Domingo, 12 de octubre de 2008 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Alfredo Zaiat
A esta altura encerrarse en el debate sobre si la crisis internacional encuentra a la Argentina más o menos aislada de los efectos financieros del colapso de la globalización pierde toda relevancia analítica. Se parece a la discusión sobre la Resolución 125 en pleno conflicto con el campo. Las enfrentadas posiciones políticas eran las que definían las evaluaciones, postergando la comprensión de un proceso económico. Sólo el tiempo permite aclarar el horizonte de la dinámica de los acontecimientos, como pasa con los Derechos de Exportación móviles que se revelan ahora por lejos como una mejor iniciativa técnica y económica para los productores agropecuarios que su derogación, medida conseguida por la Mesa de Enlace y su variopinto arco de aliados luego de cuatro meses de agresión a la población urbana más vulnerable. La (i)responsabilidad de todos esos dirigentes quedará como una marca más en la historia para comprender las razones de la frustración argentina en ese objetivo esquivo de proyecto de país para las mayorías.
Con el derrumbe del muro de Wall Street está sucediendo algo similar en el intento de trasladar la debacle financiera a la situación de la economía doméstica por parte de los tradicionales voceros del establi-shment. Parece como si hubiese un deseo de que la crisis internacional tuviera impacto por el lado bancario y cambiario. Y es precisamente por el frente financiero que la Argentina tiene un relativo aislamiento. Pero la insistencia con la caída de la Bolsa –mercado que es totalmente irrelevante por su dimensión–, con el riesgo país –indicador sin ninguna importancia en las actuales condiciones– y con la cotización del dólar –el peso fue la moneda que menos se devaluó en la región– va produciendo condiciones de incertidumbre. Los muchos años de desequilibrios macroeconómicos han generado reflejos automáticos de defensa ante cualquier señal de inquietud. Escenario que los mercaderes de la angustia saben potenciar, como quedó en evidencia durante el conflicto con el sector del campo privilegiado y ahora con la debacle del sistema bancario de los países centrales.
En estos momentos de cambio de época, con más dudas que certezas sobre el nuevo rumbo del capitalismo global, la cuestión relevante para la Argentina se encuentra en el frente comercial externo. En ese aspecto no está aislada de la crisis internacional, pero la encuentra en mejor posición que en anteriores shocks externos. La economía no está enfriada, desaceleración del crecimiento que reclamaba un grupo de economistas de la city –incluso algunos que el Gobierno consulta–, tiene herramientas para frenar la probable avalancha de importados y existe un marco de confianza y cooperación con Brasil que permitiría administrar en mejores condiciones los actuales desequilibrios.
Sin embargo, el deseo de comprar la crisis es el más potente riesgo para la economía doméstica. Sin considerar cómo ha sido la evolución de las cotizaciones de los últimos años y sólo puntualizando la fuerte devaluación del real en una circunstancia crítica, gurúes de la city proponen un ajuste rápido del tipo de cambio. El real había tenido una apreciación impresionante al llegar a un mínimo de 1,55 por dólar por el ingreso de capitales especulativos. Mientras, la paridad peso-dólar en términos reales retrocedió un poco por el aumento de los precios internos, pero no perdió competitividad. El ajuste gradual del tipo de cambio evita costos mayores teniendo en cuenta que no se sabe cuál será el tipo de cambio de equilibrio ni cuál será la paridad del real cuando las aguas se tranquilicen. Pese a ello, el candidato político Eduardo Buzzi que dice que se preocupa por los niños que tienen hambre pide un dólar hoy de 3,50 a 3,80 pesos, valor que no aliviaría la situación de ese sector vulnerable a los aumentos de los precios de los alimentos. Ciertos industriales también presionan por una devaluación similar. Y economistas vinculados con bancos trabajan para alentar los peores fantasmas cambiarios.
Una de las virtudes de Roberto Lavagna cuando asumió el Ministerio de Economía durante el gobierno de Eduardo Duhalde fue desoír todas las recomendaciones de shock que venían de diferentes sectores para encarar los problemas de entonces. Quienes aconsejan hoy seguir el ritmo de la devaluación del real, además de ser parte del grupo que desea comprar la crisis, expresan la incapacidad de comprender que los procesos económicos necesitan de la habilidad del hacedor de la política económica de ir adaptando las variables sin necesidad de giros bruscos. Ellos tienen el alma de Cavallo en su cuerpo, espíritu amante de shocks que ha transitado por años la economía argentina provocando los desastres conocidos por esa preferencia a recibir todos los castigos que las crisis externas entregan. En estos días de incertidumbre, además de medidas prudenciales en áreas económicas claves, se necesita de un exorcista de demonios.
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