Lunes, 19 de septiembre de 2011 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: COMO PONERLE FRENO A LA FUGA
En los últimos cinco años, distintos actores de la economía compraron cerca de 50 mil millones de dólares con la finalidad de atesorarlos fuera del sistema financiero. La cifra iguala el monto de reservas del Banco Central y se agudizó este año. Alternativas para evitarlo.
Por Andrés Asiain *
En los últimos cinco años, distintos actores de la economía de nuestro país compraron cerca de 50 mil millones de dólares con la finalidad de acumularlos. La cifra crece a más de 70 mil millones si se pone la lupa sobre diversos mecanismos para hacerse del billete verde que oscurecen su registro. Es decir, que esos dólares no fueron utilizados para pagar importaciones con que sostener un proceso inversor, o para cancelar deudas con bancos extranjeros. No, la finalidad fue atesorarlos con la esperanza, la más de las veces bastante infundada, de que sea la mejor forma de mantener el valor de los ahorros.
Para tener una dimensión del monto “fugado” vale decir que equivale al del monto de las reservas del Banco Central. O bien, que el 15 por ciento del total exportado en ese período fue entregado a cambio de papeles pintados, una muestra de que la técnica del conquistador español de intercambiar oro por vidrio fue superada por el imperialismo financiero norteamericano. Pero los efectos nocivos de la compra de dólares pueden ser mucho mayores que el monto fugado, ya que puede afectar uno de los pilares del modelo económico de los últimos años, esto es, la acumulación de reservas que permite sostener la política cambiaria sin endeudarse en los mercados financieros y, por ello mismo, nos libra de viejos conocidos como el FMI.
En la “fuga de capitales” se encuentra desde el trabajador que materializó sus ahorros en la forma de billetes verdes en el colchón, hasta la multinacional que comercializa granos y subdeclara ventas dejando la diferencia en una cuenta bancaria en el exterior. Intentar contenerlo con medidas ortodoxas como un incremento en las tasas de interés locales implica simplificar el problema, además de generar un mecanismo distributivo perverso en el que un amplio sector de la sociedad vive de cortar cupones a costa de un presupuesto público invadido por las cargas financieras de la deuda. Este tipo de políticas ya fue implementado en nuestro país, dando lugar a un enorme déficit cuasi fiscal que fue una de las causas de la quiebra del Estado en la década de los ochenta.
En su lugar es recomendable implementar una serie de medidas administrativas e impositivas que hagan más costosa la compra de divisas para su atesoramiento. Y para ello hay que avanzar sobre el mito del liberalismo criollo de la ineficacia de los controles cambiarios. Si bien puede contribuir a generar un mercado negro de divisas, en ese mercado el dólar siempre cotiza más caro y, por lo tanto, disminuye el valor real fugado. La implantación de controles cambiarios a lo largo de la historia económica del país por parte de gobiernos de diferente signo ideológico muestra que no son el resultado de una tozudez estatista. Por el contrario, son la expresión de que constituyen una necesidad para el normal funcionamiento de un modelo económico que aspire a algo más que brindarle ganancias especulativas de corto plazo a un grupo de operadores. Esta solución de corto plazo debe ir acompañada de una serie de políticas que refuercen el frente externo de la economía y despejen del horizonte económico las nubes de una devaluación abrupta: profundizar la sustitución de importaciones, limitar la remisión de utilidades y dividendos de las multinacionales, aumentar la carga impositiva sobre sectores exportadores como la megaminería, etc.
Las políticas locales deben ir acompañadas de iniciativas a nivel Unasur que puedan ir generando una mayor autonomía de la región respecto del dólar. Las políticas como el fondo común de reservas (una especie de vaquita hecha por los bancos centrales de Sudamérica para asistir al país que enfrente problemas externos coyunturales) son un paso en esa dirección, lo mismo que la constitución del Banco del Sur o el intercambio comercial en monedas propias. Otro paso importante sería generar una moneda regional que no busque reemplazar a los signos nacionales (la experiencia del euro es aleccionadora sobre ese error), pero sí intente sustituir al dólar en su función de reserva de valor. La coyuntura de un excepcional valor de las materias primas e incremento de las reservas regionales es una oportunidad única para ello. Una política seria y decidida, seguida adelante por un período largo pese a la previsible oposición de la potencia norteamericana, puede hacer llegar el día en que los sudamericanos guardemos la moneda regional en el colchón. Ese día se habrá dado un paso fundamental en la constitución de nuestra independencia económica, que como sabemos, viene acompañada de otras dos banderas.
* Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche.
Por Ramiro Manzanal *
Sí que necesario, aunque poco original, es comenzar mencionando a la restricción externa en tanto sempiterno condicionante del desarrollo económico de la Argentina. Son conocidos, y materia de abundante literatura, los desequilibrios ocasionados en el pasado por la propia estructura económica, que han impedido de manera recurrente la continuidad en su crecimiento. Sea por medio del denominado canal comercial, como durante la etapa de la denominada ISI, sea mediante el endeudamiento externo, como durante el período de la llamada “reforma estructural”, el condicionamiento externo ha generado tensiones a lo largo de la historia económica el país. Así, ambas variantes de un mismo mecanismo derivaron en recurrentes devaluaciones, recesiones y procesos inflacionarios que atentaron potentemente contra la matriz distributiva, con claros efectos regresivos.
El proceso de crecimiento constante que comenzó en 2003 introdujo a modo de novedad un superávit externo sostenido –acompañado de un constante superávit fiscal– y un, finalmente, escenario de permanente disponibilidad de divisas. Si bien las favorables condiciones internacionales jugaron su papel, no sería completo el análisis si se dejase a un lado la conocida implementación de un conjunto de medidas que dotaron de competitividad a la economía al tiempo que limitaron la salida de divisas.
Para reforzar las diferencias con procesos anteriores, a la ausencia de escasez de divisas se le debe sumar la del incremento del endeudamiento externo. Por el contrario, es marcado el proceso de desendeudamiento externo que resultó en una enorme caída de la deuda en términos de producto bruto, llevando dicha proporción de más de 140 por ciento en 2002 a poco más del 36 por ciento en la actualidad (sólo 13 por ciento en manos de acreedores privados). Para completar el panorama, el incremento de las reservas internacionales pasó de 14.000 a 50.000 millones de dólares, en los últimos nueve años.
La contextualización es importante, especialmente en un momento en que todas las luminarias se las lleva la aceleración de la fuga de capitales, y mientras se potencian algunas dudas sobre la posibilidad de sostener el superávit en cuenta corriente. Todo esto en un escenario que combina un año electoral con un contexto internacional que incluye aroma a default en Grecia, inminente recesión en los países desarrollados y temor por la desaceleración de la economía brasileña.
Es ese el contexto que empuja a uno de los factores que explican la fuga de capitales, la creciente compra de dólares. Sin embargo en este punto es importante recordar que producto de la historia económica reciente, más exactamente desde 1976 en adelante, la moneda nacional ha ido perdiendo una de sus funciones principales, la de reserva de valor. Por lo tanto es previo y largo el proceso que ha llevado al refugio permanente en divisa extranjera. Tan largo como paulatina ha sido la recuperación de dicha función durante los últimos años. Esta recuperación se puede observar, por ejemplo, a través del crecimiento de los depósitos en pesos del sector privado no financiero, que en los últimos ocho años se han casi cuadruplicado pasando de menos de 70.000 a 250.000 millones. Es un proceso que necesita de mucho tiempo para revertir el daño producido y que, además, viene a reforzar la necesidad de continuar con el crecimiento vigoroso de la economía, en detrimento de las demandas de “enfriamiento”, que promueva altas tasas de inversión y desaliente el refugio en divisa extranjera.
Otro elemento que explica la salida de capitales es la creciente remisión de las utilidades al exterior por parte de las transnacionales. Este proceso es hijo de las muy buenas rentabilidades que han obtenido producto de un escenario económico muy favorable. El desafío residirá entonces, en este caso, en incentivar y lograr que las empresas transnacionales reinviertan las utilidades en proyectos productivos en el país. De manera más amplia, la profundización del modelo consistirá en vigorizar el proceso de sustitución de importaciones por ejemplo en aquellas ramas en las que la Argentina ya produce los bienes que importa, lo que permitirá mejorar el saldo comercial y darle mayor respiro a la cuenta corriente.
* Economista de UBA/AEDA.
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