Lunes, 12 de abril de 2010 | Hoy
ECONOMíA › EL GOBIERNO ADOPTó UN MODELO DE COMPUTADORAS BASADO EN LOS EQUIPOS CLASSMATE QUE PROMUEVEN INTEL Y MICROSOFT
La idea de repartir netbooks entre los estudiantes se empezó a evaluar en 2005. Primero se contactó al gurú tecnológico Nicholas Negroponte, quien ofrecía máquinas con software libre por 100 dólares, pero finalmente se negoció con las multinacionales líderes.
Por Sebastián Premici
El plan para distribuir tres millones de netbooks en los próximos años a todos los estudiantes de las escuelas secundarias, con un costo de 750 millones de dólares, encierra un debate que gira alrededor de los modelos educativos y las elecciones tecnológicas. Si bien el programa anunciado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner tendrá una licitación internacional, Argentina ya adoptó un modelo de inserción de computadoras basados en los equipos Classmate, una iniciativa promovida en el mundo por Intel y Microsoft, en detrimento de otras opciones. La más conocida es el proyecto de Nicholas Negroponte, One Laptop Per Child, que por ser un equipo creado de cero, todavía posee características inferiores a las tecnologías comerciales. Sin embargo, lo ambicioso de este proyecto, que ya fue adoptado por Uruguay en su Plan Ceibal, Perú y Colombia, es su modelo educativo que apunta a romper la clásica relación tutor-alumno. Detrás de cada elección tecnológica hay una decisión política. La historia que va desde los primeros intentos de lanzar en el país la notebook de Negroponte hasta el actual modelo de Classmate está marcado por el fuerte lobby local e internacional de las dos empresas más emblemáticas del mundo tecnológico –Intel y Microsoft–, que por su accionar conjunto a lo largo del tiempo quedaron identificadas en los libros de historia como la asociación Wintel.
La idea de llevar a los chicos computadoras portátiles no es nueva. Durante 2005, bajo la gestión de Daniel Filmus en el Ministerio de Educación, comenzaron los primeros contactos con Nicholas Negroponte, uno de los fundadores del laboratorio de medios del Ma-ssachusetts Institute of Technology y padre de la iniciativa One Laptop Per Child (OLPC). Este reconocido académico había llamado la atención de los gobiernos con una idea innovadora, pero difícil de concretar: llevar notebooks a las escuelas por 100 dólares, con un modelo educativo centrado totalmente en el alumno. El precio sugerido sólo podía alcanzarse a partir de la fabricación masiva de los equipos y con la utilización de cierta tecnología que permitiera abaratar los costos, como por ejemplo el uso de software libre o una pantalla líquida pequeña. Pero lo más innovador era el proyecto educativo de fondo.
Argentina se perfilaba para ser uno de los primeros países de habla hispana en la adquisición de estos equipos. Negroponte visitó el país varias veces para reunirse con Néstor Kirchner cuando éste era presidente. Luego de uno de esos primeros encuentros, el académico norteamericano y Filmus mencionaron por primera vez de la posibilidad de comprar un millón de máquinas.
La Argentina y el Ministerio de Educación tienen diseñados varios proyectos educativos junto con las empresas Microsoft e Intel. Este dato nunca estuvo ausente en las discusiones por el proyecto OLPC, cuyos componentes rivalizaban con las dos empresas mencionadas (software libre por un lado y el principal competidor de Intel, AMD, empresa que luego desistió de participar en la iniciativa). “Nuestro objetivo es ciento por ciento linux”, había afirmado Filmus en 2005. El proyecto de Negroponte se perfilaba titánico y de un gran alcance. Ese mismo año se hablaba de posibles compras por parte de China, Tailandia, Brasil y la India.
Microsoft e Intel no querían quedarse fuera de ese proyecto (y gran negocio). Ambas empresas –que desde el desarrollo de la computación personal en la década de 1980 siempre actuaron en tándem– no perdieron tiempo y elaboraron una estrategia de inserción dentro del proyecto OLPC.
