Domingo, 23 de octubre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
La muerte de Khadafi no fue linda ni prolija. El murió con dignidad, peleando hasta el final en su ciudad natal contra fuerzas muy superiores. Pero ellos, los de la OTAN, lo cazaron como un pajarito y se lo sirvieron en bandeja a la turba enardecida para que lo asesinen, para que lo apaleen hasta desfigurarlo. No fue lindo ni marca un buen comienzo para la nueva era que empieza en Libia. Ninguna guerra es prolija, pero vamos, primero Bin Laden, ahora Khadafi ¿Qué clase de sistema legal permite que los villanos de turno sean sistemáticamente eliminados, sin juicio ni verdad? Los que entregaron a Khadafi, los que reparten órdenes y armamento, los que recibieron a los líderes rebeldes en sus palacios occidentales, ¿cómo permiten semejante salvajismo? Los que bombardearon sin piedad hasta dar vuelta la guerra civil ahora prometen ser garantes de la reconstrucción de la infraestructura y el tejido social que ha sido destruido. Pues bien, hay que empezar por el principio. En el caso de Khadafi es especialmente pertinente que se conozca la verdad sobre la represión del ejército libio a los manifestantes de la Primavera de Trípoli. Es que ése fue el antecedente que invocaron las potencias occidentales para meterse en Libia, armar a los rebeldes y producir el derrocamiento del viejo caudillo. El pretexto para invadir Libia fue el de evitar que Khadafi repita la masacre de Trípoli con los rebeldes que había sitiado en Benghazi. ¿Fue así? ¿Hubo masacre en Trípoli? En un país que no permitía prensa crítica ni corresponsales extranjeros, difícil saber. Pero la Corte Penal Internacional de La Haya, la organización de derechos humanos Human Rights Watch y varios gobiernos, incluyendo el de Rusia, acusaron a Khadafi de abrir fuego en contra de su propia población. También deben investigarse las denuncias de Amnesty International sobre las masacres y linchamientos de soldados leales a Khadafi a manos de los llamados rebeldes (foto). Pero sobre todo debe ser investigada la brutal e inhumana muerte del líder libio, como ha pedido Naciones Unidas. No vaya a ser que esta muerte tan oportuna para Occidente cierre la posibilidad de esclarecer estas cuestiones. No es que las acusaciones no sean plausibles. Khadafi tiene un largo currículum de violaciones a los derechos humanos, incluyendo el haber admitido la responsabilidad de su gobierno en el derribo de un avión de línea repleto de pasajeros. Los rebeldes han demostrado que tampoco son carmelitas descalzas y la OTAN, que impidó la huida de Khadafi, fue al menos permisiva con la turba que lo ejecutó. El problema es que Libia le vende casi todo su petróleo a Europa, tiene casi todo su dinero depositado en bancos europeos y le compra gran parte de su armamento a Estados Unidos. O sea, un Khadafi vivo, sentado en el banquillo de los acusados, hubiera podido prender el ventilador contra sus respetados cómplices del otro lado del Mediterráneo y más allá del Atlántico. Por eso es tan importante conocer la verdad, porque nada puede renacer a partir de la mentira.
El movimiento islamista palestino Hamas liberó al sargento israelí Gilad Shalit, secuestrado en Gaza en el 2006, a cambio de más de mil prisioneros palestinos. La decisión del gobierno de Benjamin Netanyahu de entrar en negociaciones directas con Hamas para liberar al soldado fue recibida con el beneplácito de la mayoría de los israelíes. La liberación de los primeros prisioneros palestinos desató el júbilo en las calles de Gaza y Cisjordania. El acuerdo fortalece a Hamas y al gobierno israelí y debilita las posición de Estados Unidos y de la Autoridad Palestina, que venían negociando un acuerdo de paz. Lo cual no está mal, porque el acuerdo excluía a Hamas e Israel participaba sólo a regañadientes, para no alienar a su aliado estadounidense. Hay que decir que Israel invadió dos veces Gaza desde el secuestro del soldado con cientos de víctimas civiles, pero no pudo recuperar a Shalit por la fuerza. Y que Hamas disparó cientos de cohetes caseros contra la población civil israelí pero recién pudo recuperar a sus prisioneros cuando se sentó a negociar con Israel. Es verdad que las armas y los hechos militares fortalecen el poder de negociación. Pero en un punto hay que sentarse y trasladar lo que sucedió en el campo de batalla al terreno político. En Medio Oriente ya se han disparado todos los tiros necesarios como para que quede claro que ni los israelíes ni los palestinos se van a rendir o desaparecer. El canje de prisioneros parece indicar que, tras generaciones enteras de sangre derramada, los dos viejos contendientes empiezan a aceptar esta realidad. Esto no significa negar que hay un pueblo opresor y otro oprimido ni avalar los métodos terroristas que han sabido emplear los oprimidos, ni los bombardeos indiscriminados que usan los opresores para vengarlos. La discusión puede ser tan eterna como fútil, en cambio las acciones del gobierno conservador israelí y de la facción mayoritaria y más radical del movimiento palestino, aun con los considerables escollos que quedan por delante, autorizan a ilusionarse con un gradual acercamiento a algo que se parezca a convivir en paz.
En España, ETA anunció que deja la lucha armada. La última guerrilla europea empezó a extinguirse cuando el nacionalismo dejó de ser una razón para matar y dejar la vida. Independizarse de España no fue posible, hacerlo de la Unión Europea suena a quimera. Fundada durante el franquismo, ETA cometió su primer atentado mortal en 1968, la víctima fue un miembro de la Guardia Civil. Después vinieron 838 más. Al final, la violencia militarista que cimentó al grupo separatista vasco y le dio su impulso inicial en tiempos de dictadura terminó sellando su suerte. Diezmada como nunca, repudiada por millones de españoles, la ETA nunca se recuperó del cisma entre su ala política y su ala militar que causó el atentado del 2006 en el aeropuerto de Barajas, donde murieron dos empleados de limpieza. La organización había declarado un “alto el fuego permanente” y negociaba un acuerdo de paz con el gobierno español. Tanto para adentro como para afuera de la ETA el daño causado por semejante contradicción fue irreparable. Desde entonces, tanto el gobierno español como el francés le venían asestando duros golpes a lo que quedaba del grupo armado, mientras la izquierda nacionalista vasca hacía un exitoso reingreso a la política legal española, convirtiéndose en la tercera fuerza en la región, con diversas representaciones en municipios y consejos deliberantes. El final estaba cantado.
Cuatro décadas de Khadafi en Libia. Cuatro décadas desde la ocupación de Palestina. Cuatro décadas desde el primer atentado mortal de ETA. Toda una vida de caerse y levantarse para seguir peleando a corazón partido. Hasta que los tiempos cambian. El amor madura, el odio muta en dolor, se aprenden nuevas formas de lucha. Por los que vienen y por los que ya no están, los sobrevivientes renacen y vuelven a empezar, para no morir.
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