Sábado, 26 de agosto de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
Hace tres meses, en esta columna, se mencionaba que las cifras difundidas por esos días de desocupación convocaban a los peores demonios: fuerte crecimiento económico con aumento de desempleo en un contexto de desigualdad en la distribución del ingreso. Ese alerta fue gatillado por el relevamiento de la Encuesta Permanente de Hogares correspondiente al primer trimestre de este año, prevención que ofrecía también la aclaración de que la estacionalidad (vacaciones y paradas técnicas de plantas) podría estar influyendo en ese resultado. La información proporcionada para el segundo trimestre exorcizó a varios de esos fantasmas, aunque no a todos. Los distintos indicadores del mercado laboral han mostrado desarrollos muy favorables, que descolocaron a los analistas pesimistas y sorprendieron incluso a los funcionarios exitistas. Además de que la tasa de desocupación está cerca de alcanzar el dígito, el dato de creación de empleo, el importante repunte de la elasticidad Empleo/Producto (la relación de cuánto aumenta la ocupación por cada punto de crecimiento de la economía) y la reducción de la incidencia de los planes sociales revelan que el mercado laboral está registrando un dinamismo notable. De todos modos, y pese a esas mejoras, todavía sigue presente la heterogeneidad y fragmentación que viene de arrastre de décadas de destrucción del tejido socio-laboral.
La tasa de empleo creció 1,7 punto porcentual en el segundo trimestre de este año en relación con igual período de 2005, una aceleración impensada si se considera su evolución en los últimos dos años. Una suba de ese indicador es relevante porque representa un aumento del empleo por encima del crecimiento de la población. Es decir, que se está generando ocupación a un muy buen ritmo. Si en los próximos períodos se sostiene esa tendencia, la economía habrá consolidado su ingreso en una tercera etapa en el proceso de creación de empleo dentro de un esquema productivo con base en un dólar alto.
La primera etapa tuvo que ver con la del efecto rebote luego de la megadevaluación, ajuste caótico del tipo de cambio que lograda su estabilización consolidó un esquema de precios relativos que permitió recuperar competitividad de actividades intensivas en empleo. En forma sencilla, el trabajador pasó a ser más barato que las maquinarias (bienes de capital) y así contratar pasó a ser rentable para las empresas. La recuperación desde el pozo de la recesión fue muy intensiva en la sustitución de empleo por capital.
La segunda etapa registró una estabilización de esa dinámica, cuando ya el desempeño de ese ciclo transitaba hacia los mismos niveles productivos previos al comienzo de la debacle (agosto de 1998). La intensidad de creación de empleo había descendido, si bien seguía siendo considerable, y abría interrogantes sobre la efectividad de un dólar alto para acelerar la baja de la desocupación. La discusión sobre el nivel del tipo de cambio y la inflación incorporaba incertidumbre sobre el rumbo del actual esquema económico. Y por consiguiente de lo conveniente de crecer por el lado del empleo y no por la intensidad en la utilización de los bienes de capital. Se produjo entonces una desaceleración en la suba del empleo a la espera de señales sobre cuál sería el rumbo.
Ahora, aparecería el inicio de una tercera etapa luego de superada esa tensión al confirmar –o que los empresarios terminaron de convencerse– de que el gobierno de Kirchner tiene como pilar el tipo de cambio competitivo y flexible. Las firmas retomaron con fuerza, entonces, el proceso de basar la expansión productiva con una mayor utilización de empleo sobre el capital. Decisión estratégica que tiene que ver con que los costos laborales siguen siendo bajos –pese a las quejas– en un escenario de rentabilidad elevada, con un dólar alto que encarece la importación de bienes de capital.