Durante una conferencia de prensa realizada por Negroponte y Filmus, el 5 de diciembre de 2005, participaron como oyentes varios representantes de Microsoft e Intel, quienes incluso tuvieron la posibilidad de formularle preguntas a Negroponte. Los directivos no desaprovecharon esa oportunidad para hacer hincapié en que OLPC fracasaría por ser “tecnológicamente inadecuada”, incluso por su modelo educativo.
Un año después, en noviembre de 2006, Negroponte volvió a la Argentina, mantuvo otro encuentro con Kirchner, tras el cual se anunció la conformación de una comisión de especialistas, presidida por Adrián Paenza. Dos semanas después de ese encuentro, Intel volvió a la carga y tuvo una audiencia con funcionarios locales para presentar su propio modelo de laptop educativa, junto a Microsoft: la Classmate (compañera de clase).
Pero la jugada más fuerte de la multinacional de los microprocesadores fue ingresar en el directorio de OLPC. Y con Intel, también ingresó Microsoft, aunque no de manera formal. Este cambio de rumbo en el proyecto original de Negroponte provocó el alejamiento de Paenza. “Sigo pensando que es una iniciativa maravillosa, que ha sido torpedeada por los grandes conglomerados que se habían o se han quedado afuera”, manifestó Paenza (Clarín, 6 de enero de 2008). Mientras Intel formaba parte del directorio de OLPC, seguía comercializando sus Classmate al público masivo, a 500 dólares cada máquina. Pocos meses después de su ingreso en el directorio, simplemente se alejó.
El proyecto de Negroponte tenía por objetivo superar la discusión tecnológica e intentaba centrar el debate en un modelo educativo propio del siglo XXI. “Cada tecnología tiene ventajas y desventajas. OLPC es una promesa increíble, porque tiene una forma de trabajo centrada en el alumno, en ideas constructivistas, y todo está pensado desde cero. Es la primera de la nueva generación. El dispositivo de la empresa israelí ITP-C es muy bueno para ciencias y matemáticas, orientada a chicos más grandes, de sexto grado. Por su parte, Intel es una empresa sólida, y su laptop ya está instalada”, había afirmado Laura Serra, gerente de TICs del portal Educ.ar (Canal AR, 7 de agosto de 2007).
Por su parte, el ex titular del portal educativo del Estado Alejandro Piscitelli, docente de la UBA, escribió varias veces en su blog (www.filosofitis.com.ar) las diferencias educativas entre el modelo propuesto por la OLPC (centrado en los alumnos) y la Classmate (centrada en los docentes). “Lo que está en juego aquí es una cuestión relativa a la consideración de los chicos como una clase social, es decir poder determinar hasta qué punto los chicos son agentes en sí mismos, más allá de las motivaciones, manipulaciones o socializaciones impuestas por los adultos.” El proyecto OLPC proponía (aún lo hace en el caso de Uruguay, Perú, Colombia) un pasaje del tutor al estudiante, “algo que va en contra del paradigma tradicional de enseñanza”, como indicó Piscitelli. Toda elección tecnológica trae aparejada una decisión política e ideológica de fondo.
“Las pruebas que hicimos de las OLPC no fueron buenas. La interfase creada para que interactúen los chicos con las máquinas sólo servían para el aula y no para la vida real. Los primeros prototipos eran lentos. Las Classmate son más coherentes con el mundo real”, afirmó a Página/12 Hugo Scolnik, director del Departamento de Informática de la Facultad de Ciencias Exactas.
Intel y Microsoft fueron más rápido en la carrera comercial de sus equipos y lograron imponerse en varios países. Incluso Venezuela adoptó el modelo Classmate, aunque sólo con el sistema operativo basado en software libre. “Así y todo, cualquier plan tecnológico tiene que pensar primero en el modelo educativo que en la tecnología. Si bien Uruguay adoptó el modelo de Negroponte –el cual creo que es inconsistente desde lo tecnológico– tiene bien claro el tema educativo”, agregó Scolnik.
Más allá de cualquier debate sobre qué tipo de tecnología utilizar, es relevante que este tipo de políticas sociales o educativas –más o menos universales– se pongan sobre la mesa. Las casi tres millones de netbooks que se licitarán –sobre el modelo Classmate– tienen implícito el desafío de incorporarse dentro de una política educativa del siglo XXI.
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