene que ser mucho más versátil, tiene que darse cuenta el conflicto que puede haber en el aula –y también estimularlo–, escuchar en la demanda del chico los problemas que puede tener en la familia.
–Su cátedra de Procesamiento de Datos tomó este año como objeto de estudio Facebook. ¿De qué se trata el proyecto?
–Si se mira desde el punto de vista de los contenidos no es más que ver qué hace la gente en Facebook y cuáles sus usos educativos.
–¿Tienen usos educativos Facebook?
–Ufff. Está lleno de cursos, de grupos, de cosas que tienen que ver con la educación. Ese, aparentemente, sería el contenido del proyecto, pero tiene otro: mostrar que todas las cosas que estuvimos hablando hasta ahora se pueden hacer en una cátedra universitaria. Dijimos basta: estamos cansados de que los alumnos repitan cosas. Entonces decidimos que este cuatrimestre no vamos a tomar exámenes, ni parciales, vamos a hacer las cosas distintas. Dijimos: vamos a empezar con algo que ellos mismos creen que no tiene ningún uso educativo, con lo cual si les demostramos que sí lo tiene, les puede llamar la atención. Ellos mismos diseñan su investigación. Hay clases, hay textos y mucho trabajo en equipo. Hay distintas dimensiones de análisis de Facebook: su arquitectura, la participación, la identidad, la convergencia cultural. Cada cual eligió lo que le gusta. Unos estudian a un grupo que se llama “La UBA es lo mejor”, otros a uno que defiende a Los Piojos, otro compara el Fotolog de Cumbio y Facebook. Hicieron un montón de pequeñas investigaciones y las presentan cada semana en el teórico. Lo que vimos es que todas las cosas que decía antes se logran. Los alumnos se enganchan, vienen al teórico –-antes no venían o se aburrían–, no hablan cuando hablan los compañeros y los escuchan. Algunos incluso han hecho entrevistas para profundizar algún tema. Se paran frente al aula y muestran lo que hicieron con un Power Point, que nunca en su vida habían hecho. Compramos una conexión inalámbrica porque la universidad no la pone y tenemos conectividad en el aula, ayudantes que twitean, tenemos seis grupos en Facebook y el resultado es extraordinario. El trabajo final es un video donde se montan los trabajos de todos.
–¿Después de Facebook qué viene?
–Las noticias sociales, social news. Hoy seguís yendo a cinco o seis sitios distintos para enterarte qué dice cada uno sobre un tema, por ejemplo, la caída del vuelo de Air France. Va a haber agregadores automáticos que van a filtrar todas la información y a escribir una nota única, comparando lo que se dice, es decir, lo que hace un periodista ahora.
–Le dedica un amplio espacio a las series televisivas cada vez más complejas.
–Son increíbles. Soy fanático de Lost. Nosotros venimos repitiendo como loros que estamos en la sociedad de la información, del conocimiento. Es un slogan. ¿Qué cambia realmente? La gente sigue tomando el colectivo, yendo a la carnicería... Lo que cambia es la cabeza de la gente, puede procesar más información. Sony, para aprovechar la cantidad brutal de series que tenía de los ’70 y los ’80 las convirtió en un nuevo formato que llama minisodios, son episodios compactados, editados. Una serie que duraba 25 minutos la convirtió en una de tres.
–¿Le sacaron los tiempos muertos?
–Es que los tiempos muertos duraban 7 u 8 veces más que ahora. Por eso el primer episodio doble de Lost costó 15 millones de dólares. Es pura efervescencia, no te podés perder un segundo. Lo que estamos viendo es que cierta gente, no toda, claro, ama la complejidad, la ambigüedad. En Estados Unidos la ven 18 millones de personas. La gente no se traga más que los buenos ganan siempre y los malos pierden siempre. ¿Por qué Los Soprano tuvo el éxito que tuvo? Tiene que ver mucho con la historia argentina, con (Francisco) Scilingo entrevistado por, (Horacio) Verbitsky, El Vuelo. ¿Qué sale de todo eso? Que el buen padre de familia era torturador. No, eso de que los malos eran malos malos y los buenos, buenos buenos. No. Esa ambigüedad moral, esa confusión es la que están reflejando estas series. Y la ambigüedad sirve para pensar.
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