En forma esquemática, el dólar alto genera inicialmente empleo porque para las empresas es más barato, sobre todo si contaban con capacidad ociosa. Después de alcanzado un determinado nivel productivo, similar al previo a la crisis, se desacelera ese crecimiento hasta recibir señales potentes de que no habrá cambios en las reglas de juego macroeconómico. Convencidos de que se continúa por ese mismo sendero cambiario y con ganancias todavía muy altas se retoma el proceso de expansión de la frontera de producción incorporando empleo. Roberto Frenkel describió en Una política macroeconómica enfocada en el empleo y el crecimiento (Revista de Trabajo, 2005) la visión de que la actual política económica de crecimiento del empleo no se asienta solamente en una estrategia monetaria y fiscal expansiva, sino que, fundamentalmente, en el tipo de cambio real. Este influye en las decisiones de empleo de corto plazo (actividades de exportación y sustitución de importaciones), pero también en las de largo cuando el crecimiento se sostiene incentivando la producción de bienes transables. Esa línea la rescata la investigadora Noemí Giosa Zuazúa, del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp), vinculado al ARI, en el documento La estrategia de la administración Kirchner para enfrentar los problemas del mercado de empleo: “Si el tipo de cambio real se encuentra depreciado su efecto es similar a fijar una tasa uniforme sobre las importaciones, pero como a la vez significa un subsidio a las exportaciones, entonces promueve la producción de exportables y sustitución de importaciones”, señala. También destaca, en esa dinámica del mercado laboral que emergió con fuerza con las cifras del segundo trimestre de este año, que “para que el impacto en mayor empleo aparezca y permanezca se requiere que el conjunto de precios relativos que define un tipo de cambio real depreciado se mantenga por un período prolongado”.
Por ese camino el horizonte se ha despejado para reducir la desocupación a un dígito en este año, objetivo al que se propuso llegar el Gobierno. Incluso en el próximo, cuando las urnas para las elecciones presidenciales estén listas, se alcanzaría igual resultado (9,8 por ciento) incluyendo los planes sociales que cada vez tienen menor incidencia, según estimaciones del sociólogo Artemio López en su atractivo blog rambletamble.
Como se sabe, el desarrollo de una sociedad no es una foto y menos la de mejor perfil, sino que se va construyendo superando los diversos obstáculos que se van presentando a medida que se van superando algunos. No hay nada más perjudicial tras lograr un objetivo que conformarse con lo obtenido y, por lo tanto, enamorarse del modelo sin adicionarle instrumentos necesarios para avanzar en estadios superiores de ese proceso. Los jóvenes investigadores del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda) lo exponen del siguiente modo: “Ahora bien, más allá del valor numérico del nivel de desempleo, creemos prioritario que la política pública incorpore objetivos en términos de las condiciones de empleo y los salarios de los trabajadores argentinos”. En el último informe que prepararon (El trabajo en Argentina. Condiciones y perspectivas) pusieron énfasis en la calidad del empleo, puntualizando las consecuencias que el empleo no registrado tiene sobre el trabajador. “Además de carecer de protección legal y derechos básicos, cuentan con remuneraciones de hasta menos de la mitad que la de sus pares del mercado registrado; así como también poseen mayores proporciones de sub y sobreocupación”, precisan. Excluyendo los planes sociales y el servicio doméstico, que tienen una lógica de funcionamiento particular, el porcentaje de trabajadores que pertenecen al mundo informal se ubica cerca del 37 por ciento. Si bien éste se concentra en las empresas de menor tamaño, se trata de un fenómeno también extendido a grandes compañías. En ellas existe, por caso, empleo no registrado “oculto” a través de la tercerización de servicios en otras firmas.
El objetivo del Gobierno de llegar a menos de un dígito de desempleo está por alcanzarse. Igualmente unos tres millones de personas seguirán con graves problemas de empleo por des o subocupación. La tarea que le sigue, además de mantener las condiciones para la generación de más empleos, es la de reconstruir el tejido socio-laboral. Para ello se requiere de avances sustantivos en las condiciones de trabajo y en los salarios en términos reales, ya no medidos con el peor momento de la crisis, sino con los niveles perdidos a lo largo de tres décadas. Con los últimos indicadores del mercado de trabajo, que son similares a los que se verifican en el resto de los países de la región, queda más claro el concepto de latinoamericanización de Argentina en ese campo. El desafío será el de conformarse con haber podido exorcizar los peores demonios que entregó el modelo de los noventa y la desgarrante crisis de salida de la convertibilidad o avanzar sobre las ruinas que todavía falta reconstruir para recuperar lo que alguna vez fue una sociedad integrada y con movilidad social.
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