Viernes, 17 de noviembre de 2006 | Hoy
Creador de la escuela de Chicago, educó e inspiró a los economistas que acompañaron a los dictadores en Chile y Argentina. También fue fuente para las políticas de Reagan y Thatcher en los ’80.
Por Raúl Dellatorre
¿Qué vinculación hay entre Pinochet, Videla, Reagan y Thatcher? Pese a las diferencias de origen de unos y otros –dos fueron sangrientas dictaduras, otros dos surgieron de elecciones–, quedaron ligados en la historia por las políticas económicas aplicadas, surgidas de una misma concepción. Ayer falleció el mentor intelectual de esas ideas, Milton Friedman, a la edad de 94 años y treinta después de haber recibido el Premio Nobel de Economía por sus aportes, que sufrieron en carne propia gran parte de la población de aquellos cuatro países. En particular, millones de desocupados y arrastrados a la pobreza y la marginalidad por las políticas neoliberales impuestas por las dictaduras de Chile y Argentina.
Su biografía indica que nació en Brooklyn, se doctoró en la Universidad de Columbia y desarrolló su carrera como profesor e investigador en la Universidad de Chicago. Políticamente, y más cercano a los intereses de esta parte del mundo, se lo recordará como el creador de una escuela de pensamiento económico casi fundamentalista, que educó y preparó una generación de economistas (los llamados Chicago Boys) que tuvieron desempeño destacado bajo las dictaduras de Pinochet y Videla y posteriores gobiernos democráticos en la región, como los de Fujimori en Perú y Menem en Argentina, entre otros.
Las teorías de Milton Friedman empezaron a tener amplia difusión hacia fines de los ’60, cuando cuestionó los postulados de la curva de Phillips, de origen keynesiano, que vinculaban el aumento del empleo con movimientos en igual sentido de salarios, precios y actividad económica. Friedman sostuvo que como consecuencia de las políticas estatales de defensa del empleo, sólo cabría esperar precios cada vez más altos hasta niveles explosivos, con un costo demasiado alto para toda la sociedad. El estancamiento y la inflación empezaban a corroer el prestigio de las teorías keynesianas y las políticas de intervención estatal al amparo de la economía de bienestar. La etapa de alta inflación con recesión en años posteriores en los países más desarrollados (década del ’70), alimentada por la crisis del petróleo (suba de precios y racionamiento), le dio más crédito al nuevo enfoque surgido de la escuela de Chicago.
Los economistas inscriptos en esa línea fueron ganando espacio en los ámbitos políticos norteamericano y británico, pero fue en Chile donde las teorías se pusieron en práctica por primera vez, como una experiencia de laboratorio. El sangriento golpe de Pinochet había terminado con el gobierno y la vida del socialista Salvador Allende en 1973. Fue la oportunidad de oro para demostrar la “ineficiencia” del intervencionismo estatal y poner en evidencia las “virtudes” de una economía abierta al mundo, un estado pequeño y subsidiario, riguroso equilibrio fiscal y funcionamiento libre de los mercados. Hasta el propio Friedman “bajó” hasta Chile para explicarle las bondades del modelo al dictador.
La reducción del gasto público (20%) y del número de empleos públicos (30%), la eliminación de políticas sociales y un inicial aumento de impuestos al consumo constituyeron el paquete inicial de medidas del ministro Sergio de Castro. El primer efecto fue una violenta caída del producto (12%), trepada de la desocupación (al 16%) y reducción de las exportaciones (40%). Pero en los años siguientes los resultados macro se revirtieron y empezaron a ser positivos, salvo la desocupación (se instaló en torno del 20%). Se empezó a propagandizar el modelo en el mundo como “el milagro chileno”, aunque gran parte de la población quedara afuera de los beneficios.
Argentina, dictadura mediante, fue el primer país en copiar la receta, con José Alfredo Martínez de Hoz como ministro, Adolfo Diz en el Banco Central y Carlos Alfredo Rodríguez (del CEMA) como jefe de asesores. Los resultados, suficientemente conocidos, fueron funestos. Dos décadas después, economistas de la misma corriente, agrupados en el CEMA, vendrían a completar la tarea bajo la administración Menem (el mismo Rodríguez, Pedro Pou, Roque Fernández, etc).
A nivel de países centrales, el modelo de Friedman fue funcional a las políticas imperiales aplicadas por Ronald Reagan en Estados Unidos (1981/89) y Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979/90) para terminar con “el imperio del Mal”, como llamaba el primero a la Unión Soviética. En el Reino Unido, el riguroso plan logró reducir la inflación y mejorar el valor de la libra, al costo de disminuir la producción industrial, subir el desempleo y la quiebra de empresas y bancos. En Estados Unidos, la reducción de la intervención estatal en otras áreas fue fundamental para liberar recursos para una desenfrenada carrera armamentista.
De Friedman se recordarán frases y posturas curiosas, como la defensa de la despenalización del comercio de drogas para combatirlas desde las leyes de mercado y no con intervención estatal. Pero su marca quedó en el impacto social de su política, que pudo llegar a ver. John Galbraith decía que los teóricos de la economía no anticipan nada, sino que son funcionales y justificadores del poder en su época. Como tal, Friedman resultó el economista funcional del poder más eficaz de las últimas décadas.
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